We are
not the ‘woman’s question’ asked by someone else, we are the women who ask the
questions.
(Adrienne Rich 1986)
Un cuadro
y cuatro comentarios
En 2000, Begoña Marugán
y yo recuperamos nuestro cotidiano de pensamiento militante para lanzarnos mutuamente
una pregunta: ¿qué había pasado en los últimos años en España con la acción frente
a la violencia machista? ¿Cómo había llegado a convertirse en un tema público
tan destacado tras décadas de silencio institucional al respecto? y, finalmente,
¿cuales eran las claves de semejante transformación? Nuestro interés no se refería
tanto al análisis de las prácticas violentas y sus consecuencias sobre la vida
de las mujeres, como a la construcción y difusión del objeto discursivo «violencia
contra las mujeres» o «violencia de género» o «violencia doméstica», algo que
el feminismo venía llamando desde hacía tiempo «violencia machista», terminología
que, como luego pudimos constatar, adquiere sentidos bien distintos.
Con estas preguntas en mente debatimos con otras compañeras,
entrevistamos a algunas personas cercanas a este ámbito –abogadas, educadoras,
trabajadoras sociales, periodistas, etc.–, recogimos noticias y grabamos programas,
leímos y releímos ensayos, informes y algunos de los materiales que el propio
Movimiento Feminista (MF) había producido al respecto. En fin, que nos lanzamos
a explorar cómo estaba el patio. De esta indagación salieron cuatro artículos
comunes, además de intervenciones en diversos foros.
El lugar desde el que nos pusimos manos a la obra ya indicaba
algo de la hibridez de los espacios de enunciación de la violencia: la militancia
compartida durante los años ochenta y la primera mitad de los noventa, el encuentro
con feministas de más larga andadura, la acción presente en lo que algunas llaman
el «feminismo difuso» y la conexión precaria y problemática con el ámbito de la
investigación «desde una perspectiva de género». Tratamos pues de situarnos en
la historia, la historia de un movimiento que había nombrado y actuado contra
la violencia, contribuyendo a sacarla del ámbito de lo privado, y que hoy se veía
disperso, desplazado o quizás más bien mutado en cuanto a su composición, sus
contenidos y su presencia pública. Entonces, una vez más, ¿cómo recomponer estos
años: tres décadas desde la emergencia del MF de segunda ola, antifranquista,
rebelde, antiinstitucional…? ¿Cómo en relación con esta cuestión de la violencia?
Uno de los primeros experimentos de esta deficitaria recomposición
fue la elaboración de un cuadro que recogiera el contexto institucional, los cambios
legislativos, los hitos del MF y sus claves políticas entre los años 1975 y 2000,
especialmente en lo que tenía que ver con la violencia. Evidentemente un cuadro
sumamente incompleto porque la memoria ha de ser necesariamente colectiva y plural.
No obstante, su primera versión nos resultó esclarecedora como primera aproximación
a una historia que el boom mediático de mediados de los años noventa dejaba
en la penumbra.
Sirvan
las siguientes notas a modo de comentario de este cuadro. Pero antes, tres claves
para su lectura que vamos a formular del siguiente modo: (1) los medios de comunicación
y las agencias institucionales acaparan de forma progresiva los términos y espacios
de definición de este problema social, provocando un efecto de deslumbramiento
y ocultación de su génesis y anteriores marcos de sentido y aislándolo del contexto
político general, (2) esto tiene importantes consecuencias en el modo en el que
se entiende y gestiona y (3) la violencia contra las mujeres y, en un sentido
más amplio la «cuestión de las mujeres», se convierte, una vez más, aunque ahora
en otra clave, en una pieza central para generar legitimidad política, y tal y
como desarrollamos en una tesis ulterior, pacificar las tensiones y cambios que
se están produciendo en el contexto de la «reproducción flexible».
