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D E S P A C I O
Caballo
de Troya. Random House Mondadori 2012



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Este
libro practica el irrealismo crítico y por eso se permite
el lujo literario de contarnos esos hechos o deshechos que, de manera
inesperada y extraordinaria, tienen lugar en el interior de la rutina
nuestra de cada día dánosla hoy y no nos dejes caer
en la tentación. Este libro, de estirpe kafkiana y carnavalesca,
escrito con la retranca del Quieres que te cuente el cuento de la
buena pipa, reúne historias de gentes diversas que siempre
viven AQUÍ y siempre quieren irse a vivir ALLí. Gentes
que sueñan con que es imposible que este mundo sea el único
mundo al alcance de todos los españoles. Y no se resignan,
ni se desesperan. Hacen su equipaje y se van a la estación
de tren. Y esperan. Inútilmente, porque los trenes pasan
por delante de sus vidas a más velocidad que las listas de
libros más vendidos pasan por delante de las editoriales
independientes. Pero entre sus páginas habita un ser maravilloso:
Laquestapeor, una especie de hada madrina que el capitalismo nos
regala para que nos sintamos felices. Solo por conocerla merecería
la pena abrir este libro. Si ustedes están aquí y
quieren llegar allí, ya saben: lean DESPACIO.
Preseleccionada para participar en el Festival de Primera Novela de Chambéry (Francia), 2014.
#DESPACIO
en ENcubierta (entrevista) / Paula Corroto<
#Despacio en Culturamas (entrevista) / Cristina Consuegra<
#Despacio en Libros, nocturnidad y alevosía (entrevista) Luis de León<
#Despacio en El Escorpión (El Mundo) / Alejandro Gándara <
#DESPACIO
en Masdearte / Susana Blas <
#DESPACIO en Numerocero" / Elena Medel <
#DESPACIO en Lector Ileso <
#DESPACIO en El Ojo Crítico (RNE) <
#DESPACIO en el Correo / Alejandro Luque <
#DESPACIO en Adiciones / Cada perfil humano una averntura <
#Despacio en WeGo (La posibilidad de un viaje) / Diego A. Vicente
Entrevista para ¿Quieres hacer el favor de leer esto? <
Entrevista para Estación en curva (Cristina Consuegra) <
Artículo en La Opinión de Málaga<
Reseña de Pepe Jiménez Espejo<
Reseña de Mercedes Arriaga<
Presentación de #Despacio en Madrid / Fernando Broncano / Poliedro Magazine <
Presentación de #Despacio en Sevilla / Carmen Ramírez <
Reseña en Con L Mayúscula / Carlos F. Romero <
Reseña en Aviones Desplumados / Rubén A. Arribas <
Reseña en La vida no existe / Antonio Mochón <
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1 _el cartel
(mi lugar preferido)

