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DE DICCIONARIOS Y VIOLENCIAS

Eulàlia Lledó

 


Desde el momento en que una de las funciones de los diccionarios es relatar, retratar o reflejar cualquier aspecto de la realidad, es evidente que los diccionarios tienen que hablar de una de sus muchas facetas. Una de ellas es la violencia. Parecería, pues, que cualquier diccionario tiene la “obligación” de explicar en algunas de sus definiciones las distintas violencias que se dan en la sociedad e incluso es presumible que la omnipresente violencia del mundo en que vivimos tenga su reflejo (aunque son elementos opcionales y mucho más libres que las definiciones) en algunos ejemplos. Por ello este artículo indaga las relaciones que mantiene con la violencia un diccionario específico,
el diccionario normativo de la lengua castellana, concretamente la última edición del DRAE.[1]

Latiendo sin violencia

Una de las muchas maneras de acercarse a la violencia en el DRAE, sería ver qué usos hace en las definiciones de la propia palabra a lo largo de sus páginas. En él, hay 183 definiciones que contienen dicha palabra (curiosamente en plural, sólo una vez). Algunas de ellas no dejan de sorprender, ya que cuesta creer, por ejemplo, que en las siguientes, tanto el agua como otros elementos naturales actúen con violencia.

aguaje. hacer aguaje las aguas. 1. fr. Mar. Correr con mucha violencia.

alfaguara. 1. f. Manantial copioso que surge con violencia.

alud. 1. m. Gran masa de nieve que se derrumba de los montes con violencia y estrépito.

chorro. 1. m. Porción de líquido o de gas que, con más o menos violencia, sale por una parte estrecha, como un orificio, un tubo, un grifo, etc.

Parece que en aguaje, en alfaguara y en chorro sería más propio hablar de “fuerza”, y en alud de “rapidez”. Del mismo modo es difícil ver violencia propiamente dicha en estas dos acciones involuntarias:

batir. 24. intr. Dicho del corazón: Latir con violencia.

estornudar. 1. intr. Despedir o arrojar con violencia el aire de los pulmones, por la espiración involuntaria y repentina promovida por un estímulo que actúa sobre la membrana pituitaria.


Es raro que pueda pensarse que un estornudo puede ser un acto de violencia, no es tampoco muy tranquilizador pensar que la vida se mantiene por una constante, rítmica y recurrente armonía violenta.

También es difícil verla en acciones voluntarias, donde la violencia, a mi entender, no es, como mínimo, lo más característico de la acción.


arrojar. 1. tr. Impeler con violencia algo, de modo que recorra una distancia, movida del impulso que ha recibido.

jeringar. 1. tr. Arrojar por medio de la jeringa el líquido con fuerza y violencia a la parte que se destina.

cernear. 1. tr. Sal. Mover con violencia algo.

correr. a más correr, o a todo correr. 1. locs. advs. Con la máxima velocidad, violencia o ligereza posible.


En la última de estas cuatro se postula una cosa tan curiosa como que se puede correr con violencia y, sorprendentemente, se la da como sinónima de “velocidad” o “ligereza”.

Se puede ver su aparición también en entradas donde de hecho la violencia no se halla en la acción descrita sino en el resultado o en la intención de la acción. En las dos primeras quizás hubiera sido mejor hablar de fuerza.


cerbatana. 1. f. Canuto en que se introducen bodoques, flechas u otras cosas, para despedirlos o hacerlos salir impetuosamente, soplando con violencia por uno de sus extremos.

arrojar. 10. prnl. Dejarse ir con violencia de lo alto a lo bajo. Arrojarse al mar, por una ventana.


Se ve especialmente bien en cerbatana, donde la violencia no reside en soplar (como por otra parte tampoco está en el “arrojar” de la segunda definición) sino en la intención de disparar una flecha, acción que es bastante evidente que no se hace precisamente con la intención de acariciar o mimar a alguien.

En uno de los artículos del DRAE, se habla también de una violencia general atribuida a los animales, “brutal. 1. adj. Propio de los animales por su violencia o irracionalidad”.

