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ISSN 1697-8218-----
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EL CUERPO SIGNO. PECULIARIDADES DE UN MUNDO BINARIO

Juan Trujillo

Día a día somos capaces de realizar cientos de actos preformativos, unos por nosotros mismos y otros con ¨ayudas¨ externas. Con todo esto se podría decir que nuestro cuerpo está siempre presente, ¿o dejó de estarlo en algún momento?

Si partimos del hecho de que el ethos[1] y el physis que nos configuran se dan como la variable y la constante respectivamente y dadas las características del mundo moderno en el que el todo diverso de lo posible derriba dogmas y temores que la fe no supo sostener. Debemos pues mirar al paradigma comunicativo actual para ser conscientes de las fronteras en las que se relacionan cuerpo, sujeto, y signo, y digo esto porque dentro de una cultura como es la occidental vivimos bajo la amenaza de lo aparente, de lo artificial. Para analizarlo me centraré en el paradigma comunicativo actual cuyas peculiaridades (tanto positivas como negativas) son susceptibles de ser analizadas por la semiótica dados los nuevos entresijos que plantea. Con esto mi objetivo se vincula a tres líneas paralelas como son el signo, el cuerpo[2], e Internet. Este punto implica manifestarse sobre la influencia que la red ha tenido sobre la cuestión del género, dado el nuevo paradigma comunicativo.

La red global por su parte nos permite un nuevo horizonte de análisis a la hora de cuestionar el ethos tanto colectivo como individual debido a la pérdida de presencia del cuerpo. De esta forma el ser humano se fragmenta de la misma forma en que según Hal Foster se fragmento el signo en su día. Para este la neovanguardia fragmento el signo visual al negar los conceptos gestálticos del arte de la vanguardia. Aunque bien entendido Foster se equivocaba; no se fragmento el signo sino mas bien esto le ocurrió al significante del mismo, lo que por otra parte propicio la apertura del contenido haciéndolo ambiguo y diverso, así por tanto se favorecían las proyecciones de los espectadores.

Algo similar le ocurre al usuario de la red. Éste puede ser emisor de un signo que aporta información sobre las características físicas y personales de si mismo y que intenta poner de manifiesto una presencia física, una invariable al otro lado de la pantalla, pero ¿en que medida recibimos a ese cuerpo y su extraña presencia? Para plantearnos esto lo primero que tendremos en cuenta es que tanto la emisión de la imagen de un cuerpo en Internet así como su recepción se alejan del plano de lo físico y se adentran en el plano de lo cognitivo. De este modo los conceptos saussurianos de significante y significado no podrían ser aplicados a los signos en la red (se refieran o no al cuerpo) dado que el termino "significante" nos remite a una constante física y por tanto estable, pero ese no es el caso.

Esto nos permite la aplicación de un nuevo término relativamente reciente como es de grado percibido. Este termino precisaría que lo físico es lo que vemos, en el sentido de que es la visión la que configura la imagen en sí (podemos referirnos incluso a presupuestos gestálticos como los definidos por Arheim). Esto implica que la denotación de una imagen supone no solo la emisión de la misma sino la concepción como tal por parte del espectador, el cual la integra si se da el caso en un entorno de los signos. Este término se ve complementado por el de grado concebido, el cual implica el hecho de que el contenido o el ethos en nuestro caso se deben a una proyección de la mente a la hora de percibir la realidad, es decir al investir de significación al signo es el que percibe el que configura el sentido dado que éste no es una esencia que resida en la imagen sino la estructuración del signo que hacen del mismo y su percepción una unidad indivisible en lo que conocemos como semióticas biplanas, y por tanto compuestas de un plano de la expresión y otro del contenido. Necesariamente esto implicaría que si el ser humano se fragmenta en la red lo hace porque los enlaces de unión entre lo denotativo del cuerpo y lo connotativo de la mente se diluyen fragmentando la presencia del cuerpo (casi destruyéndola pero no eliminándola sino convirtiendo al cuerpo en información en movimiento) y favoreciendo la proyección de múltiples contenidos, o lo que es lo mismo la estructuración por parte del que lo percibe en función de sus proyecciones (estímulos, impulsos, deseos…). Esta estrategia de la analogía entre cuerpo y signo nunca se vio con tanta claridad como en Internet, además de lo provechoso que ha resultado para el cyber-feminismo[3] dada la posibilidad de plantear el cuerpo como signo sin la necesidad de recurrir a la corporeidad física en sí. En este sentido la red parecía el lugar ideal para la proliferación de comunidades en línea o incluso el cyber-activismo con objeto de derribar los clichés que la fisicidad imponía, pero a esto me referiré luego con más detenimiento. Los escépticos señalarán que ya se ha tratado en exceso la relación entre cuerpo y signo visual con el arte del cuerpo de la segunda mitad del siglo XX, pero nunca esto se llevo al plano de la comunicación personal e intima como sucede en Internet, debido especialmente a que entramos en un terreno de la percepción naturalizada fuera de los entornos habituales para la presentación de los sistemas de signos como son el museo u otros entornos culturales dotados de un marco (constituido por sí mismo) que condiciona la percepción en un sentido aurático. Esto se ve en las charlas en red o chats, así como en el llamado cybersexo donde existe no solo la descripción verbal del cuerpo sino la posibilidad del encuentro con una imagen que parece asegurar que hay un cuerpo físico al otro lado de la red (la imagen en movimiento parece dar cierta seguridad pero se ve aún rodeada por un nuevo lugar aurático que comentare más adelante).