Primer
comentario:
Feminismo,
autonomía y violencia institucional
La primera formulación del problema de la violencia se inscribe,
en el contexto general de las luchas antifranquistas, en los términos de una violencia
institucional que se ejerce sobre el conjunto de la población y de manera específica
sobre las mujeres. Éstas, como producto de la ideología del nacionalcatolicismo
y del legado código napoleónico, ven restringidos sus derechos políticos y civiles
y sofocada su ansia de autonomía con respecto a los estrechos márgenes de la casa,
la familia y la maternidad. El patriarcado se contempla a través de las lentes
de aumento del franquismo; hasta 1961, existía una excedencia forzosa del empleo
por matrimonio y aunque esto cambió a lo largo del «desarrollismo», los comportamientos
y mentalidades siguieron nutriendo la subalternidad de las mujeres (García-Nieto
1993). Por otro lado, las condiciones de vida de estas nuevas proletarias/amas de casa/sirvientas y sus familias es penosa y esto se convierte,
a lo largo de los años sesenta, en un importante motor de arranque de un proceso
de «toma de conciencia» social y vecinal con un marcado protagonismo femenino.
La consecución de las libertades democráticas y la marginación
de las mujeres de la vida social –marginación que de algún modo el desarrollo
capitalista ya estaba de por sí poniendo en cuestión– serán los ejes en torno
a los que gravitarán las Primeras Jornadas
Nacionales por la Liberación de la Mujer en 1975, unas jornadas que no
son el principio, pero sí un hito en la visibilización de la lucha feminista.
Estos y otro de vital importancia: «la necesidad de un Movimiento Feminista, revolucionario
y autónomo, que defienda las reivindicaciones específicas de la mujer a fin de
evitar su discriminación en cualquier aspecto: legal, laboral, familiar o sexual…»
(Abril y Miranda 1978). Evidentemente, el sentido de «revolucionario» o «autónomo»
en el recién constituido «frente femenino» habría de estar sujeto en adelante
a fuertes polémicas y escisiones, sin embargo, fue un elemento de fuerza en la
constitución del movimiento. Participación,
familia, educación, trabajo (también el doméstico), barrios y mujer rural serán
los grandes ejes que darán paso en los siguientes años a las demandas y movilizaciones
en torno al divorcio, los anticonceptivos y el aborto. En 1976, se celebra en
Madrid la primera manifestación de mujeres bajo el lema: «Mujer, lucha por tu
liberación». Los debates y orientaciones son múltiples, aunque se deja ver en
ellas la impronta unificadora de la lucha por la democracia.
En el terreno de la legislación, las batallas –adulterio, patria potestad, amancebamiento,
leyes laborales «proteccionistas», reconocimiento de hijos «ilegítimos», igualdad
formal, etc.– son de una magnitud asombrosa y, por desgracia, hoy olvidada o desconocida.
En cualquier caso, en 1979, se puede hablar de un movimiento plural con un programa
unitario y territorialmente coordinado.
Segundo
comentario:
La violencia y las «políticas
del cuerpo»
Algo fue colándose en el movimiento de finales de los años
setenta, algo que superaba el marco de la «incorporación», de la democratización
e incluso de la opresión para la reproducción. Se trataba de una concepción de
la liberación, no sólo como emancipación (en su sentido más civil, político y
económico) o igualdad, sino como expresión, desafío a la moralidad y las buenas
formas/normas, atrevimiento, des-vergüenza… y todo esto, claro, tenía que ver
con las contracorrientes de la liberación sexual y, en general, del derecho al
propio cuerpo. Enlazaba con temáticas anteriormente tratadas –aborto y anticoncepción,
es decir, cuestiones relativas a la reproducción desde la centralidad heterosexual–
pero inauguraba otras nuevas: reconocimiento y autoconocimiento de la sexualidad
femenina, libertad de opción sexual, sexualidad como antítesis del matrimonio,
sexualidad y salud, mitos y tabúes (virginidad, penetración, frigidez, edades
sexuales, orgasmo, etc.), autoconocimiento y sensibilización corporal, y más tarde,
toda la temática de relaciones sexo/género/sexualidad. La sexualidad
se desliga de la reproducción y alza el vuelo. Las Jornadas Catalanas de la Dona,
celebradas en 1976 con la asistencia de 4000 mujeres, ya incluían este eje como
un aspecto que más adelante merecería encuentros específicos que se prolongaron
a lo largo de los años ochenta, añadiendo complejidad a los primeros discursos.