En ocasiones, una violencia difusa también se atribuye a algún hombre (en este caso, no a ninguna mujer) en comportamientos puntuales, “capanga. 1. m. Á. guar., Bol. y Ur. Persona que cumple las funciones de capataz, conduciéndose, a veces, con violencia”[2] (Lledó, Calero y Forgas 2004, cap. 4).[3]

Pero una de las claves, quizás, de qué entiende la Academia por violencia y sus relaciones con ella, la puede dar, paradójicamente, la acepción de una entrada (que no contiene dicha palabra) referida a un comportamiento humano respecto a los animales, “virola. 2. f. Anillo ancho de hierro que se pone en la extremidad de la garrocha de los vaqueros para que la púa no pueda penetrar en la piel del toro más que lo necesario para avivarlo sin maltratarlo”.

Si se consulta la segunda acepción de garrocha dice: “2. f. Vara para picar toros, de cuatro metros de largo, cinco centímetros de grueso y una punta de acero de tres filos, llamada puya, sujeta en el extremo por donde se presenta a la fiera. Se emplea especialmente en el acoso y derribo, a caballo, de reses bravas y en faenas camperas de apartado y conducción de ganado vacuno”, vemos que se trata, sin paliativos, de un arma de ataque contra yeguas, caballos y reses bravas. Cuesta, por tanto, pensar que la virola sea este adminículo casi humanitario –se diría que sirve para hacerle cosquillas– que presenta su definición, sobre todo si se tiene en cuenta que “avivar” se define en primera acepción como “tr. Dar viveza, excitar, animar”. Más bien parece una pieza utilizada para que los animales aguanten la violenta agresión y no mueran en el ínterin.

Se detecta, pues, una cierta tolerancia y aceptación hacia la violencia ejercida contra los animales, ya que la definición niega que se les maltrate (“sin maltratarlo”), quizás debería hablar de un maltrato que intenta no llegar al extremo de matar o echar a perder al animal. Volveré más adelante sobre la cuestión de los maltratos.

 

Ejemplos ilustrativos


Hay unos cuantos ejemplos que, aún sin contener la palabra, muestran en su redactado vestigios de violencia. Por ejemplo, en la segunda acepción de la palabra, “armado, da. 2. El jardinero apareció armado con la podadera”, se utiliza una palabra relacionada con las armas para explicar que el jardinero está provisto de una herramienta, es decir, que la palabra “armado”, claramente relacionada con la violencia, se da como sinónima de “pertrechado” o “provisto”. No se puede culpar a la Real Academia de estas asimilaciones, ya que en este caso el diccionario se limita a recoger algo que hacemos las y los hablantes, sino que las traigo a colación para mostrar que en el lenguaje cotidiano no nos repugnan los términos relacionados con las armas y, por tanto, con la violencia. Esto explica que podamos decir con toda normalidad algo como la acepción de como2 (8. No sé cómo no lo mato”), lo cual, si nos paramos a pensar, implica grandes dosis de violencia y una muy poco pacífica manera de resolver un conflicto. Pero vuelvo a insistir, no deben achacarse a la Real Academia estas maneras de decir, sino al habla corriente y, por tanto, a un pensamiento habitual en gran parte de la sociedad.

También hay algún ejemplo que trata de la caza o de cuestiones de guerra, sin incluir ninguna valoración acerca de dichas actividades, así como tampoco se encuentra en los  dos ejemplos precedentes o en las definiciones del apartado anterior.

arnés. 4. Manuel llevaba todos los arneses para cazar.

canje. 1. Canje de notas diplomáticas, de prisioneros de guerra, de láminas representativas de valores.


Sólo en alguno, como en uno hallado en el artículo dejar que dice: “Se dejó decir que mataría a su enemigo”, se apunta que ésta es una mala acción puesto que ejemplifica uno de los sentidos de la fraseología: “Dejarse decir. Decir algo que ofrezca duda o que no pueda decirse sin algún inconveniente”. Esta misma valoración crítica la vemos en el ejemplo que presenta una de las acepciones de ebrio, ebria (“Ebrio de entusiasmo, de ira”), y esta cólera, esta furia, es percibida como negativa, ya que ilustra la acepción: “2. adj. ciego (poseído con vehemencia de una pasión)”.