Pero caben las preguntas, ¿en que medida existe el cuerpo en Internet?, y si este existe ¿existen hombres y mujeres en la red? El cuerpo físico o cuerpo presente determina las diferencias físicas sexuales y junto a esto toda una serie de circunstancias, sean religiosas, sociales o culturales que imposibilitan el nivelamiento en términos de igualdad entre sexos. Esto es que el physis sin ser lastre real, si lo han entendido así diversos grupos culturales o religiosos, los cuales son los responsables del sucedáneo histórico; un peso muerto a la hora de entender al ser humano en términos de ethos. Siendo así debemos ahora entender la nueva situación que nos plantea la red global en la que la comunicación se plantea in absentia del cuerpo. De este modo el cuerpo resulta elidido en tanto que es sustituido, siendo su lugar ocupado por el signo, lingüístico o visual, a veces de un modo descriptivo y por tanto como información a modo de sucedáneo de nuestras palabras así como en calidad de ausente creciendo de este modo en atención debido a sus supresión del enunciado que como veremos constituye la red[4].

Con esto sólo cabe la posibilidad de entender el cuerpo en Internet de un modo simbólico y no con carácter indicial[5]. Pero que nadie se lleve a equívocos aunque algunos autores como el anteriormente citado Foster relacionen directamente el signo y el índice, la situación ahora es diferente. Cuando se refiere a ello él es consciente del carácter analógico de los medios empleados entonces para referirse a la presencia del cuerpo (nos situaríamos en plena efervescencia posmoderna a consecuencia del mínimal). Hay que realizar además una distinción entre lo simbólico y el índice. El primero mantiene una relación con la realidad basada en generalidades, es lo que podemos considerar las convenciones representativas así como elementos iconográficos altamente codificados, es decir, que la cultura los ha convertido en elementos de un repertorio de significaciones establecido y fácilmente reconocible. Por su parte el índice mantiene una relación directa con la realidad a modo de calco, huella, resto o desecho de un referente. Por tanto en lo que respecta al símbolo aparece ante nosotros de un modo diferente, y esto es mediante un nuevo repertorio proveniente de los mass-media así como de la amplia gama de clichés sociales en parte debidos a lo nuevos arquetipos generados mediante el imaginario colectivo en la última mitad del siglo XX. En esto se incluyen tanto las imágenes del deseo sexual como los presupuestos sobre el cuerpo perfecto, la obsesión por la salud o los roles sociales generados en el miedo a lo diferente. Todo esto se da cita en el enunciado colectivo que es Internet generando un nuevo repertorio de generalidades de carácter simbólico que constituyen el modo en que la red se relaciona con la realidad. En la situación actual un cuerpo en Internet es por tanto una imagen que ha sido susceptible de atravesar múltiples filtros, que es por tanto manipulable y que además se almacena como información en términos binarios en una date base. Esto implica al igual que la muerte que todos somos almacenables en todas nuestras cualidades y defectos, esto nos iguala a todos en una masiva inmersión de lo privado en lo publico. Así la veracidad de la que ha disfrutado hasta hoy el índice no resulta valida en el medio digital donde ya todo es homogéneo en el sentido en que todo es modelable. De esto parece responsable en parte la fotografía digital, aunque lo importante no es el aparato fotográfico sino lo que sucede antes de que la imagen llegue a la red.

