Los mitos no son neutrales. El espíritu patriarcal tiene en ellos su mayor aliado para conservar la estructura del poder sobre la que descansa, para mantener la pátina que envuelve a la violencia de género convirtiéndola en una "violencia estructural". Del sostenimiento de estos mitos mediante la producción y repetición, aparentemente inocente, de perversas consignas "azules y rosas", disciplinadas princesas y castradoras brujas, costillas andantes, cuerpos sin alma y otras leyendas del patriarcado que representan a las identidades sexuadas, se deducen constantes anclajes del poder. En su reiteración histórica se convierten en normales o, como poco, en subliminales, dando forma a los estereotipos sobre lo que somos y lo que "podemos llegar a ser". La resistencia creativa: híbridos, hipertexto y alteridad, re-imaginación e ingenio frente a sentencias esencialistas y discursos hegemónicos.
Si en el cuerpo físico se marcan las heridas de la violencia, las que se producen literalmente por un maltrato físico, en el cuerpo virtual pueden producirse las heridas de la posible enunciación contradictoria del sujeto (es decir las inestabilidades del proceso dinámico de la enunciación) cuando uno se rebela contra la identidad estereotipada (dominante o sumisa) que sólo el perverso juego del poder puede generar. En los espacios facticios de la representación y la artificialidad como el arte y como el medio digital podemos visibilizar estas contradicciones de ser y no ser a un mismo tiempo.
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