Caso aparte es el ejemplo de hartar (“Hartarlo de palos, de desvergüenzas”) para su cuarta acepción “4. tr. Dar, suministrar a alguien con demasiada abundancia”, porque en principio podría parecer que critica a los palos, pero en realidad lo que se critica no son los palos en sí, sino la posibilidad de que sean demasiados.

Por el contrario, hay un cierto número de ejemplos, los tres siguientes son una muestra, que describen peleas sin criticarlas en absoluto.

liar. 7. Antonio y Pedro se liaron a bofetadas.

dar. 36. Aquellos dos se daban con furia.

tirar. 2. Juan tiraba piedras a Diego.


El diccionario se limita a describir a una serie de hombres que se agreden físicamente, sea cuerpo a cuerpo, sea a una cierta distancia, sin censurar su actuación, y no es porque el DRAE no opine nunca en sus ejemplos, que lo hace en ocasiones, sino porque parece que no debe encontrar especialmente censurable el lamentable espectáculo de dos hombres peleándose. Decía antes que en sus ejemplos el DRAE a veces opina sobre lo que se debe hacer o no, sobre lo que es importante o no, sobre algún comportamiento humano, se puede ver en:


más. 3. Más quiero perder el caudal que perder la honra.

pauta. 4. La vida de los santos es nuestra pauta.



Madres no ejemplares



Sin abandonar aún los ejemplos, me gustaría hablar de alguna particularidad de una serie de los que tienen presencia femenina, que son muy pocos, ya que hay unas 1223 entradas (Lledó, Calero y Forgas 2004, cap. 1) en las que se habla de personas de las cuales se puede saber que son mujeres u hombres y de estas 1223 hay sólo unas 201 que tienen ejemplos con presencia humana sexuada femenina o mixta. A lo largo de estos 201 artículos, hay un total de 236 ejemplos, puesto que algunos artículos cuentan con más de un ejemplo con presencia femenina o femenina y masculina a la vez. Sólo un 16,43% de los artículos, pues, tiene ejemplos con presencia femenina o mixta.

Una cuestión destacable de ellos es que hay una buena parte, el 22,64%, que se dedican a presentar a las mujeres como parientas de alguien, normalmente de un hombre, ya que abundan los ejemplos con esposas, novias, parejas, etc. A continuación, la relación de parentesco más prodigada en el DRAE es la de madre, puesto que diez ejemplos se consagran a ella. De éstos, sólo dos establecen un vínculo entre madre e hija (son más numerosos los que hablan de una relación entre madre e hijos). El primero, “escupido, da. 1. Fulana es escupida la madre”, se basa únicamente en el parecido físico y no en el tipo de trato que se establece entre ellas o en relaciones basadas en la afectividad o en el intelecto.

El segundo es nuevo, y quizás hubiera sido mejor que no lo incluyeran visto su violento contenido: “cargar. Su madre la cargaba a correazos” y se usa para ilustrar una acepción venezolana de dicho verbo (“38. hacer sufrir un golpe”). Así pues, el único intercambio real entre madre-hija que presenta el diccionario se basa en la violencia física. El hecho de que la única relación entre madres e hijas sea de este tipo no explica la esencia de este vínculo de parentesco sino el modo de ver el mundo de la propia Academia. Esta consideración acerca de las progenitoras no hará más que empeorar en las páginas del diccionario académico si tenemos en cuenta que, entre las demás madres que aparecen a lo largo de los diez ejemplos con presencia materna, una se lleva a matar con sus hijos y la otra es posesiva.

guerra. guerra campal. Era una guerra campal entre madre e hijos.

posesivo, va. 2. una madre posesiva.

Se trata de dos ejemplos introducidos en esta última edición del DRAE. El que corresponde a la entrada guerra recuerda la tónica del que se ha visto en cargar (también nuevo). El otro no muestra una especial violencia pero vuelve a resaltar una característica negativa.