Delante de mí, la fotografía de la primera manifestación
ilegal del Día del Orgullo en Barcelona en 1977, para quien le quepa alguna duda
de las «peligrosidades» que se concitaron por aquel entonces…o las incendiarias
palabras de Empar Pineda: «Es hora de desenterrar el hacha de guerra y de decir
que sí, que tenemos sexo, que somos seres sexuales y que nuestra relación con
nosotras mismas y con nuestros cuerpos, con las mujeres y los hombres y los cuerpos
de estas personas, con la naturaleza y el entorno en que vivimos ha de abrirse
camino y desarrollarse» (Pineda 1980).
«Lo personal es político» y «nuestros cuerpos, nuestras
vidas» son las consignas centrales de una corriente más amplia que atravesará
de lleno el movimiento a comienzos de la década de los años ochenta, proporcionando
una lectura política (también antirrepresiva) a los fenómenos contraculturales
del momento. Que las mujeres, como señalara Simone de Beauvoire, fueran más cuerpo
podía convertirse en una potencialidad para una acción política inédita; el cuerpo
como lugar del poder, pero también de la liberación. Frente a la penuria y las
violencias se abría un horizonte de gozo, placer y desorden cotidiano que más
tarde y según las interpretaciones más lacerantes, se transformaría en «mono»
y desgarro ante el desencanto que siguió a la transición (Vilarós 1998).
La exigencia de una sexualidad autodeterminada comienza
a poner en el centro de la escena la violencia que se ejerce contra la libertad
sexual; en principio, la violación (también la violación privada y la de prostitutas)
y, más adelante, otros tipos de violencias, que irán adquiriendo perfiles y reivindicaciones
más definidas a medida que avanza la discusión.
Tres fenómenos empiezan a perfilarse en este contexto:
(1) un mayor conocimiento sobre la violencia, sustentado en la acción de las redes
locales de carácter más reivindicativo aunque en contacto con el día a día del
entorno de los grupos de mujeres, producto también de los debates internos, (2)
la emergencia de una tímida acción institucional en este terreno (en torno a las
denuncias) y (3) la iniciativa feminista en el plano legal (propuestas legislativas,
asesoría, etc.) y en algunos casos en la asistencia (sumándose al trabajo ya realizado
en planificación y en los grupos de autoayuda). Esta última orientación fue cobrando
relevancia, aunque todas ellas se conjugaron en las movilizaciones de 1988 y 1989.
La culminación de este proceso que transcurre en paralelo
–debates sobre sexualidad y lucha contra la violencia (sexual)– con intersecciones
reseñables llega hasta las movilizaciones por la reforma del Código Penal en 1989 y transcurre
por la proliferación de las comisiones anti-agresiones, por múltiples convocatorias,
debates, panfletos y, por desgracia, sentencias judiciales machistas, como la
que excusaba la violación de una joven por llevar minifalda y otra que se refería
a la «vida licenciosa» de la víctima. Ambas dieron lugar a no pocas consignas
y canciones. En cualquier caso, el gran lema del momento –«la calle y la noche
también son nuestras, ninguna agresión sin respuesta»– ponía de manifiesto el
deseo de gozar (públicamente) de autonomía (y libertad sexual) y la potencia para
actuar de forma colectiva contra lo que la coartara a través de la movilización.
Las derivas teóricas del vínculo entre sexualidad (masculina/femenina)
y violencia en el movimiento son de sobra conocidas y cobraron su máxima expresión
en las Xornadas Feministas Contra la
Violencia Machista celebradas en 1988 en Santiago de Compostela. Allí se comenzaron
a perfilar dos posiciones en torno a la relación entre género-sexo-sexualidad
y violencia que, más tarde, serían cruciales en temas como la pornografía y la
prostitución, y que más adelante aún se extenderían a otras prácticas no normativas,
entre otras, la siempre bajo sospecha transexualidad. Un debate, o quizás habría
que decir una incompatibilidad, que atravesó y atraviesa al conjunto del feminismo
y una posición, la antiporno/abolicionista, que hoy adquiere paradójicas resonancias
en las posturas más conservadoras.