¿Qué implica esto pues? Todo cuerpo llevado a la red ha sido susceptible de ser manipulado lo que implica la perdida de lo real del índice en favor del carácter simbólico y manipulado de la información que plantean los signos visuales no indíciales. En lo que a esto se refiere hay que puntualizar que en el momento en el que un cuerpo pasa del registro de lo real al registro de lo simbólico en el plano de la imagen (bidimensional en este caso) se enfrenta al desafió de lo ambiguo. Los signos visuales no pueden mantener contenidos unívocos (como explique anteriormente con el grado concebido) lo que implica que al contrario que los códigos lingüísticos (soy rubio, de metro ochenta…) solo puedan instaurar sistemas semisimbólicos, o lo que es lo mismo, el carácter simbólico antes mencionado se debe fundamentalmente a las proyecciones de sentido por parte del espectador[6]. Así la imagen digital del rubio de metro ochenta es objeto de las proyecciones de los receptores, y no sin cierto deseo erótico cuando hablamos del entorno de la red. Esto implica que si introducimos una imagen en la red con la intención de aportar ciertos contenidos que nos describan, pueden por otra parte ser objeto de visiones totalmente contrarias. Aunque el peligro no esta en la perversión del receptor sino en la del emisor en su calidad de manipulador de los registros de lo real antes de llegar el mundo simbólico de lo binario. En este sentido el que recurre a la red en busca del llamado sexo virtual se enfrenta a un casi constante estado de lo simbólico, a una perversión del engaño que convierte al mundo digital en un estado del metasimulacro, de la hiperrrealidad.[7] Esto choca por otra parte con la cara positiva que ya mencione del cuerpo en Internet; si este no esta presente seria un error no aprovechar las posibilidades comunicativas que resultan de eliminación de los perjuicios que implica la presencia física del cuerpo extraño. Esto seria fácilmente aplicable a las charlas en red pero no tanto al sexo virtual el cual requiere de ese estado de lo simbólico, quedando en manos del usuario o receptor el mantener la línea que separa lo real físico de lo "real" (simulado) de la red (este es un problema que por supuesto afecta también a los juegos de realidad virtual).

Pero en la red es otro además de la imagen el medio empleado. El sistema lingüístico también sufre en la red una transformación crucial. Frente a la relativa lentitud y linealidad de la lectura analógica propia del llamado hombre tipográfico, en Internet se es victima de la falta de tiempo, o más bien del abuso del mismo. La ya característica velocidad del mundo moderno se ve llevada al paroxismo en Internet. El usuario quiere rapidez para acceder a la información, e información a su vez directa y lo menos narrativa posible. El usuario se ve por tanto recompensado con el bombardeo de información dada la capacidad de almacenamiento del código binario, así como la despiadada ruptura de la privacidad de los mensajes no deseados, y otros escarceos de la inmersión de lo privado en lo público. Con esto el emisor de datos verbales reduce los elementos del código para estar a la altura de la velocidad que le requiere el contexto[8]. Esto da lugar a una negación de la narratividad que convierte a un sistema simbólico y lineal como el lingüístico en un modo poco fiable de enlace con la realidad física del otro lado de la pantalla.