En resumen, a pesar de la poca presencia femenina, tres de los cinco ejemplos nuevos de esta edición respecto a las madres son negativos y dos de ellos presentan madres violentas lo cual es una manera altamente peyorativa de presentarlas. Como si no fuera ya bastante difícil ser madre para que el diccionario lo dificulte aún más con sus modelos (o la ausencia de ellos).

Más maltratos

En la penúltima edición del diccionario, la vigésima primera, publicada en 1992, no aparecía ningún ejemplo dedicado a los maltratos, en cambio, en la última edición se empiezan a encontrar algunos indicios. Esto indica que este tipo de delitos o crímenes, seguramente porque cada vez tienen más repercusión social, ha hecho mella en él.

De todos modos, la violencia doméstica ha entrado en el diccionario con sólo dos ejemplos nuevos. En el primero, la presencia humana se concreta en una mujer (sobrentendida o elidida) que hace una acción y un hombre que la sufre, “trapo. como a un trapo, o como a un trapo sucio. Trata a su marido como a un trapo”.

El segundo ejemplo es bastante más vago, “desahogar. Suele desahogar su cólera con su familia”. Es fácil que mucha gente pudiera deducir que se está hablando de un hombre, no existe la certeza de tal cosa ya que no se explicita el sexo de quien lo protagoniza.

Cuesta entender que el DRAE ponga exclusivamente en manos de las mujeres este tipo concreto de violencia, de maltrato, aunque se refiera únicamente a la violencia psicológica.

Un tercer ejemplo relacionado con los maltratos estuvo ilustrando durante algún tiempo una de las acepciones del lema bárbaro, ra (“Su bárbaro esposo la golpeó”). Poner este ejemplo habría significado que el diccionario actuaba efectivamente como notario de la realidad, una de las encomiendas que la Real Academia tiene a gala lucir para explicar muchas de las decisiones que toma respecto al hecho de introducir o no nuevos artículos o acepciones, o respecto al modo de redactar definiciones y ejemplos.

Aunque este ejemplo estuvo un tiempo en la web de la Real Academia, en un momento dado lo sustituyó por otro aparentemente parecido, pero respecto al cual muestra sustanciales diferencias. Está también en la web, “bárbaro, ra. Su bárbaro vecino lo golpeó”, y éste es el que aparece tanto en la edición en papel como en el disco compacto.

Así pues, se cambió por un ejemplo que tiene únicamente protagonismo masculino y que, además, se aleja totalmente del originario desde el punto de vista conceptual. Con esta decisión la Real Academia optó por lo políticamente correcto ya que prefirió ocultar la realidad tal cual es, aunque es bien sabido que dicha realidad continúa existiendo aunque se la omita, pues no se arregla o se modifica simplemente porque no se hable de ella.

Lo que está claro es que la violencia doméstica, tanto física como psicológica, habitualmente sigue una determinada trayectoria que no es la que señala el diccionario. El único ejemplo del cual se sabe el protagonismo a ciencia cierta por lo que a los maltratos se refiere, no concuerda con la amarga realidad, ni en la frecuencia, ni en la dirección que toman y además, se atribuye en exclusiva a las mujeres. Así, como mínimo en este aspecto, hay un desacuerdo entre el mundo, entre cómo funciona el mundo, y la manera como éste se representa en el DRAE, puesto que ha omitido cuidadosamente presentar explícitamente a un hombre como perpetrador de algún maltrato.

Definiendo el mal trato

Aparte de los ejemplos que hablan de maltratos, también hay algunas definiciones que los tratan, más bien dicho que pasan de puntillas por este tipo de violencia. Hay al menos dos palabras que parecen clave que son maltrato y maltratar, así como la forma compleja malos tratos, incluida en la entrada trato, definida de la siguiente manera.

maltrato. 1. m. Acción y efecto de maltratar.

maltratar. 1. tr. Tratar mal a alguien de palabra u obra. U. t. c. prnl. 2. tr. Menoscabar, echar a perder.

trato. malos tratos. 1. m. pl. Der. Delito consistente en ejercer de modo continuado violencia física o psíquica sobre el cónyuge o las personas con quienes se convive o están bajo la guarda del agresor.