Tercer
comentario:
Batallas
legales, techo reivindicativo y violencia
El Año Internacional de la Mujer, 1975, promovido por la ONU
y animado en España por la Sección Femenina, fue un buen pretexto para articular
y visibilizar los enfoques feministas y poner de manifiesto la represión contra
las asociaciones y la farsa que implicaba la utilización del evento por parte
del régimen franquista. En realidad, las Primeras Jornadas, en las que tomaron
parte unas 500 mujeres, fueron la respuesta más contundente. El movimiento, en
virtud del consenso en torno a su autonomía organizativa (a pesar de la «doble
militancia» de muchas), se define en un primer momento como un agente que participa
en la acción política durante la transición, con un programa y una postura propias
ante acontecimientos como la Ley de Reforma Política, las elecciones o el referéndum
sobre la Constitución (Suárez 2003). Las celebraciones del 8 de marzo se hicieron
eco de una escalada en su propia agenda de reformas: amnistía para los delitos
específicos de la mujer, presas a la calle y cambios en el discriminatorio Código
Penal (1977); contra la discriminación en el trabajo (1978); trabajo, divorcio
y aborto (1979 y 1980); divorcio (1981); aborto (1982 y 1983); y, desde mediados
de los años ochenta, la violencia machista.
Las sucesivas victorias legales del movimiento, si exceptuamos
el caso del aborto –legalizado en 1983 tan solo parcialmente–, no fueron el producto
de una política institucional, sino de la acción de base del movimiento y su poder
«contaminador» y de infiltración en un
contexto social –político, laboral, educativo, cultural– cambiante. Y así continuó
siendo inmediatamente tras la victoria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
y la creación del Instituto de la Mujer (IM) en 1983, aunque éste supuso indudablemente
el principio de una nueva relación entre las feministas y el Estado. Muchas militantes,
que habían cuestionado la transición y la representación parlamentaria, centraron
su trabajo en el fortalecimiento del MF en un nuevo panorama, en adelante mucho
menos aglutinador y consensuado. Los debates sobre sexualidad se prolongaron,
aunque en círculos cada vez más reducidos, hasta bien entrados los años noventa.
Estas reflexiones estuvieron impulsadas en gran medida por colectivos de lesbianas
en el seno del movimiento Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB) o
en grupos queer.
Las iniciativas del PSOE, a través del Instituto, tuvieron
un efecto que aún hoy está pendiente de un análisis más exhaustivo, pero que sin
lugar a dudas encontraron en la violencia, y en las interpelaciones del movimiento
(denuncias, asistencia, etc.) un campo de acción privilegiado. En un primer momento,
los caminos del IM y del MF transcurrieron de forma independiente, a diferencia
de lo que sucedió en otros países europeos (Navarrete, Vila y Ruido 2004). Sin
embargo, a partir de finales de los años ochenta, confluyeron varios hechos significativos:
(1) el avance de las medidas institucionales, a menudo sustentadas en el impulso
de los foros europeos e internacionales (Nairobi 1985, Beijing 1995); (2) la progresiva
centralidad de las reformas legales en el horizonte reivindicativo del movimiento
y la percepción de un «techo de cristal» en la campaña contra las agresiones (sexuales)
por parte de los grupos de la Coordinadora
Estatal de Organizaciones Feministas, todo ello en un contexto de retroceso
y fragmentación generalizada de los movimientos sociales ante las políticas neoliberales; (3)
la emergencia de los medios como enunciadores, sobre todo a partir de varios asesinatos
que éstos se encargarán de «espectacularizar» y, finalmente y en sintonía con
el giro político general, y (4) la orientación «penalista» del PSOE, que con el
cambio de legislatura continuará el Partido Popular (PP), y que para el feminismo
adquirirá su momento más paradójico en la Reforma del Código Penal de 1995.
