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Una idea que puede ayudarnos a acercarnos a los interrogantes sobre las tecnologías como mecanismos de subjetivización sería su consideración como un espacio del pliegue. Recordamos las palabras de Deleuze cuando se refiere a que entre el vestido (pliegue) y el cuerpo hemos de identificar "un tercero": (s)on los elementos. Y ni siquiera hace falta recordar que el agua y sus ríos, el aire y sus nubes, la tierra y sus cavernas, la luz y sus fuegos son, en sí mismos, pliegues infinitos (...). Basta con considerar de qué modo la relación del vestido y del cuerpo va a ser ahora mediatizada, distendida, ampliada por los elementos" [1] .

Pliegues de la diversidad que nos permiten prescindir temporalmente del cuerpo que nos marcaba un futuro predecible (ser "otro"), mediante disfraces-alias (de aire), o redimirnos de los disfraces cotidianos mediante un pliegue de agua. Al respecto recordamos las palabras de Gaston Rageot: "los hombres y mujeres que comparten las horas a bordo, dejan de ser ellos mismos..., cada pasajero empieza por salir de sí, ayer no nos conocíamos, mañana nos separaremos por siempre." [2]

Pero ¿no existe para todos un requerimiento virtual de otro límite? Baudrillard se preguntaba si no existía la posibilidad de "ser lo que son, ya no por defecto", por la exigencia de no ser más que lo que son, "sino por exceso, transfigurando esta pérdida de la representación en un vértigo de la presencia pura". Subvertir, aun temporalmente, la idea de que los sujetos están cautivos de su propia existencia, condenados a no ser más que lo que son. Las vidas virtuales, como pilotos de aviones y guerreros de videojuego, como sujetos múltiples o como neos, morfeos y trinitys, son sólo el inicio de un tiempo de exceso en "lo que somos". El cibermundo pare identidades bulímicas.

Así tiene lugar la transferencia poética de situación real en lo virtual. Y en esta verdad literal, en este funcionamiento literal del mundo, se encuentra la libertad definitiva. [3] Jean Baudrillard

El encanto de este territorio ontológico para el sujeto y su libertad estaría en la indeterminación del futuro, en la conjunción de lo inesperado, en el azar que rodea "estar en Internet", donde un "dios causal" parece haber dejado todo en suspenso, la voluntad transferida a la deriva, al pensamiento impersonal del otro. Donde soñamos con un mensaje inesperado, con una aparición mágica, como si, dice Baudrillard, "alguien "de arriba" se interesara por nosotros". Así, la construcción de un destino artificial tiene en el mundo virtual un escenario optimo para imaginarse. Baudrillard sugiere que esta construcción funciona casi como "una forma de conjurar la fatalidad imprevisible del mundo tal y como es". [4]

El azar es la divinidad más antigua del mundo... Acabo de liberar a todas las cosas del yugo de la finalidad. El Espíritu está sometido a la Finalidad y a la Voluntad, pero lo liberaré para devolvérselo al divino Accidente, a la divina Travesura [5] . Luke Rhineheart


[1] DELEUZE, G.: El Pliegue. Barcelona, Paidós, 1989: p. 156.

[2] Gaston Rageot. Citado en: VIRILIO, P.: Op. cit. (1988): p.73.

[3] BAUDRILLARD, J.: Op. cit.. (2000): p. 124.

[4] Ibid., 67.

[5] Luke Rhineheart en L'Homme-Dé, citado en BAUDRILLARD, J.: Op. cit.: p. 64.