El cómic como espacio expresivo,
tanto en su dimensión narrativa como visual, ha reflejado en diferentes ocasiones
las problemáticas sociales, ideológicas y culturales del universo que lo rodea.
Estamos acostumbrados a asociar el cómic al mundo de los superhéroes del imaginario
adolescente que se han ido convirtiendo en superproducciones de las grandes industrias
cinematográficas. Sin embargo, el cómic ha tenido y tiene complejas vertientes
que van más allá de los superpoderes. El Comix Underground
estadounidense de los años sesenta sería un interesante ejemplo. Dicho género
está asociado a la compleja figura de Robert Crumb,
padre de un movimiento contracultural que basaba su discurso gráfico en la provocación.
Sus obsesiones y complejos de inseguridad le hicieron utilizar lo femenino como
objeto de deseo sobre el que construir sus sátiras más violentas. Jugaba con estereotipos
clásicos de lo femenino y los agredía brutalmente, como es el caso del pintor
que arremete contra su modelo, o la parodia de sí mismo en una entrevista televisiva
estrangulando a la exuberante presentadora que le acusa de usar el sadismo en
sus comics desde una óptica sexual. Crumb
utilizaba sátiras de fuerte contenido sexual aderezadas con violencia hacia la
mujer, anhelando impactar al orden establecido, sin preocuparse demasiado por
las implicaciones misóginas que conllevaba su trabajo. Sin embargo, también hubo
mujeres dentro del movimiento del Comix Underground,
o herederas del mismo, que expresaron otras realidades. Sus obras se enfrentan
a una sociedad que no quería entender sus voces feministas ni la reivindicación
gráfica de lo femenino. A la vez, son mujeres jóvenes que desarrollan el género
autobiográfico desde una perspectiva intimista que narra sus grandes traumas.
La creadora norteamericana Phoebe Gloeckner en su novela gráfica
A Child’s Life and Other Stories
recoge diferentes comics publicados entre 1987 y 1997.
Ella había sido testigo en la adolescencia del movimiento Underground y su obra refleja con sordidez e intensidad
esa época de su vida. El propio Crumb introduce y admira
su obra, y reconoce en ella la capacidad de ser indestructible, de haber sobrevivido
a una juventud que hubiese acabado con cualquiera. Gloeckner
nos relata no sólo los abusos a los que se ven sometidas su madre, su hermana
y ella, a manos del novio de su madre, sino también los sufrimientos de sus amigas.
Gloeckner es manipulada por el novio de su madre que
tiene relaciones sexuales con ella y se aprovecha de sus miedos e inseguridades
para tenerla controlada. El entorno doméstico es un infierno en el que su madre
ha quedado paralizada por el alcohol y no se siente con fuerzas para intervenir
frente a los abusos que su novio ejerce contra sus hijas y ella. El mundo de sus
amigas también está lleno de sórdidos y violentos abusos por parte de sus familiares.
Su amiga Cheryl es golpeada brutalmente por su padre con una correa
de perro. Aunque el caso de su amiga Tabatha es el más
espeluznante, ya que su propia madre, una heroinómana, la utilizaba cuando era
niña para que actuase en películas pornográficas y así financiar su adicción.
Todas ellas son niñas con infancias
marcadas, en las que no reconocen un espacio doméstico de seguridad y equilibrio.
Los comics de Gloeckner necesitan
expresar ese trauma para tratar de superar lo que arrastra esa dolorosa memoria.
También la artista de comics estadounidense Debbie
Drechsler escribe sobre su dramática experiencia. Sufre
de niña y adolescente constantes abusos sexuales y vejaciones psicológicas a manos
de su padre. En su novela gráfica La muñequita de papá (Daddy’s
Girl, 1996), la infancia se transforma en una angustiosa
pesadilla de la que su protagonista no puede salir.
Tanto los comics
de Gloeckner como los de Drechsler
denuncian realidades espeluznantes sobre los abusos que se cometen en muchos más
hogares de los que creemos. La violencia doméstica tiene un rostro inhumano y
sádico que busca a las víctimas más débiles. Estas obras en cierta forma están
denunciando delitos sin resolver que necesitan ser reconocidos por la sociedad.
Los comics también pueden hablar por los que sufren
y transformarse en espacios de reflexión y crítica de una sociedad que no quiere
darse cuenta de los dramas ocultos en el interior de muchos hogares. Éstos, de
corte autobiográfico, rompían con el estereotipo clásico del cómic como espacio
de entretenimiento. La voz adulta de estas mujeres necesita reconstruir el testimonio
de sus traumas y de los de otras mujeres. El cómic femenino autobiográfico que
ha heredado muchos aspectos de la estética del Underground no busca la provocación gratuita ni el
sarcasmo. Es un tipo de cómic que trata de expresar problemáticas intimistas y
mostrar la indefensión de la niñez en el entorno doméstico denunciando realidades
atroces.
En España, con Carlos Giménez también encontramos una voz gráfica que nos habla
desde la indefensión de la niñez. En Paracuellos
refleja en clave autobiográfica los aspectos más siniestros, sórdidos e hipócritas
de las instituciones franquistas. Giménez relata la
amarga cotidianidad de centros de acogida como “Auxilio Social” que abusaban sistemáticamente
de la infancia. Su obra también recuerda y narra gráficamente la violencia que
se ejercía contra las mujeres en el entorno doméstico. Los malos tratos y las
palizas eran parte de la escenografía de una sociedad machista que aceptaba como
realidad cotidiana los golpes y los insultos. En una de sus historias de la serie
Barrio, describe al macabro personaje del falangista Bautista y explica
aspectos terroríficos de la sociedad de su niñez: “cuando yo era niño todavía
no se había acuñado el termino “machista”. Los hombres, sin embargo eran muy machos.