Frente al silencio de la primera mitad de los años noventa,
la segunda afianza todas estas tendencias e instituye, en el territorio fragmentado
y debilitado de las fuerzas feministas, un nuevo protagonismo que pasa de las
desarticuladas comisiones antiagresiones a una serie de alianzas y foros, algunos
cercanos en su composición al PSOE, entonces en la oposición, que acabarán confluyendo
a principios de 2000 en la Red Feminista contra la Violencia y la iniciativa de promover una
Ley Integral contra la Violencia de Género.
Los intentos del PP por arrebatar el tradicional protagonismo
institucional al PSOE en lo concerniente a la «cuestión de las mujeres» y construir
así una nueva legitimidad en este terreno siguieron una dinámica oscilante que
estuvo puntuada por distintas iniciativas: sucesivas campañas, protocolos y actuaciones
(salud, medios, educación, etc.), servicios de atención, recursos de acogida e
iniciativas legislativas, entre las que cabe destacar, la Ley
Orgánica 11/2003 y la
Orden de protección de las víctimas,
que regula el alejamiento y otras medidas civiles. Finalmente, la aprobación de
la ley en diciembre de 2004 por parte del PSOE, cuya victoria no hizo sino expresar
el hartazgo popular ante la política de Aznar, especialmente tras los acontecimientos
de marzo, ha cerrado, no sin polémica, este
último ciclo en la lucha contra la violencia machista.
Cuarto
comentario:
Violencia de género,
violencia doméstica. ¿Crisis o domesticación del machismo?
Quizás el aspecto más inquietante desde mediados de los años
noventa sea el cambio en los discursos sobre la violencia, tanto en los de las
organizaciones feministas más visibles como en los de los nuevos enunciadores.
Entre ambos existen diferencias notables, pero también algunos puntos comunes
en cuanto a la política de la representación y sus estrategias dirigidas a generar
alarma.
Los hemos resumido del siguiente modo: (1) individualización,
se configura un «perfil», o como se dice habitualmente en el lenguaje de la asistencia
social, un «colectivo vulnerable», el de la mujer maltratada; (2) victimización
y dependencia, centralidad de un discurso que no sólo acentúa, sino que totaliza
la experiencia del dolor, opresión, desesperación, resaltando de forma entreverada
los aspectos de clase y etnicidad; (3) la reducción
y descontextualización del campo de la violencia, hiperfocalizado sobre la espectacularización
de la agresión física, pero por encima de todo de la muerte; (4) la simplificación
de las causas, recorridos y fugas de las mujeres maltratadas, que en la actualidad
aparecen condensadas en torno al momento de la denuncia y a la reclusión en la
casa de acogida; (5) la difuminación de las relaciones de poder entre mujeres
y hombres y su reemplazo por otros marcos de comprensión como el «intrafamiliar»,
que remiten en último término a la existencia de unidades disfuncionales que habrán
de ser sometidas a un minucioso examen y, en ocasiones, a la propia intervención
de la «televisión hiperrealista».
Estos son los rasgos que identificamos en los discursos
sobre violencia desde mediados de los años noventa hasta hace prácticamente un
par de años, aunque el cambio se ha dejado notar más en las campañas que en los
medios.
Otros de los rasgos que también señalábamos
entonces, y de los que han participado algunas asociaciones, se han perpetuado:
sobre todo ciertas dosis de alarmismo y victimismo, la centralidad del ámbito
punitivo como pedagogía social, incluso como medida preventiva, y en otro orden
de cosas, la contribución a la precarización femenina que han generado los nuevos
servicios externalizados contra la violencia. Con respecto al giro penal y su
supuesto carácter ejemplificador, lo cierto es que los hechos han venido, una
vez más, a contradecir su supuesta efectividad, tanto es así que algunos ya hablan
abiertamente, a pesar de los cambios sociales y legislativos, de un incremento
de la violencia doméstica.
