La relación de dominio,
basada en gran medida en los intereses económicos, que ejercieron las metrópolis
respecto de las colonias no ha desaparecido. Si bien se puede afirmar que vivimos
en unas coordenadas poscoloniales, son muchas todavía las servidumbres y las dependencias
entre los países de pujante y rentable capitalismo globalizador
y los denominados, con toda la carga peyorativa, tercermundistas. En unos y otros
las sujeciones debido a las desigualdades basadas en los opresivos valores y patrones
de género siguen generando distintas formas de violencia. Sería injusto achacar
la permanencia de la desigualdad entre hombres y mujeres a los países colonizadores,
aunque tampoco se esforzaran demasiado en buscar la equiparación de derechos cuando
ocupaban territorios hoy liberados. En los países que lograron la independencia,
especialmente en los musulmanes, las reglas sociales y la imposición de la sharia[1] excluyen
a las mujeres del ámbito público.
En muchas ocasiones
las desigualdades de género carecen de canales para expresarse, o se manifiestan,
paradójicamente, en la imposibilidad de producir una reflexión y de abordar cuestiones
prohibidas. Los flujos migratorios y el trasvase de ideas y de culturas, en parte
mediante el uso de Internet, están favoreciendo, sin embargo, que empiecen a surgir
dispositivos de representación (literarias, cinematográficas, artísticas...) de
esa violencia, en forma de cuestionamiento, de manifestación de la diferencia,
más o menos indirecta, o de metáfora de la disensión.
En muchas ocasiones
las desigualdades de género carecen de canales para expresarse, o se manifiestan,
paradójicamente, en la imposibilidad de producir una reflexión y de abordar cuestiones
prohibidas. Los flujos migratorios y el trasvase de ideas y de culturas, en parte
mediante el uso de Internet, están favoreciendo, sin embargo, que empiecen a surgir
dispositivos de representación (literarias, cinematográficas, artísticas...) de
esa violencia, en forma de cuestionamiento, de manifestación de la diferencia,
más o menos indirecta, o de metáfora de la disensión.
En aras de una mayor efectividad, creo preferible focalizar este texto
en casos y realidades específicas y concretas, centrándome en algunos aspectos
del espectro cultural y social musulmán y en el caso egipcio en particular. En
este contexto, en el que el peso de la religión impide hablar abiertamente de
ciertas cuestiones, a los temas prohibidos se les denomina haram. Entre éstos están el de la
violencia conyugal y también el de las relaciones homosexuales.
Cualquier conocedor
de la actividad artística generada en los últimos años en Egipto sabe que no resulta
fácil adentrarse en ese terreno ni siquiera en una ciudad de 17 millones de habitantes
como El Cairo. Las dificultades y penurias abundan (en los cibercafés
las páginas de contenido religioso, político y sexual están vetadas) y los discursos
artísticos están lejos de constituir una prioridad en el orbe cultural de ese
país árabe gobernado por Hosni Mubarak en un claro ejercicio
de dictadura encubierta. Un gobernante que mantiene espléndidas relaciones con
las potencias que antaño fueron colonizadoras. Parecen lejanos los tiempos en
que Nasser, con sus defectos, consiguió cohesionar al
país en 1952 a favor de la independencia y la ruptura de ataduras respecto de
la metrópolis británica, que a regañadientes aflojó la presión en el lucrativo
control del Canal de Suez (también con intereses franceses), de ahí que podría
pensarse que desde 1956 la colonización se ha desvanecido. Yo diría que ha optado
más bien por maneras y vías más sutiles, como lo evidencia el control económico
de la industria turística en manos de las grandes compañías británicas, francesas,
norteamericanas, alemanas y holandesas.
En lo relativo a la
igualdad de derechos entre mujeres y hombres, la modernización nasserista y posteriormente la de Sadat –que imitó el modelo europeo– no ha dado muchos frutos
y con los años la influencia del fundamentalismo ha aumentado. Según datos aportados
por Al-Ahram (22-28 diciembre 2004, edición francesa)[2],
“la participación de las mujeres permanece limitada: 2,4% en el Parlamento y 1%
en los municipios”. En Egipto, una mujer no puede acceder al puesto de alcaldesa.
En otros países árabes como Arabia Saudí, la mujer está
privada del derecho al voto. Los casos de violencia conyugal se tapan y los jueces
suelen proteger al marido. En otro orden de cosas, la homosexualidad está prohibida
en la práctica, la policía hostiga y persigue como pudo verse en mayo de 2001
en el Caso del Queen Boat, donde se detuvo a 52 hombres homosexuales
con el subterfugio de “ofensa a la moral pública” o de prostitución. Algunos de
ellos fueron torturados en la comisaría. Casi cuatro años después, la situación
apenas ha cambiado y la invisibilidad de gays y lesbianas, una clara forma de violencia, es notoria.
