Las conclusiones de numerosas investigaciones
nos informan que alrededor del 10% de las mujeres adultas de varios países de
la Unión Europea sufren alguna forma de violencia por parte del hombre con quien
están o han estado en pareja. Una cuarta parte de ellas sufren violencia física.
Si cada una de ellas sufrió violencia de al menos un hombre, estas cifras nos
indican que alrededor del 10% de la población masculina de estos países europeos
ejerce violencia contra las mujeres: en España algo más de un millón y medio de
hombres, de los cuales durante el año 2004 unos 100.000 han sido denunciados a
la justicia, 20.000 han sido obligados judicialmente a alejarse de sus parejas
por ser peligrosos, y 70 las mataron. Se trata de un número considerable de hombres
que, sin embargo –exceptuando los maltratadores físicos graves o asesinos-, no
son percibidos ni detectados por la mayoría de las personas, convirtiéndose en
socialmente casi invisibles.
Dos razones principales explican
esta invisibilidad. Una, la muy restringida definición de violencia en la pareja
que aun hoy impera en nuestra sociedad (sólo se considera como tal la física y
la psicológica o sexual grave). Las otras formas –física o sexual no graves, psicológicas,
ambientales o económicas-, que son las más frecuentes, al no entrar en esa definición
no son reconocidas socialmente como violencia, o son percibidas como banales o
"normales", así como “normales” los hombres que las realizan. La segunda
razón es la disculpa social hacia los hombres que sí son percibidos como maltratadores,
a los que frecuentemente se justifica apelando a explicaciones (prontos, peleas
de pareja, sólo empujones, mal carácter, algo de autoritarismo...) que los desrresponsabilizan
de su comportamiento y los redefinen como "no maltratadores".
La invisibilidad de estos hombres
es tan generalizada que también se refleja en
el discurso de muchas personas comprometidas en erradicar la violencia: se habla
de "violencia contra las mujeres" o "de género", nombrando
un comportamiento con efectos (en la mujer), pero sin ejecutor. Pero aunque tendamos
a no verlos, los ejecutores de esta violencia son muchos y tienen rostro masculino.
La violencia contra las mujeres
es predominantemente "masculina", así que resulta ineludible que cualquier
estrategia de prevención lo tenga en cuenta para ocuparse también de los hombres
que la ejercen o pueden ejercerla, deslegitimando y penalizando sus comportamientos,
pero también considerándolos como posibles sujetos de educación, detección precoz,
asistencia o reeducación.
Un prerrequisito imprescindible
para esta tarea es poder detectar a los "invisibles" ejecutores de violencia
y entender las razones que los guían. Y para poder hacerlo es necesario cuestionar
nuestra percepción acerca de lo "normal", desafiando los prejuicios
que normalizan y nos impiden ver la violencia masculina, que avalan las justificaciones
de los hombres para ejercerla, que explican falsamente su causalidad y que minimizan
su frecuencia. Sólo así podremos desarrollar nuevas definiciones y explicaciones
sobre ésta, que permitan visibilizar lo existente pero no visible y actuar sobre
ello.
Por
suerte, estas nuevas definiciones –sustentadas especialmente en las aportaciones
del feminismo y los derechos humanos– ya existen e incluso están consolidadas
en muchos organismos internacionales. Así, por ejemplo, la Comisión por la Posición
de la Mujer de la ONU (CSW) define, en marzo de 2004, la violencia contra las
mujeres como cualquier forma de comportamiento utilizado por los hombres como
mecanismo para "poner a las mujeres en su lugar" y "reafirmar quien
toma las decisiones o quien tiene el poder en la relación". Violencia específica,
muy frecuente, diferente a otras violencias masculinas, y definida más precisamente
por ello como violencia basada en el género. Hay un consenso internacional sobre
su definición: la violencia masculina contra las mujeres es toda forma de coacción,
control o imposición ilegitima por la que se intenta mantener la jerarquía impuesta
por la cultura sexista, forzándolas a que hagan lo que no quieren, no hagan lo
que quieren, o se convenzan de que lo que decide el hombre es lo que se debe hacer.
Esta violencia, ejercida por hombres de todas las edades, sectores y
etnias, tiene una causalidad compleja y multidimensional, pero sus causas primarias
son las pautas culturales sexistas que mantienen y favorecen la superioridad masculina
y la subordinación femenina, así como su naturalización y banalización. Y por
supuesto, no son factores causales ni la biología ni las "provocaciones"
o "agresividad" de la mujer.
Cuando se ejerce contra la pareja, no consiste habitualmente, en “incidentes”
puntuales, sino que se trata de un conjunto sistemático de técnicas -que pueden
o no incluir la agresividad manifiesta-, que el hombre utiliza en un proceso de
invasión de los límites de la mujer para restarle libertad y encauzarla hacia
los deseos e intereses masculinos. Debido a estas características, esta violencia
suele llamarse también “malos tratos” o comportamientos abusivos y sus efectos
varían según su intensidad y su prolongación en el tiempo.