El uso reiterado de la denominación «violencia
doméstica» por parte de algunos pretendía difuminar el carácter sexuado de la
opresión. La familia y las relaciones afectivas entre mujeres y hombres basadas
en el poder, tema central para el feminismo de los años setenta, ha salido ilesa
de este boom. Las jerarquías sexuales que perviven recombinadas en su seno
no han encontrado su lugar en los discursos igualitaristas y en la apariencia
de que, a pesar de todo, tan sólo nos queda un paso para estar a la par con los
hombres. A pesar de las espeluznantes cifras (en Europa sin ir más lejos) y de
la crisis que por uno u otro lado amenaza a la familia tradicional, el conflicto
se ha amortiguado… ¿O es justamente eso lo que nos pone sobre la pista de la violencia?
Violencia que a menudo se produce en los casos de ruptura. Nadie quiere hacer
hoy un discurso contra la familia o sobre los afectos y el poder en las parejas
heterosexuales. En parte, porque no sabemos muy bien qué papel están desempeñando
en la actualidad. No se trata de equiparar familia a violencia, tal y como se
hiciera en el pasado con la sexualidad. Urge, no obstante, reflexionar sobre las
líneas de continuidad de la opresión en las unidades de convivencia heterosexuales,
los límites de la igualdad en la era de la «reproducción flexible» (Precarias
a la Deriva 2004), y su relación con el recurso a la violencia. También con el
fin de comprender las violencias olvidadas: la que se produce en el espacio público,
la sexual y la violencia como fenómeno que atraviesa la subjetividad femenina.
Sobre todo cuando nos enfrentamos a los datos de violencia entre los jóvenes.
¿Qué tipo de uniones/relaciones afectivas se forman hoy en día? ¿Por qué, a pesar
del eco social de la igualdad y de la «capilaridad e individualización del feminismo»
(Vega 2003), se rearticulan las formas de dominación y se perpetúa la violencia?
Una primera aproximación dirá que la violencia actual es una reacción (desesperada)
a las posibilidades de fuga de las mujeres, sin embargo, habrá que seguir indagando
por esta vía, generando nuevas pasiones con las que inundar la historia.
Cristina Vega es profesora de la Universidad de
Valladolid, miembro del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad
Complutense de Madrid y militante feminista.
Bibliografía
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DISCURSOS FEMINISTAS SOBRE LA VIOLENCIA
AÑO | CONTEXTO POLITICO INSTITUCIONAL | Movimiento Feminista | POLÍTICA FEMINISTA |
1975 | Franquismo Año Internacional de la Mujer. |
1ª Jornadas por la liberación (clandestinas) |
¬ “Explotación sexual” dominación patriarcal,
proviene de la apropiación de los hombres del cuerpo de las mujeres: reproducción. ¬ LEGALIZACIÓN ANTICONCEPTIVOS. Violencia institucional |
1978 | Democracia. Igualdad formal, despenalización del adulterio. | 1ª celebración 8 de Marzo |
1979 | Convención ONU para la eliminación de toda forma de Discriminación. Derogación art. Ley Peligrosidad Social |
Jornadas Feministas en Granada |
1981 | UCD Separación y divorcio Cambio Código Civil | Jornadas sobre el derecho al aborto. | ¬ Teorías sexo/género. ¬ Acabar con el patriarcado pasaba
por exigir el derecho al propio cuerpo: ABORTO LIBRE. “Anticonceptivos para no
abortar. Aborto libre y gratuito para no morir” “Derecho al propio cuerpo”. Reprobación violencia: violaciones y la imposición heterosexual. Violencia intersubjetiva. ¬ Principio de opresión: ubicación
mujer en lo “privado”: ¬ “lo personal es político”. Violencia intergrupal. “Ni guerra que nos mate, ni paz que nos oprima” ¬ Autonomía y autodefensa “Ninguna agresión sin respuesta” “Ante la violencia responde. Reforma
Código Penal ¡Ya!”. |