El primer lema no hace alusión para nada a la violencia contra las mujeres ni en el singular ni en el uso plural, “maltratos”, tan extendido para referirse a las agresiones de las que son víctimas numerosas mujeres a manos de sus ex parejas o parejas; vemos que, en lugar de definir el lema, se limita a remitirlo al verbo maltratar. A su vez, en este segundo lema se habla del maltrato en general y no dedica ninguna acepción específica a la violencia contra las mujeres por parte de sus ex parejas o parejas, ni tan sólo insinúa que puede haber alguna forma de maltrato específica.

La forma compuesta muestra aún más problemas. Se habla de quien inflige los malos tratos con un decidido masculino: “agresor”, lo que hace chocante que los malos tratos recaigan en exclusiva en otro ser de sexo masculino: “el cónyuge”. El uso del masculino pone muy difícil la tarea de poder imaginar que se refiera a una mujer, sobre todo porque el diccionario académico no siempre redacta de este modo. Tampoco aquí se insinúa que es más que posible que se trate de “la” cónyuge (ganas de empecinarse en que el masculino contiene al femenino).

Cuesta entender esta manera de redactar, cuando, por otra parte, el DRAE especifica hasta la saciedad qué defectos, peinados o incluso que presuntas enfermedades son exclusivamente o sobre todo femeninas. En las cuatro acepciones siguientes, que tratan concretamente del físico en mujeres y hombres, de la configuración del cuerpo humano, se puede ver cómo se hace especial hincapié en las mujeres.

ajamonarse. 1. prnl. coloq. Dicho de una persona, especialmente de una mujer: Engordar cuando ha pasado de la juventud.

forma. 18. f. pl. Configuración del cuerpo humano, especialmente los pechos y caderas de la mujer.

pendón2, na. 2. m. y f. Mujer cuyo comportamiento es considerado indecoroso. U. c. insulto.

escurrido, da. 1. adj. Dicho de una persona, y especialmente de una mujer: Estrecha de caderas.

Una pregunta pertinente sería la de por qué razón en estas cuatro definiciones son necesarias especificaciones como “especialmente de una mujer” o expresiones similares y no lo son, en cambio, en las tres anteriores (Lledó, Calero y Forgas 2004, cap. 3). Este comportamiento errático y poco riguroso muestra que la importancia concedida por el diccionario tanto a las experiencias de las mujeres como a las propias mujeres es escasa; se podría decir que incluso está teñido de una cierta violencia contra las mujeres.

En efecto, es difícil pensar que sea más necesaria la aparición del adverbio “especialmente” y la mención a las mujeres en las cuatro últimas acepciones que en la de maltratar, sobre todo teniendo en cuenta que el mismo DRAE utiliza dicho adverbio en algunas ocasiones para hablar de otras relaciones entre mujeres y hombres. Lo hace, por ejemplo, en la definición de bragazas, “1. m. fig. y fam. Hombre que se deja dominar o persuadir con facilidad, especialmente por su mujer”. Es evidente que si se define maltratar como “1. tr. Tratar mal a alguien de palabra u obra”, se podía haber definido bragazas como “Hombre que se deja dominar o persuadir con facilidad” a secas, sin especificar nada más. Hubiera sido más coherente.

La incoherencia del DRAE se pone de manifiesto a lo largo de otras definiciones que hablan de las agresiones y de los diferentes tipos de violencia con que se machaca sobre todo a las mujeres.

Así, siguiendo la manera de definir de bragazas y no la de maltrato, maltratar o malos tratos, la entrada forzador dice: “1. m. Hombre que hace fuerza o violencia a otra persona, especialmente a una mujer”, es decir, se hace hincapié en que la agresión la puede recibir mayormente una mujer (si se hubiese seguido, por ejemplo, el criterio de maltratar, la definición tendría que haberse acabado en la expresión “otra persona”).

