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Algunas reflexiones sobre el concepto

 

  La identidad es un concepto multiforme y marcadamente contextual, un término socorrido usado en muchas ocasiones como cajón de sastre para proyectar nuestra posición en el mundo, nuestra conciencia de lo que somos en relación a lo que nos rodea, a lo que nos iguala y a lo que nos diferencia. La identidad tiene que ver con lo idéntico y con las formas de identificación, precisa de lo diferente y de las formas de alteridad. No obstante, para entendernos necesitamos especificar una perspectiva ontológica. Tal vez una alentadora manera de enfrentarnos al término requiera que agrupemos las nociones de identidad con objeto de clarificar su entendimiento histórico y su comprensión más contemporánea. Al respecto, podemos diferenciar dos corrientes de estudio conectadas desde los orígenes del pensamiento filosófico que coincidirían con una postura denominada esencialista y con otra postura llamada nominalista o existencialista.

Esta primera posición (esencialista) se sustenta en la creencia de que existen realidades esenciales, originales e inmodificables. Recordamos el origen de su enunciación en Parménides, quien afirmaba que "el devenir está excluido del ser". Así, la mismidad desde esta perspectiva se considera como aquello que permanece invariable en el tiempo, lo que permanece idéntico a pesar de los cambios, corroborando el concepto parmenídeo de "El Ser es, el No-Ser no es". Sin embargo, para sustentar esta postura tendríamos que matizarla: ¿cómo y en relación a qué se valora lo que permanece? ¿cómo se mide la esencia? Habríamos, por tanto, de complementar esta posición con la vinculación de las esencias, señala Dubar, con la "categoría" [1] , "géneros que agrupan todos los seres empíricos que tienen la misma esencia (eidos). Cada categoría define el punto común esencial de todos a los que agrupa".

De otro lado estaría una postura no esencialista, una postura nominalista o existencialista que surge de la convicción de que todo cambia (panta rei); una posición que parte del rechazo a la existencia de esencias que permanezcan inmutables. Desde esta perspectiva las identidades existirían siempre en relación a las alteridades y dependerían del contexto de su definición. En esta línea, los conceptos de identidad obedecerían a una perspectiva histórica y personal y partirían de un rechazo de la existencia a priori de diferencias indelebles en los individuos. Sí habría sin embargo formas de identificar dependientes y variables según el contexto histórico y personal.

Estas maneras de identificación, tal como afirma Dubar, pueden ser de dos tipos: las identidades "para los otros" (las identificaciones asignadas por los otros) y las identidades "para sí", o sea, las demandadas por uno mismo. En este sentido, por identidad no se entendería "lo que permanece idéntico" sino la consecuencia de una identificación circunstancial, es decir el efecto resultante de una labor de diferenciación junto a una labor de generalización, buscar lo diferente en lo común. Para ello, primero se precisa la singularidad de alguien o algo en relación a otros y después se define la conexión, lo común a un conjunto de elementos diferentes de otros. Desde esta perspectiva, no puede haber, pues, identidad sin alteridad. De hecho en el umbral de la paradoja de la identidad encontramos esta doble labor propia de una postura nominalista (singularidad y generalización). Desde esta perspectiva no esencialista planteamos nuestra especulación en este trabajo.

 


[1] DUBAR, C.: La crisis de las identidades. La interpretación de una mutación, Barcelona, Bellaterra: p. 10.