Con esto ni la imagen ni el lenguaje quedan en muy buen lugar en la red. Pero por otra parte existe narratividad en la red[9], y de esto es responsable en gran medida el net.art que como contrapunto a la velocidad de la red pone de manifiesto la narratividad en la recepción que ya se planteó en gran parte del arte posmoderno que buscó prolongar las características del signo.[10] A esto contribuye de especial modo la particular presencia del enlace que imposibilita una percepción holística del sintagma sino se han recorrido antes las diferentes partes, o lo que es lo mismo, los elementos paradigmáticos se encuentran fragmentados y se hace imposible una lectura inmediata, algo característico por su parte del signo posmoderno. Sirva como ejemplo la obra Separation de Annie Abrahams[11], en la cual se pone de manifiesto una narratividad a la fuerza puesto que los elementos en forma de texto que constituyen la obra solo aparecen cuando se hace clic a un ritmo predeterminado, obligando así al espectador o usuario a supeditarse a dicho ritmo.[12]

Pero, ¿que sucede con el género? La situación hace que se enfrente a un punto intermedio, un punto inestable y mixto a la vez. La quiebra de lo indicial y el paso a lo simbólico de la relación personal en línea hacen de este "género sígnico" sin cuerpo físico un lugar inestable en el que el cuerpo extraño no determina nuestra propia presencia, así también el deseo erótico no tiene cuerpo lo cual explica porque mencione anteriormente la necesidad del cyber-sexo de ser simbólico, además de ser objeto de la proyección de las nuevas generalidades de significación provenientes de lo mass-media (erotismo, pornografía, estereotipos sexuales…), dichas proyecciones, no nos engañemos, son protagonizadas por hombres en la mayoría de los casos y digo esto porque la red se ha convertido en lugar habitual para las imágenes de la fantasía sexual masculina. Visto de otro modo, si para Jaques Lacan la mente se divide en tres estados: el real, el imaginario, y el simbólico. Este último es el protagonizado por el simbólico falo que constituye el falocentrismo propio de nuestros modos culturales. De este modo el falo encuentra su igual en el estado simbólico de la red posibilitando el dominio de la fantasía sexual masculina en el universo de lo binario. Como ya mencioné la red parecía el lugar ideal para derribar los dogmas del cuerpo pero se encuentra entonces en una encrucijada; atendiendo al falocentrismo y su constitución en la mente humana, el genero en el mundo físico se vería más determinado por lo simbólico lo cual da lugar a una jerarquía, o como explica Rosi Braidotti se da una abstracción trascendental del falo y lo masculino relegando a la mujer a ser recluida en su cuerpo y sus funciones maternas: Las mujeres necesitan volver a hacerse con su subjetividad, liberándose hasta cierto punto de su cuerpo.[13] De este modo se puede pensar que el cuerpo sígnico de la mujer en la red le da a esta la subjetividad que demanda Rosi Braidotti, pero no es así si somos conscientes del minado falocentrico que hace de Internet el marco del deseo masculino. Es por tanto necesario ser consciente de los límites de la red dado que esta no es un mundo sin límites.

Por otra parte el género es inestable en la red y por tanto no puede ser dicotómico dado que seria entonces una figura de lo estable, residuo de lo que para Freud seria la ley del padre. Se desvía por tanto del género en los términos de la historia occidental, desafiando lo dicotómico y explorando lo posible. Por tanto lo menos importante en este caso sería el ser físicamente mujer u hombre cuando esta concepción biológica no va más allá del teclado del ordenador. ¿Cómo te han educado? ¿Te ves hombre o mujer? Si se trata en términos de ethos, la red se da como un estado de lo simbólico, a dicho estado se modula el cuerpo si se le denota en la red, con lo cual el problema sigue siendo de recepción. ¿Te perciben hombre o mujer?

Lógicamente si pretendo formar parte de una comunidad en red de mujeres movidas por una serie de motivos, se entenderá entonces que biológicamente soy mujer, o si por el contrario entro en un chat gay todos pensaran que soy un hombre que busca a otro hombre fuera o dentro del entorno de la red. Sea cual sea el caso los que me perciben dan por supuesto que tras la línea telefónica hay un cuerpo de uno u otro signo, una invariable que me hace estable fuera del ambiguo entorno de los signos, tanto visuales como los transformados códigos lingüísticos de la red.

