S(h)embrar
¡Siembra! Fue el único consejo que le dieron a la joven
Lola cuando se marchó del pueblo. Se supone que en la Universidad
la encomienda no podía tener sino un valor simbólico.
Y no era mal consejo para la carrera de fondo que suponían
los estudios y la vida fuera de la casa familiar. Culminar una carrera
y lograr un trabajo lejos del campo era la mejor cosecha para la
paciencia y el esfuerzo invertidos por ella misma y también
por sus padres.
Sería
lógico pensar que en su motivación había un
deseo de volver luego para mostrar orgullosa el buen fruto obtenido
en la distancia. Pero ella, como su familia, era más de agachar
la cabeza y dar por hecho que la cosecha llegaría. No había
lugar para el fracaso. Lograrlo no era una opción, sino un
destino, y una obligación más que una posibilidad
hacerlo bien.
Así,
una vez conseguido el objetivo, ella regresaría al pueblo
para comunicar los detalles a sus padres y, de alguna manera, los
haría partícipes del fruto, aunque éste fuera
predecible. Esta actitud tenía en el fondo una contradicción
tolerada: fracasar no es una opción de esta siembra, sin
embargo todo fruto sería celebrado en familia como si fuera
un pequeño triunfo, es decir, como si efectivamente fueran
posibles otras alternativas. Pero, ¿qué pasa si la
familia no está cuando ella vuelva a compartir sus logros
después de una paciente cosecha? ¿Tiene sentido entonces
volver al pueblo?
Nada
hacía imaginar que ellos ya no estarían. No
es que tardara mucho en terminar sus estudios y conseguir trabajo,
ni más ni menos que la mayoría, sino que ellos parecían
formar parte de "otra cosecha", en este caso del asfalto
y las curvas. Eso repetía cansinamente el cura: que "somos
a la par sembradores y siembra". Esto y que todos hicieran
ahora de padre y de madre de Lola, la huérfana.
Cuando
la joven regresó al pueblo entendió que, puesto que
ellos ya no vivían, no estaba obligada a mostrar sus frutos
en la ciudad, ni siquiera a tenerlos. Así que dejó
su trabajo en prácticas y regresó buscando su nuevo
lugar en el mundo.
Después
de largos meses encerrada en su casa, atada a aquella palabra que
sus padres le dejaron como herencia, optó por empezar de
nuevo. ¿Acaso no era eso lo que hacían los agricultores
después de un año de dañinas heladas o de terribles
sequías?
En
el pueblo Lola sólo tenía algunos tíos y primos
lejanos, pero ni pareja ni familiares cercanos. Estaba sola y no
sabía muy bien por donde tirar. El contexto era especialmente
machista y apenas existían modelos de referencia para las
mujeres emprendedoras. Los hijos venían casi desprendiéndose
de la barriga de los jóvenes matrimonios y a partir de ese
momento todo se administraba automáticamente, cada cuál
vivía sabiendo cuál es su sitio, como si estuviera
escrito en los cuerpos. Tranquilizaba lo previsible. Desde siempre
se hizo así, de forma que la reiteración parecía
disuadir a los otros caminos posibles para que sólo hubiera
uno: la maternidad, y el resto, dificultados, borrados, desviados,
invisibles o reservados para otros, no para ellas.
La
joven no podía quedarse en el pueblo para cumplir ese destino.
De hecho este era el motivo por el que la mayoría de los
padres animaban a sus hijas a estudiar y conseguir otra alternativa,
"sembrar" de esa otra manera, ser autosuficientes.
Quedarse
en el pueblo habría supuesto resignarse a esa inercia pero
"quedarse después de haber salido" suponía
un nuevo desafío: o trabajar en lo que trabajan los hombres
o inventarse un trabajo que tuviera cabida en aquella economía.
Ambas opciones partían de una arisca dificultad, hacerlo
en un contexto a menudo reaccionario, donde no sólo por ser
mujer sino también por ser joven no se lo pondrían
fácil.
Lola
no llegaba a creerse que sería tan complicado, pues hasta
la fecha todos habían sido extremadamente generosos con ella,
así que decidió tantear posibles trabajos y consultarlo
con los más allegados.