Con una situación
semejante, dibujada a grandes trazos, ¿cómo se desarrollan las prácticas artísticas
en Egipto? Recientemente y por iniciativa privada e independiente de la tutela
del estado (los centros y museos de arte contemporáneo institucionales están chapados
a la antigua y muestran generalmente pintura tradicional) han surgido algunos
espacios en los que se han expuesto trabajos de mayor enjundia. Los artistas que
han desarrollado parte de su actividad en ellos están en permanente contacto con
las nuevas tecnologías, procedentes de países que ahora ejercen su dominio mediante
vías menos palmarias. Se dan extrañas paradojas: no es extraño encontrarse en
las calles de Asuán con mujeres cubiertas de la cabeza
a los pies que hablan con un teléfono de tecnología punta. Fatema Mernissi
piensa que la televisión por satélite ha permitido que las mujeres aparezcan como
comunicadoras eficaces y con autoridad. Tal vez es cierto,
pero todavía conviven con las presentadoras cosméticas de Nile
TV, que proyectan una visión paradisíaca de Egipto para turistas que acuden en
exclusiva a Hurghada y Sharm
al Sheij.
La presencia de mujeres
en el campo artístico no es infrecuente (muchas de ellas se han formado en ciudades
como París y Londres) pero cuando abordan cuestiones sociales espinosas optan
por un tratamiento elíptico. El temor a lo haram pesa lo suyo. En el caso de
Jihan Ammar se trata de un
mundo de mujeres, sin presencia masculina, retratada en la serie de fotografías
Travels with Shahrzad, 2001, un viaje por el kurdistán
iraní, o en la serie Arusa (Novia/muñeca) en la que el momento “trascendental”
de la boda se convierte, en el marco ostentoso de un hotel internacional, en un
ejemplo de cosificación. En Women, 2004, Rana el Nemr fotografía la diversidad
de mujeres que toman el metro en la capital egipcia, la mezcla de elementos occidentales
y musulmanes toman cuerpo en ellas. ¿Es esto un ejemplo del emborronamiento de
identidades y de culturas, o de fascinación por la superficialidad occidental
que no va acompañada de verdaderos cambios sociales? ¿Se trata acaso de que algunas
mujeres árabes fagocitan lo peor de Occidente: el culto al dinero y a la belleza
cosmética y se muestran impermeables a los derechos humanos? ¿Sucede lo mismo
con los varones?
El interés por la
cotidianeidad que experimentan las mujeres, en franca desigualdad, suscitó el
interés de Sherif El-Azma
que retrata a su propia madre en el vídeo Interview with a Housewife,
2001.[3] Siete
minutos que muestran los sinsabores de una vida entregada a los demás. El estrecho
espacio en que habita esta mujer mayor transmite sensación de asfixia.
En un país en el que
los sectores wahabistas amenazon de muerte a Nawal El Saadawi (quien en 1972 escribió Mujeres y sexualidad y criticó la ablación del clítoris) resulta muy
difícil zambullirse en los temas haram –no existen propuestas artísticas que analicen este problema
en Egipto; sí lo han hecho Pratibha Parmar en Warrior
Marks, 1993; Elahe Massumi en Obliteration, 1994;
y Valie Export en Violation Schnitte, 2000,
pero desde la “comodidad” de Occidente–. La homosexualidad, practicada a lo largo
y ancho del Nilo, se omite y condena. Sin embargo, tímidamente,
la denuncia de la violencia conyugal se abre paso. Lo demuestra Hassan
Khan en Three Stories about Men and Women,
2001, quien utiliza el sobrio formato de una entrevista a mujeres víctimas del
maltrato. No deja de resultar irónico que este artista –que estudió en la afamada
American University de El
Cairo (AUC), que cuenta con un número de publicaciones sobre estudios de género
de envidiable interés, pero que al mismo tiempo condenó la homosexualidad al infierno
de lo indecente e ilegal en el programa de estudios de 1999/2000– haya devuelto
un trabajo desestabilizador a sus ambivalentes maestros en el juego de la modernidad.
A caballo entre Occidente y su país, Hassan Khan (nació en Londres) devuelve a los nuevos colonizadores,
con guante de terciopelo, el fruto de sus enseñanzas. ¿Cómo percibirán los cairotas,
los egipcios, sus reflexiones? ¿Como un ejemplo de intrusiva
mentalidad occidental? ¿Como una crítica necesaria? ¿O como el inicio de la ruptura
del sacralizado haram?
Juan
Vicente Aliaga es profesor de la Facultad de Bellas Artes, Universidad Politécnica
de Valencia. Autor de Arte y cuestiones de género. Una travesía del siglo XX,
2004, y de Bajo vientre. Representaciones de la sexualidad en la cultura y
el arte contemporáneos, 1997. Ha comisariado las exposiciones: Pepe Espaliú, MNCARS, Madrid, 2003; Micropolíticas.
Arte y cotidianidad. 2001-1968, EACC, Castelló, 2003; Hannah
Höch, MNCARS, Madrid, 2004; Valie
Export, Camden Arts Centre,
Londres, 2004 Corresponsal de Artforum.