Los valores, creencias y mandatos sobre lo que un hombre
"debe ser" (la llamada masculinidad hegemónica) transmitidos por la
socialización tradicional, son los que están en la base de esta violencia, por
la posición existencial de superioridad que promueve. Esta posición lleva a casi
todos los hombres a creerse con el derecho "natural" de tener a las
mujeres a su disposición –con las consiguientes expectativas
de subordinación incondicional femenina–, así como a imponerse para satisfacer
sus deseos e intereses. Como resultado, se desarrolla la necesidad de que todo
esté bajo control porque no se soporta a la otra persona como diferente, autónoma
y no disponible, se aprenden habilidades –la violencia entre ellas- para conservar
ese control y se adquiere una gran susceptibilidad ante la autonomía femenina
que se vive fácilmente como ataque al poder o como humillante herida al orgullo
personal.
En este entramado subjetivo la utilización de la violencia
es una metodología masculina multiuso, "adecuada" para conseguir lo
deseado, reafirmar y/o mostrar que la razón o el poder están de su parte -especialmente
si son puestos en cuestión-, probar o reafirmar la virilidad y la autoridad, arreglar
diferencias, silenciar disidencias, anular conflictos de poder, mitigar el dolor
a heridas a la autoestima, descargar sentimientos desbordantes o esconder la vulnerabilidad
o la impotencia. Metodología que en muchos hombres se transforma en un modus vivendi,
abusivo con las mujeres.
Los hombres que ejercen violencia sistemática contra sus
parejas o ex parejas son aquellos en que ese modus vivendi es más integral y quienes
están más rígidamente identificados con la posición de superioridad que promueve
la socialización masculina. Estos hombres son caricaturas desmedidas de la masculinidad
hegemónica y de los valores guerreros, explotadores y competitivos que aún imperan
en nuestra cultura. Fundamentalistas de dicha masculinidad, funcionan a través
de un esquema motivacional, emocional y conductual predominantemente
patriarcal, machista, misógino y paternalista, que incluye un código moral autocomplaciente
y autojustificador.
Existen algunos factores no causales que incrementan la probabilidad de que hombres
con este esquema ejerzan violencia física incidental: estresantes, socioeconómicos
o afectivos (celos, amor pasional, falta de autoestima), alcohol, drogas o trastornos
psicopatológicos.
Casi todos los varones socializados según
el modelo masculino hegemónico en nuestra cultura sexista tienen a mano como recurso
la violencia. La posibilidad de ejercerla y sus características dependen del grado
de fidelidad o rebeldía hacia dicha socialización y los patrones de comportamiento
que fomenta. Por esto, no todos los varones son maltratadores, (aunque
la mayoría, dada su socialización sexista, podrían serlo), pero muchos ejercen
formas menores de esta violencia, especialmente las diferentes variantes de infravaloración
de las mujeres.
Los hombres no son todos iguales, tampoco los que maltratan.
Por ello no existe un perfil del maltratador. Entre los que suelen ser denunciados
porque la importancia de su violencia traspasó cierto límite (habitualmente los
que ejercen violencia física o psicológica grave) sí existen algunas características
comunes: gran rigidez en sus creencias misóginas, habilidades poco sutiles para
el dominio, escasísima empatía, gran capacidad manipulativa
y victimista, pobre control de sí mismos,
insuficiencia de habilidades sociales y de resolución pacífica de problemas, desajustes
emocionales y clima violento familiar en su infancia. Entre ellos se dan tres
perfiles que tienen diferente nivel de peligrosidad y de recuperación: dependientes
emocionales, controladores dominantes y violentos generalizados. Ahora bien, definida
la violencia masculina de un modo amplio como lo hemos hecho, estos perfiles se
van diluyendo a medida que disminuye la gravedad de la violencia, dentro del perfil
más general de varón "habitual/normal" (tradicional), misógino o paternalista.
Incluir a los hombres
en las estrategias de prevención de la violencia significa tener en cuenta todo
lo anterior: visibilizar a los maltratadores, no imaginarlos ejerciendo
sólo violencia física, no entramparse en sus justificaciones y no confundir las
razones de su comportamiento con los factores asociados que pueden agravar el
problema. Penalizar su comportamiento, lograr el cese de los incidentes violentos,
pero especialmente modificar el estilo vital abusivo hacia las mujeres, partiendo
de la deslegitimación de sus creencias acerca de su derecho de dominio hacia las
mujeres. Y con los hombres no maltratadores,
intentar comprometerlos a romper su silencio cómplice y colaborar activamente
en la erradicación de la violencia. Finalmente, con unos y otros, entusiasmarlos
en el desarrollo de actitudes y un modo de vida respetuoso e igualitario que eliminen
la violencia, el domino, el maltrato y el menosprecio como instrumentos de convivencia.
Luis
Bonino es psicoterapeuta especialista
en varones, masculinidad y relaciones de género y director del Centro de Estudios
de la Condición Masculina. www.cecomas.com