Al
principio parecía que su baza era su duelo. Los vecinos estaban
aún conmovidos por la desgracia de la joven huérfana
y, cómo nunca se tiene claro cuándo se termina el
luto, muchos vieron en las visitas de Lola una oportunidad para
reiterarle sus condolencias y apoyo. La pena que sentían
por la joven contribuyó a que en todas partes se prestaran
a ayudarla y que la recibieran con extrema amabilidad, inevitablemente
en algunos sitios incluso con lástima.
Tras
varias visitas a la cooperativa olivarera, a su tío el tractorista,
a los vecinos de sus tierras y a distintas oficinas informativas
de la administración, decidió estudiar la viabilidad
de un negocio relacionado con la producción de aceite. Aquí
cambió la historia. Cuando corrió la voz de que esto
no era un capricho sino que, efectivamente, la joven quería
quedarse en el pueblo, montar una empresa y que ésta además
era de biodiesel, la idea no gusto a muchos.
Siendo
como era Licenciada en Química, en principio parecía
una opción lógica. Dado que uno de los principales
problemas ecológicos que tenían las cooperativas olivareras
era el reciclaje y uso de residuos, la idea no parecía descabellada.
Aprovechar lo que para otros era un problema, la biomasa del desecho,
y convertirla en fuente de energía no contaminante. Hacerlo
en un lugar donde, además, no existían aún
iniciativas similares.
Sí,
parecía razonable, pero la conciencia del reciclaje y la
ecología eran vistas con sospecha desde sectores rancios
del pueblo. La mala experiencia y el abuso de algunos forasteros
que enarbolaban su bandera para sacar beneficio del trabajo colectivo
y salir corriendo, dieron una visión equivocada del asunto..
Además
de los prejuicios que muchos tenían sobre el tema, el recelo
ante la idea de Lola era mayor teniendo en cuenta que a pocos les
resultaba creíble que una mujer joven y con estudios quisiera
quedarse en el pueblo para trabajar en algo como el "biodiesel".
Su tío no se cansaba de repetirle: "Lo mejor es que
te vayas".
Pero
Lola no hizo caso. Comenzó a documentarse y, con intención
de convencer a posibles inversores en el proyecto, elaboró
una memoria sobre las posibilidades, eficacia, experiencias exitosas,
dificultades e incluso los insospechados y antiguos orígenes
de este uso del aceite de oliva. Con ella dio forma a un exhaustivo
y colorido proyecto de acción, prolijo en detalles y llamativo
en peso y apariencia.
Lola
pasó de ser una chica huérfana que daba pena a ser
una mujer ambiciosa, según los mismos con los que habló
un tiempo atrás. En sus incontables entrevistas (y recordando
el consejo de su padre: "¡Siembra!") era como si
las caras de incredulidad de sus interlocutores fueran piedras donde
ninguna semilla agarraba. Nadie se fiaba de ella, daban por seguros
sus problemas de autoridad con los posibles clientes olivareros.
Ni su tío le daba más de una temporada antes de claudicar.
La
actitud más cicatera fue la del secretario de uno de los
molinos de aceite de la comarca, el señor Sánchez.
Un hombre que rondaba los sesenta y cuyos gestos eran puro alarde
de masculinidad. Posiblemente, en otras circunstancias incluso habría
piropeado a Lola. Incluso puede que en esa ocasión lo hiciera,
pero fue todo tan rápido y desconcertante que, nada más
salir, Lola no quiso recordar detalles. En apenas cinco minutos
despachó el asunto con una palmadita en la espalda, un farfullo
sobre si tenía hijos, si había preparado ya la comida
y una risilla (que pretendía ser hiriente) hacia su llamativa
y amplia memoria impresa con distintas tipografías sobre
papeles de colores.
Tras
incontables visitas a incontables empresarios "Sánchez",
una imagen quedó grabada en su retina: "incontables"
puertas enmarcando su salida de "tantas" oficinas y despachos,
dejando atrás a quienes despreciaban el gesto valiente (para
ellos ingenuo) de la joven, a la par que celebraban su posición
de autoridad en aquella fugaz relación. De hecho, muchos
la animaban a seguir sin ayudarla, confiando en que pronto tirase
la toalla.
Nada
tenía que perder Lola, pues nada tenía en aquel momento.
Ni siquiera sus padres podían convencerla de desistir para
que no pasara por lo que, a vista de todos, era una humillación
diaria. Ni siquiera, porque estaba sola.