¡Como estaba mandao!”. Así pone como ejemplo
de macho a su vecino, el falangista Bautista, hombre siniestro que entre sus comentarios
chulescos solía decir que se pegaba hasta con su madre. Giménez
critica duramente a este tipo de hombres y la permisividad que la sociedad tenía
con ellos. Por ejemplo, cuando Bautista llegaba borracho a casa la mitad de los
días, le pegaba descomunales palizas a su mujer. Las vecinas, aterrorizadas, lo
escuchaban y se lo comentaban con tristeza y horror a sus maridos. Sin embargo,
ellos respondían sin inmutarse: “¡Algo habrá hecho!”. Esta historieta, creada
en 1998, reconstruye una triste realidad de los tiempos lejanos del franquismo,
en la que los hombres asociaban la masculinidad a un discurso práctico de violencia
contra las mujeres. El autor es consciente de que aquello no había pasado a la
historia y cerraba la página con una frase que abría un serio interrogante: “[Esto,
chicas, afortunadamente ¿ya no pasa?]”. Si comparamos el triste universo que reflejaba
Giménez en sus historias con la realidad del presente,
podemos señalar importantes cambios en la sociedad española que reconoce como
delictivos y persigue estos abusos contra la mujer. Existe ahora una gran concienciación
por parte de toda la sociedad y sus instituciones trabajan por impedir que suceda.
Pero desgraciadamente, la violencia doméstica continúa marcando a golpes e insultos
la cotidianidad de muchos hogares.
El cómic mexicano también refleja
la dolorosa realidad de la mujer y su indefensión en muchos hogares. Un triste
ejemplo lo ofrecen algunos de los personajes de la serie La familia Burrón de Gabriel Vargas, un cómic de corte costumbrista
que leen tanto niños como adultos. Don Regino Burrón,
peluquero de profesión, vive con su familia en una modesta vecindad de la capital
mexicana. Además de su esposa Doña Borola y sus dos hijos adolescentes, Macuca
y Regino, Don Regino se hará
cargo de Foforito, un niño recogido por la familia para
impedir que su padre, el siniestro Susano Cantarranas,
le maltrate. Las historietas de La familia Burrón
son de tipo coral y a veces incluyen las aventuras de los personajes secundarios
que rodean el universo de los personajes principales. Susano Cantarranas se convierte junto a su compañera la Divina
Chuy en el protagonista del ejemplar que salió el 8
de diciembre de 1998. En este episodio no se narran los abusos de Susano contra su hijo Foforito,
sino su faceta de hombre violento contra su compañera a la que quiere echar de
la chabola para meter a otra amante. Pero los vecinos de la barriada se ponen
del lado de Divina y deciden defenderla. Sin embargo, la historieta deja un amargo
sabor de boca porque al final Divina decide continuar con Susano pese a los malos tratos, las palizas y los engaños.
Desgraciadamente, parece que esta relación llena de agresiones y amenazas es la
dinámica cotidiana que caracteriza su universo. La familia Burrón esconde en ese trazo infantil una existencia sobrecogedora
donde la realidad está llena de sufrimiento y desaliento. Por otra parte, tenemos
ejemplos de autores jóvenes, como Ricardo Peláez, que incluyen en su trabajo gráfico
una serie de historias donde la violencia doméstica marca el doloroso argumento
de las viñetas. Dentro de esa línea, su libro Fuego lento: Madre Santa y otras
historietas para llorar trata de concienciar a los lectores de la dureza que
impregna la realidad doméstica de las mujeres en México. Una de sus historietas
narra el sufrimiento de una mujer a la que su marido pega por hablar en sueños,
otra el dolor de una ama de casa que es golpeada tanto por su marido borracho
como por su hijo drogadicto (el guión fue realizado por Fritz).
Este ejemplo muestra las posibilidades que tienen los comics
como instrumento de expresión comprometido para concienciar a la sociedad de los
infiernos domésticos a los que se ven sometidas muchas mujeres.
La industria mexicana también genera
un tipo de producto basura sólo para adultos donde la violencia contra las mujeres
marca la pauta de sus deplorables guiones. Una violencia obscena que degrada a
las mujeres y se mezcla con pornografía cutre. Son pequeños cuadernillos que se
venden por miles en los kioscos o las peluquerías de barrio para hombres. Historias
denigrantes y violentas donde el hombre siempre muestra su poder sexual y necesita
dominar y agredir a la mujer. Este tipo de materiales no tienen verdadera categoría
de cómic porque sólo existe como objeto de consumo sin aspiraciones estéticas
o literarias.
La violencia doméstica como temática
dentro del cómic es y será un elemento del costumbrismo gráfico mientras su rastro
continúe señalando a la sociedad. Los verdaderos artistas, cuando la incluyen
como temática en sus obras, son conscientes de lo que conlleva de denuncia y testimonio.
Estos comics tratan de estremecer a sus lectores, romper
las viñetas de la ficción para que se cuestione la realidad de un mundo donde
el hogar ha dejado de ser el refugio de la vida.
Ana Merino, poeta y estudiosa de
los comics enseña literatura y estudios culturales en
Dartmouth College (Hanover, EEUU). Ha publicado cuatro poemarios y un ensayo
titulado El cómic hispánico (Cátedra, 2003). Ha ganado los premios Adonais y el Fray Luis de León de
poesía. Es miembro del comité ejecutivo del Internacional Comic
Art Festival (ICAF), del patronato del Center for Cartoon Studies en White River Juntion, y del comité editorial
del Internacional Journal of Comics Art. Ha comisariado dos
exposiciones sobre cómic, publicando el catálogo Fantagraphics
creadores del canon para la Semana Negra.