La desexualización de las agresiones

Parece que la intención del DRAE (a pesar de lo que se ha visto en las entradas forzador y bragazas), es presentar como neutras otras agresiones sexuales, es decir, seguir la tónica de la serie dedicada al maltrato. Así lo muestran las dos siguientes formas compuestas que la Real Academia ha introducido por primera vez en su diccionario en los artículos agresión y abuso respectivamente.

agresión. agresión sexual. 1. f. Der. La que por atentar contra la libertad sexual de las personas y realizarse con violencia o intimidación es constitutiva de delito.

abuso. abusos sexuales. 1. m. pl. Der. Delito consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento.

De entrada, se trata de unas definiciones en las cuales no se subraya que tanto en las agresiones como en los abusos sexuales la mano ejecutora suele ser masculina. En ninguna de las dos se menciona esta recurrencia ya que vemos que se usa, bien en singular, bien en plural, una palabra genérica como “persona” con lo cual el sexo de la víctima queda enmascarado.

Esta desexualización de las agresiones también se puede ver en una serie de tres definiciones donde quien comete la agresión también se elide y donde la víctima aparece bajo otra palabra, en principio, genérica. Se trata ahora de la expresión “alguien”.

forzar. 3. Poseer sexualmente a alguien contra su voluntad.

fuerza. 12. f. Violencia que se hace a alguien para gozarlo.

violar2. 2. tr. Tener acceso carnal con alguien en contra de su voluntad o cuando se halla privado de sentido o discernimiento.

Las tres han sido modificadas sustancialmente respecto a la penúltima edición (por ejemplo forzar era: “3. Gozar a una mujer contra su voluntad”, con una víctima, pues, claramente femenina). Se constata, por otra parte, que la Real Academia decidió también en esta entrada cambiar “gozar” por “poseer”, rectificación que mejora sensiblemente en concreto esta redacción, pero que hace especialmente doloroso que no haya optado por hacer lo mismo en fuerza, donde se mantiene el “gozar” de la anterior edición.

También extraña que en cinco definiciones, dos de las cuales son nuevas y las otras tres sustancialmente modificadas, la Real Academia haya optado por dos criterios distintos, al redactar las definiciones con las palabras “personas” o “persona” y otras veces con “alguien”. Se trata de un proceder algo errático.

De todos modos, quizás la clave está en averiguar si la Real Academia percibe realmente como genérica una palabra como “alguien” (Lledó, Calero y Forgas 2004, cap. 2). Hay indicios de que no es así, que seguramente por puro androcentrismo, cuando aparece una expresión como “alguien”, por defecto se imagina que sólo puede encubrir a un hombre, le cuesta imaginar que podría tratarse de una mujer. Esta falta de imaginación se puede percibir en entradas paralelas que describen características de mujeres y de hombres, como en las siguientes unidades fraseológicas.



mujer. ser mucha mujer. fr. Ser admirable por la rectitud de carácter, por la integridad moral o por sus habilidades.

hombre. ser alguien mucho hombre. fr. Ser persona de gran talento e instrucción o de gran habilidad.


De pasada diré que para las mujeres se destacan cualidades morales, y capacidades y destrezas imprecisas, en cambio, en los hombres, se resalta el mucho talento, el elevado nivel de conocimientos o la gran pericia: toda una declaración de principios sobre lo que se piensa y se valora en unas y en otros. Asimismo, “hombre” remite a “persona” (una asimilación parecida a la que ya se ha visto en capanga), en cambio “mujer”, no, ¿quizás porque el colectivo femenino, al entender de la Real Academia, no puede ocupar ese espacio humano?