Así
que siguió intentándolo, aunque algo cambió
en su manera de llevar el asunto. Puesto que la mayoría de
personas que en la zona tenían dinero o poder para ayudarla
a sacar adelante el proyecto eran hombres, hasta entonces sólo
se había dirigido a ellos pero,... ¿acaso no sería
interesante feminizar su búsqueda?, ¿acaso no estaba
descubriendo una nueva acepción de la consigna que heredó
de sus padres: "¡Siembra!"? ¿No sería
una autoafirmación ante esos pretenciosos empresarios cargados
de prejuicios: ¡Sí-hembra, qué pasa! O ¿no
querría decir aquella palabra: "Busca a las mujeres"?
¿Por qué no se asociaba con otras como ella que, aunque
no tuvieran dinero, sí creyeran en aquel proyecto? ¿Y
si convencía a sus amigas
y compañeras del colegio para montar la empresa juntas?
Muchas todavía estaban en el pueblo o, como poco, pasaban
largas temporadas allí, preparaban oposiciones, trabajaban
en el campo o, simplemente, esperaban tiempos mejores.
No
fue fácil, pero varias aceptaron. Despacio, con seriedad
e imaginación y con paciencia incombustible fueron sacando
adelante la idea. Al poco tiempo a ellas se unieron también
varios hombres.
El
día en que firmó su primer contrato Lola pasó
una nota al señor Sánchez, el secretario del molino
al que tanto "le gustó" su memoria de colores.
Decía así:
"Estimado
señor Sánchez:
No
me andaré con rodeos. Tengo la certeza de que usted, como
otros muchos, desea verme desfallecer y claudicar en este proyecto.
Las
circunstancias le situaron a usted en una posición de poder
en la que incluso se permitió, entre otras cosas con seguridad
más ofensivas para mí, pero en las que por ahora no
voy a detenerme, ridiculizar mi memoria por ser diferente a las
que usted hace y, con ella, ridiculizarme a mí. No caeré
en la trampa de convertirme en aquello por lo que usted me toma
y acorde a lo cual, me trata. Con seguridad, en mi búsqueda
de apoyo y financiación encontraré a algunos como
usted, pero seguro que también a otros muchos diferentes.
Lo sé y usted lo sabe.
Pienso
que con su rechazo a participar en mi proyecto no hace sino evidenciar
su intento de autoconvencerse de una negativa, que ni usted mismo
se cree. Creo que mantiene usted, al menos, una duda sobre mi propuesta.
Ttanto sobre la viabilidad de mi empresa en una economía
agrícola que quiere ser competitiva, como sobre mi capacidad
y firme voluntad de seguir adelante. Más si cabe después
de sus palabras, lejos de lo que usted pretendía, hoy todo
un incentivo, se lo aseguro.
No
obstante, en honor a esa duda que probablemente se convertirá
en curiosidad sobre mi destino, le propongo un trato. Le mantendré
informado de lo que consigo. Cada mes le mandaré una carta
para hacerle saber si ya he desfallecido. Así, cuando, según
usted, llegue el día de mi renuncia, será el primero
en afirmar: "Ya os lo dije. Esa mujer (usted dirá: niñata)
y su idea no iban a ningún sitio".
Pero,
permítame un juego con el que agradecer sus críticas
constructivas a las tipografías y colores que empleé
en mi proyecto. Si todo va mal (para mí y mi empresa) el
mensaje que le enviaré estará escrito en letra Arial
sobre papel blanco, si todo va bien (para mí y mi empresa)
le escribiré con letra Times sobre papel amarillo.
Atentamente."
Con
puntualidad cronométrica, todos los primeros de cada mes
el señor Sánchez recibía una nota con el siguiente
mensaje escrito sobre papel blanco y con letra Arial:
NINGÚN
FRUTO AÚN
Al cabo de un año llegó una última nota que
seguía conteniendo el mismo mensaje. Sin embargo esta vez
escrito sobre papel amarillo y con tipografía Times:

"¿A
qué hacer caso, a lo que veo o a lo que leo?", se preguntaba
el señor Sánchez. Apreció de pronto que el
mundo había cambiado y aquel mismo día se jubiló.
Remedios
Zafra
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