Con todo no hemos hablado del intermediario. En una relación mediante telepresencia el aparato que nos constituye como cyborgs, es decir, el ordenador es por su parte un cuerpo que nos observa. Quiero decir esto en el sentido de que sin que la pantalla del ordenador nos observe el que se comunica mediante la red así lo asume dado que se espera respuesta, reacción, recompensa. Esto se debe a una peculiar característica del ser humano: la sensación paranoide. Como resume Hal Foster al referirse a Lacan, el ser humano de un modo similar a otros animales de presa puede llegar a sentirse observado por el medio, y en este caso por los objetos: Visto por tanto al mirar, representado al representar, el sujeto lacaniano está fijo en una doble posición y esto lleva a Lacan a superponer al cono de visión usual que emana del sujeto otro cono que emana del objeto, en el punto de luz, que él llama la mirada[14]. Como el mismo Foster señala esto convierte al sujeto en una imagen, ésta por tanto es observada como sin de un animal de presa se tratase. Para el usuario de la red comunicarse con otra persona a través de la misma supone sentirse observado, se espera como ya he dicho una reacción y esta sensación aumenta por tanto la sensación de corporeidad de un sujeto que se enfrenta a un cuerpo que a pesar de mostrarse in apsentia nos observa en ese modo que es la telepresencia. Pero, ¿dónde está ese hombre o mujer con el que me comunico, o esa imagen corpórea que me observa? ¿Están al otro lado de la pantalla en algún punto físico, o lo que importa es que están dentro?

El permanente estado de lo simbólico de la red hace convivir al usuario con una constante lucha por la superación de ese mismo estado, o lo que es lo mismo, por llegar a lo real. Esto se debe al hecho de que el ordenador es un marco, un marco de lo sígnico en el marco de lo real. Éste no es más que la frontera física que impone la pantalla del ordenador. La observamos esperando respuesta como si de un ser vivo se tratara. Nos sentimos observados por la red, nos sentimos vulnerables. Bajo esta perspectiva Internet se constituye como un nuevo lugar aurático fuera de la realidad traumática, dado que si en la realidad física se percibe como simbólica o imaginaria queda siempre el posible encuentro con lo real, y esto es tanto lo positivo como lo negativo de la red, su posibilidad al ser simbólica, de subvertir los ordenes culturales y su peligro de perder el contacto con las experiencias de la realidad (me refiero al estado mental de lo real), siempre reguladora en su percepción directa de lo traumático.

Por otro lado aunque esto sirva como lugar de encuentro de grupos con un carácter reivindicativo o de simple apoyo como son las comunidades hipotéticas descritas por Theresa M.Senft[15], la red está lejos de ser antropológica. No se habita en la red, la cultura de red no es indicial, no tiene lugar, no es mapeable. Culturalmente la red se constituye constantemente mediante comunicaciones performativas por lo que se instaura como lugar de intersección de proyecciones de nuestras necesidades, de nuestros deseos, de nuestras preguntas, además claro está de la industria del entretenimiento y la información así como del mercado.

A menudo se actúa de modo cómplice e inocente ante la mirada del ordenador, se le da nuestra persona a un cuerpo simbólico que nos sustituye en el refugio ante lo real que supone la red. Esto supone ya dos inmersiones: la primera es la inmersión de lo privado en lo público, en un medio en constante movimiento que hace de los cuerpos simples paquetes de información. La segunda es la cada vez más difusa frontera entre el espectáculo natural y el espectáculo artificial. Quiero detenerme ahora en este último punto. El espectáculo natural, es decir, los estímulos preceptuales que no implican actos humanos son absorbidos por el espectáculo artificial que supone la cultura y en especial el mundo de los media e Internet. El estimulo perceptual que supone la naturaleza no es propiamente semiótico al no producirse un acto comunicativo de mano del hombre, esto da entonces lugar a un repertorio de sensaciones perceptivas que regulan nuestra percepción del mundo mediante procesos de conformidad con la sensación perceptiva de la naturaleza y la realidad física. Dicho de otro modo, el espectáculo natural alimenta nuestros modos de defensa contra las agresiones del medio, lo que implica en nuestro caso conocer la frontera entre lo real y lo simbólico, entre el cuerpo y el signo.[16]