De todos modos, lo que interesa es la no muy sutil distinción formal en la manera de presentar las unidades fraseológicas: el contorno “alguien” que se da a la forma compleja masculina, no existe en la femenina, por tanto, este “alguien” de nueva planta es, en realidad, un sustituto de “hombre”. Esta manera de proceder pone bajo sospecha la creencia de que “alguien” en el DRAE sea un término genérico que pueda referirse a ambos sexos, puesto que el modo como se usa deja entender que es tan sólo masculino, ya que se está refiriendo a los hombres, y pensando exclusivamente en ellos. Este fenómeno se puede observar en otras formas complejas de los artículos mujer y hombre. 

De otras y distintas violencias

Sobrevuela a este breve repaso la sospecha de que las propias maneras de proceder constituyen en sí mismas violencia contra las mujeres.

No me refiero al hecho de que el DRAE entre sus páginas, aparte de las que se han visto, se niegue a modificar alguna definición que liga violencia con mujeres, como es la siguiente, “furor. furor uterino. Pat. Deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula”, que mantiene contra viento y marea aunque la Real Academia ha sido reiteradamente advertida. Sólo quiero destacar un rasgo de esta presunta definición: que la violencia sexual (puesto que de “deseo violento” se habla en esta definición) se atribuye a las mujeres (con los hombres como víctimas), cuando el más elemental principio de realidad indica que las agresiones sexuadas son básicamente un crimen masculino. Pero no, no me refiero tan sólo a esto.

Me refiero, si vamos a lo cuantitativo, a la proporción de mujeres y de hombres que pueblan sus páginas, a la obsesión que muestra de especificar, especialmente si es peyorativa, alguna característica humana en las mujeres, me refiero a decidir que “alguien” es equivalente a “hombre”, u “hombre” a “persona”..., es decir, a las distintas y variadas maneras de expulsar o invisibilizar, de despreciar a las mujeres en la lengua, mecanismos que generan una cierta violencia hacia este colectivo.

Esta sospecha se agranda si se tiene en cuenta que la Real Academia decidió no incluir, en cuanto a la violencia se refiere, palabras que tienen que ver con la experiencia femenina, estoy pensando en un término perfectamente documentado como “clitoridectomía” que es la palabra que nombra una brutal agresión que actualmente sufren millones de mujeres en el mundo, o que, siguiendo el mismo proceder que con maltrato y maltratar, introdujera una definición de infibulación insuficiente y poco clara (“f. 1. Acción y efecto de infibular”), sobre todo teniendo en cuenta que la definición de infibular es la siguiente: “1. tr. Colocar un anillo u otro obstáculo en los órganos genitales para impedir el coito”.

O, que en otro orden de cosas, la Real Academia decidiera no incluir otro vocablo también profusamente y bien documentado como es monoparental. ¿Tendrá algo que ver en esta negativa el hecho de que hay más familias monoparentales a cargo de mujeres que de hombres?

Estamos, por omisión o por mala redacción, delante de una serie de mecanismos que conforman el androcentrismo lingüístico. Y la mirada androcéntrica, sesgada, parcial y partidista sobre la realidad es una forma más de violencia, puesto que además pone límites al imaginario y al orden simbólico, puesto que limita lo pensable y lo decible. 


Eulàlia Lledó es doctora en Filología románica y profesora del IES Les Corts de Barcelona. Forma parte del grupo Nombra. Se dedica a la investigación de los sesgos sexistas y androcéntricos en la lengua y en la literatura, lo que la ha llevado a publicar diversos libros y artículos sobre diccionarios, análisis del discurso académico, prensa (especialmente la referida a los malos tratos) y libros de texto. 



Referencias bibliográficas

Eulàlia Lledó (coord.), M. Ángeles Calero y Esther Forgas. De mujeres y diccionarios. Evolución de lo femenino en la 22ª edición del DRAE. Madrid: Instituto de la Mujer, 2004.



[1] Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española, 22ª edición. Madrid: Espasa-Calpe, 2001.

[2] En esta definición, el DRAE asimila género humano y hombres, ya que atribuye sólo el vocablo a los hombres (“m.”) y luego se refiere a ellos con el término “persona”; en este caso, lo correcto y ajustado hubiera sido usar la palabra “hombre”.

[3] El libro también trata otras muchas cuestiones, entre ellas, algunas de las que habla este artículo.