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A eso que está
al otro lado de este cartel lo llamamos: el otro lado. A lo que
está más cerca, lo llamamos Aquí. Y no, no
existe la posibilidad de que todo sea una alucinación de
quienes queremos irnos.
Este cartel
existe y es mi lugar favorito Aquí. Se trata de un cartel
azul con letras blancas. Está a las afueras y dice el cartel:
Allí, 538 Kilómetros. Es rectangular como la pared
de una casa, como un lugar que dispone de suelo y techo, donde sentirse
seguro; proviene de la familia de las señales de tráfico
y está hecho como ellas de acero galvanizado y de aluminio;
pintado
«Allí»
en blanco metalizado y el fondo con aerosol de color azul cobalto;
sujetado por dos postes y semiescondido en primavera por el follaje
de los árboles altos.
A pesar de su
tangibilidad, ese lugar al que me refiero es para mí más
profundo que algunos pensamientos y sensaciones con los que muchos
se emocionan y enrojecen sus ojos. Hasta ahora, he ocultado como
algo íntimo esta preferencia porque mucha gente de Aquí
piensa que las afueras son uno de esos límites que te permiten
diferenciar de qué lado de la vida te encuentras y lo que
pone en ese cartel apunta al otro lado.
Yo soy inofensiva,
lo he sido hasta ahora, pero puedo hacer daño con este tipo
de afirmaciones. Y sé que a algunos les dolería escucharlo,
que ya no quiero estar Aquí, que me gusta ese lugar porque
pone Allí. Esa palabra en letra Arial que protagoniza este
cartel: Allí, mi lugar favorito Aquí.
He visto en
otras partes señales parecidas, a veces icónicas o
con otros mensajes similares: «Madrid», «Barcelona»,
«prudencia», «aviso», informando de ciudades
y distancias, o de cosas que bordean las autovías y las carreteras,
el plus ultra del arcén, donde igual podría haber
tierra que decorado. Yendo por el camino y a la velocidad establecida
a nadie se le ocurre frenar y salir para comprobarlo. Pero lo que
pone en esa señal que me gusta sí que existe. «Allí»
está al final de esa autovía, justo a quinientos treinta
y ocho kilómetros de ese cartel.
Desde hace tiempo
quiero marcharme Allí. No piensen por ello que perdí
el aprecio por este lugar donde vivo. Que lo mantenga es perfectamente
compatible con mi deseo. Este lugar está cargado de recuerdos
y personas que me importan y suavemente atan Aquí
algo mío, pero no lo suficiente como para resignarme a habitarlo
toda la vida. Además, creo que el cariño es la peor
medicina para lo que a mí me pasa. Ahora es mejor querer
de lejos.
Querer de cerca
Aquí te convierte cuando menos lo esperas en una foto del
mueble bar, en un genérico, aniquilando toda posibilidad
de diferir saliéndote de los estantes. Querer de cerca te
convierte en esas fotos que la tía abuela tiene en su casa,
narrando la repetición de los hitos vitales de la familia
(una nueva criatura, una alianza, un rito religioso; una nueva criatura,
una alianza, un rito religioso
). Y no me refiero solamente
a las fotos amarillentas y coloreadas de nuestros bautizos, comuniones
y bodas, con nosotros como protagonistas, sino a las fotos que por
defecto vienen en los marquitos que le regalamos o que ella compra
en las tiendas de chinos; esos donde aparece: una familia feliz,
una mujer rubia, un paisaje de montañas, el rostro de un
niño. Fotos que la tía no se molesta en quitar para
poner las nuestras porque piensa que, de alguna manera, en ellas
ya estamos. Nadie conoce a los protagonistas de esas imágenes,
porque no importan sus nombres ni quiénes sean realmente.
Ellos sólo son los arquetipos de los familiares que la tía
tiene en mente. Aquellos con los que esas personas desconocidas
y sonrientes tienen, según ella, algo que ver. Aunque el
parecido sea advertido exclusivamente por la tía que en su
cabeza reparte a unos y otros en grupos de acontecimientos familiares
y en estantes de sobrinos, nietos y primos en función de
criterios como el color del pelo o la forma de la cara. Configura
así su peculiar altar de fotos que no son nuestras pero donde
piensa en nosotros. Yo reposo en algunas de esas fotos, en algún
marco de los genéricos, concretamente en el de las mujeres
sin más atributo que ser jóvenes y tener el pelo castaño.
A menudo estas
fotos se me asemejan a las pequeñas velas rojas que ancianas
como la tía ponen en las capillas para pedir por todos los
que les importan. Sí, ya sé que entre esas luces que
aluden a un conjunto de personas y deseos, también hay algunas,
las más intensas, encendidas una y otra vez como luces perpetuas,
para pedir por personas que sufren, justo cuando descubrimos de
ellas que son irreemplazables o cuando amenaza la posibilidad de
pérdida o de uno de esos cambios que Aquí se viven
como una pérdida.
Hace poco que
mamá encendió una de esas velas para mí. Sé
que lo ha hecho porque quiero irme. Y quiero irme porque pienso
que Allí las cosas pueden ser diferentes. Sobre todo porque
Allí tal vez pueda encontrar un trabajo que me permita salir
de esos marcos con foto y disponer de tiempo para mis imágenes
y vínculos propios, incluso para teñirme el pelo.
Un trabajo que me permita venir Aquí de visita. A ser posible
un trabajo de lo mío, lo que sea que mis grados y másters
puedan traducirse en un trabajo determinado. Un trabajo que en todo
caso me deje tiempo para salir por las tardes a pasear por ese lugar
abrumador llamado Allí, a ver las avenidas llenas de gente,
parando en los semáforos para observar a las personas que
cruzan, sus pieles distintas mientras caminan y se rozan las manos,
su aspecto diferente y sus sueños hilvanados a las camisetas,
como los míos, dejándolos ver; y sentarme en algún
café del centro o con seguridad visitar los sitios que Aquí
no encuentro; y, en el trayecto, de nuevo mirar a la gente por la
calle, como una masa acompasada y viva hecha de individuos que se
pintan la cara y el cuerpo, queriendo vivir juntos pero separados,
diferenciándose entre sí. Me gusta eso porque siento
que Aquí todos somos muy parecidos.
Pero les mentiría
si no reconociera que especialmente quiero irme por esta insoportable
ansiedad que siento, una constante que se me ha alojado en el estómago
y que se empeña en decidir por mí. Intento describirla
y siento que está hecha de una creciente maraña de
frustración, a partes iguales, o acaso en la misma parte,
con otra de deseos.
Con una lista
como ésta no se puede elegir una sola razón. Todas
se amontonan y entrelazan con la televisión, mi currículum,
Wall Street, los cumpleaños contados en décadas, el
Red Bull, la red, mi cuenta bancaria, las oposiciones, mi tarjeta
del paro, Twitter, los marquitos de las fotos
El tiempo no
ha pasado en balde y todo se ha ido precipitando, sí, muy
deprisa, o quizá he sido yo, cada día más acelerada,
sí, seguramente he sido yo. Impacientada por todo, como si
llegara tarde antes de saber adónde; mirando a mi alrededor
como quien lo sobrevuela, muy rápido, como si del mundo sólo
viera los tags que se hacen trending topics, el titular del texto,
la contraportada, el post, lo epidérmico de los estratos,
la frase hecha, la ausencia, lo que me faltaba, el pánico
a que nada llegue, a esperar y
ni un mísero: «I
like it».
Incapaz de leer
una página entera, de concentrarme en una única cosa,
de vivir sin acudir a una agenda de prosaicas tareas cotidianas
que, como efecto de su rutina, me dejan en el mismo estado de partida,
equivocando siempre las preguntas, manteniéndome en esa nada
que me hace conservar intacta, cada día, la distancia con
lo que quiero.
Obsesionada
con llamadas y mensajes que no me llegan. Como si hubiera olvidado
leer y ojeara las cosas mirándolas desde demasiado lejos
o desde demasiado cerca, incapaz de traducirlas. Como si cada día
nuevo ya estuviera antes de empezar sentenciado como
viejo. Sintiendo que la vida se me amontona, que me choco con ella
allí donde miro, como esos gatos no domesticados que quieren
escapar de una habitación cerrada y corren en círculo,
incontenibles, golpeándose contra las paredes. Así
me siento
«¿Los gatos?», los nombro y no
puedo ocultar que ellos también han influido en mi decisión.
Y algunas otras cosas que, en con junto y empaquetadas en mi cuerpo,
con sus heridas, imágenes y sensaciones a menudo inefables,
me han animado a hacer la maleta y venirme a la estación.

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