El problema radica pues en la creciente absorción que ha protagonizado el espectáculo artificial el cual es una variable dado que al ser fruto de la volunta humana se la puede considerar por tanto semiótica, o lo que es lo mismo se la puede quebrantar de un modo retórico. Esto implica que los cuerpos son enunciados manipulables y por tanto destruibles del mismo modo en que Man Ray añadía unos clavos a una plancha (Regalo, 1921)[17] destruyendo de ese modo la norma que constituye a la plancha como enunciado; podemos ahora destruir al individuo, a la mujer, al hombre, al cuerpo, porque ahora son enunciados en un espectáculo artificial y binario. Este puede ser por tanto el mayor peligro que representa la red para la sociedad y la cultura, no hablo de simple body-art sino del día en que un niño no sea consciente del continuum visual que supone la naturaleza no semiótica, la realidad traumática a veces, pero no artificial. Del mismo modo los conceptos de orden y caos son frutos de la cultura, especialmente de una cultura religiosa basada en la creencia de dos extremos, el bien y el mal, luz y oscuridad, Dios y el diablo. En mi cuerpo no se da un orden o un caos, simplemente es real, lo siento, me siento a mi mismo, el cuerpo preexiste a la cultura. El orden o el caos solo son posibles en los sistemas de signos como lo es la cultura en general, el dinero, el lenguaje, el arte, y por supuesto Internet. Querer llevar el ser y su cuerpo a un entorno de los signos como es Internet es exponerse al la lucha entre ambos extremos, orden o caos. Caer en el caos es fácil en un entorno sin relación directa con la realidad. Allí en el mundo digital mi cuerpo se sume en el peligro del caos, lo que no es otra cosa que perder el contacto con el cuerpo real, con los problemas reales.

En lo que al arte concierne sería pues de reprochar la falta de perspectiva crítica de algunas practicas del net.art reducidas a una pura visualidad más propia de una gestalt formalista que de una praxis consciente del medio en el que se instaura. Para este net.art el cuerpo se presenta como el determinante universal que es el physis en el sentido del deseo: el cuerpo es imagen y es por tanto moneda de cambio en la realidad física y estimulo de lo imaginario en la simbólica red. Pero el principal problema del net.art viene dado por los que intenta recontextualizarlo en el ámbito físico de la institución para que la recepción de este quede en todo momento dentro de los limites de la institución. Esto se debe a una falta de análisis del medio de la red que impone su propio marco el cual determina el plano de la expresión y exige una tautología crítica hacia si mismo. Llevar el net.art a una institución física supone subordinar el marco de la red al marco de lo institucional. En lo que al carácter simbólico que ya he comentado, se podría decir que en muchos casos estamos volviendo a colgar a Velázquez.

En definitiva resulta evidente que en siglo XX los procesos históricos se aceleran, y en especial los referidos a avances tecnológicos. La asimilación de dichos avances da lugar a momentos de incertidumbre y es ahora el momento de hacer buen uso de los nuevos medios desde una postura cautelosa pero sabiendo sacar partido a todo lo que ofrecen: el hacktivismo; los usos, si cabe honestos del material cultural; o el componente psicológico de lugares online como las comunidades hipotéticas. En lo que al cuerpo respecta se podría decir que en la red éste es más signo que nunca, lo cual da lugar a todos los inconvenientes que describo en el texto. El feminismo puede alcanzar en la red la abstracción de la femineidad a la que alude Rosi Braidotti, pero esto se enfrenta a un entorno dominado por la ambigüedad del signo y el dominio histórico que el deseo sexual masculino ha ejercido sobre el. Por otra parte lo positivo de la red puede en un momento dado ser un acto preformativo en la realidad pragmática.

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[1] En adelante usare el termino physis para referirme a la parte del física del ser humano aunque no a modo de portador del ser. Por su parte ethos hace referencia a la idea abstracta del ser humano, o lo que es lo mismo, lo no material, lo meramente mental. Se podrían describir también como continente y contenido siempre y cuando no se usaran estos términos de un modo biunívoco.

[2] Es conveniente observar como el cuerpo ha sido tratado como signo visual por los artistas del body-art los cuales vieron en la presencia física una salida a la desmantelación que el signo objetual había sufrido con los neo-objetuales (Rauschenberg, Arman, etc). Aunque en el caso que nos ocupa, el cuerpo como signo no sería un plano de la expresión estable según los términos usuales en la semiótica más reciente.

[3] Con frecuencia este aspecto se ve de una forma excesivamente utópica sin tener en cuenta los problemas que plantea el sistema semisimbólico de la imagen, ni las motivaciones que a un usuario llevan a presentarse en la red con su sexo físico real o no, lo cual no debería importarnos si nos referimos a una teoría de la recepción.

[4] Para familiarizarse con la elipsis en la retórica visual: CARRERE, Alberto y SABORIT, José: Retórica de la Pintura. Cátedra, Madrid, 2001.

[5] Se entiende por índice la posibilidad del signo visual de un registro de lo real a modo de calco, huella o similar. Esto pone de manifiesto una relación directa con el referente, lo que en el caso que nos ocupa implicaría la existencia del cuerpo en el plano de lo físico.

[6] Santos Zunzunegui define el "sentido" como "ese concepto indefinible, del que nada puede decirse con anterioridad a su manifestación", por otra parte dice del "significado" que "por su parte, se define como el sentido articulado". Él describe estos elementos refiriéndose a otro enunciado colectivo que como Internet constituyen lógicamente espacios del sentido, éste es el museo. Véase en: ZUNZUNEGUI, Santos: Metamorfosis de la Mirada. Museo y Semiótica. Cátedra, Madrid, 2003.

[7] Seria una super-realidad en la que no caven los fallos, solo los cánones de la perfección estética del mundo de la imagen publicitaria y los mass-media, la continuación de algo que nos es de sobra conocido.

[8] El contexto determina las características del código y en especial al uso de la denotación tanto visual como en los monemas verbales. Se podría además dar tres características del medio como son la compacidad, velocidad, y literalidad.

[9] Digo esto en un sentido positivo dado que la narratividad nos defiende de manera casi forzosa contra el rápido modo de percepción que se da en la red. La capacidad de percepción puede ser contextual y la rapidez con que se reciben los contenidos de la red dista de los modos que se dan en el mundo físico. Esta dislocación en los modos de percepción puede no ser positiva si queremos mantener los límites entre lo virtual y lo real.

[10] La literalidad del mínimal y la mayor parte de sus consecuencias relacionadas con la desmaterialización de la obra de arte provocaron una narratividad en contraposición con la obra de la modernidad formalista y sus predecesores. Esto se manifestó de un modo especial en los modelos de praxis que indagaron en la cualidad espacio/tiempo: instalaciones, performances, vídeo…

[11] La obra de Annie Abrahams redunda en como nuestras acciones son reguladas por la maquina basándose en una experiencia personal durante un periodo de hospitalización. Véase en: www.2-red.net

[12] Todo usuario de la red es en sí el espectador de un enunciado, del mismo modo en que lo es el usuario de un museo, de la televisión, etc. Por tanto creo posible el uso de ambos términos para referirnos al receptor en este caso puesto que es tanto el usuario de un servicio de comunicación como el espectador de un enunciado en un entorno de sentido.

[13] www.aleph-arts.org

[14]FOSTER, Hal: El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Akal/ Arte contemporáneo, Massachussets Institute of Technology, 2001.

[15] www.aleph-arts.org

[16] La frontera entre espectáculo natural y artificial está aún siendo debatida por la semiótica. Incluso es cuestionable el hecho de seguir hablando de espectáculo natural dado que el ser humano para controlar su entorno lo ha dotado de sentido, semiotizando pues todo su entorno. Mi aplicación del espectáculo artificial se ha de relacionar especialmente con el mundo de los media, la tecnocracia, lo virtual y el concepto de cyborg.

[17] Se trata entonces de la adjunción de un elemento alótopo, es decir, un elemento extraño que rompe la norma interna del signo. En este caso los clavos rompen la norma que constituye a la plancha como enunciado, esa norma es la isotopía lo cual hace referencia al grado de base del que se parte (grado cero) y que describe a la plancha como tal. La adjunción de este elemento da lugar a la retórica entendida como desviación de la norma. Para una familiarización con la retórica visual sirvan de referencia los textos del Groupe µ: Retórica general, Barcelona, Paidós, 1987; y Tratado del signo visual, Madrid, Cátedra, 1993.