1983 | PSOE Instituto de la Mujer Políticas neoliberales | -Despenalización del aborto en tres supuestos. - Se critica la falta de atención a las maltratadas. -Jornadas sobre sexualidad. - |
1984 | Datos denuncias Se ratifica Convención 79 Equiparación maltrato ente cónyuges, falta | Lidia Falcón entrega en Nueva York el informe sobre violencia. Enfoque legal. |
1985 | Despenalización de tres supuestos aborto. Conferencia Mundial de Mujeres ( Nairobi). |
Jornadas de 10 años de feminismo. Análisis legal y reivindicativo. Iniciativas gays y lesbianas/Acción anti-sida |
1986 | Referéndum OTAN | Campañas antimilitaristas. Violencia en Guerras. Grupos Antiagresiones. |
1988 | Fuerte conflictividad Social | Jornadas Feministas contra la violencia machista. Santiago
de Compostela |
1989 |
Reforma del Código Penal |
Movilizaciones por la reforma Código. (Sentencias) | Debates sexualidad (lesbianismo) Polarización sexualidad/violencia (pornografía, prostitución, etc.) |
1993 | Crisis institucional ONU. Los derechos de la Mujer como Derechos Humanos | Jornadas feministas. Madrid | (silencio sobre agresiones) Parejas de hecho |
1995 | -Asesinato de las Niñas de Alcacer (penalizadoras) -Reality Shows -Reforma del Código Penal -Conferencia Mundial de Mujeres (Beijing) | Debate sobre reforma. Acoso y violación. |
1996 | PP | Campaña de F. M. Separadas contra 3 diputados. |
1997 | Asesinato Ana Orantes. Parlamento Europeo: “Tolerancia cero” | Centralidad progresiva de los malos tratos en la esfera privada |
1998 |
-Boom mediático -Tregua de ETA -Planes integrales |
- Convocatoria de los días 25 - Derechos Humanos de las mujeres. |
¬ Campaña Tolerancia cero ¬ Terrorismo doméstico |
1999 |
Ley 11/99, Reforma Código (alejamiento, maltrato psíquico) «violencia doméstica», «intrafamiliar» Ley de Conciliación |
-25 de noviembre -Acción Camas a la calle (Karakola) - Manifiesto grupos de hombres. -Campaña lazo blanco. |
-Demanda aumento penas -Alarma por el número de víctimas (contabilización) -Denuncia de la desprotección -y de la falta de coordinación de los recursos -Críticas moderadas a ley de conciliación |
2000 | - Ley de prevención de malos tratos y de protección a las
mujeres maltratadas de Bono -Indulto a Tani Mov. antiglobalización | Jornadas Feministas Córdoba -No hablar de los agresores, ayudas
a maltratadas; medidas preventivas y cautelares y tímido debate sobre las penas -Polémica sobre la rehabilitación maltratador |
2001 | Proliferación de informes, estudios, observatorios, campañas,
protocolos de actuación y coordinación. -Caso Nevenka -Tematización agresiones en el Tercer Mundo y desprotección
simultánea de inmigrantes irregularizadas | Propuesta de una ley integral Campaña Red Feminista contra la Violencia Antimilitarismo feminista | -Denuncia del papel de los medios (recomendaciones) - Centralidad de la propuesta de ley |
2002 | PP rechaza la admisión a trámite de la ley | | Tímida aparición de otras cuestiones como trabajo y carga
global. Debates dispersos sobre feminismo-globalización, guerra, migración, identidad
sexual. |
2003 | Ley Orgánica (aumento penas) Orden de protección Movilizaciones contra la guerra de Irak | Reivindicaciones trabajadores sexuales | Matrimonio gays, lesbianas. |
2004 | 11-M PSOE Aprobación unánime Ley Integral (juzgados especiales, agravamiento
penas, medidas educativas, laborales, ayudas económicas, etc.) Reforma divorcio Polémica constitucionalidad y Juzgados especiales | Crítica moderada: Estado-responsable civil subsidiario (pensiones) Polémica reforma judicial |
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Así lo narra Mireia Bofill: “A continuación, una mujer valenciana presentó una comunicación
en la que habló de la vivencia de la sexualidad y del derecho al placer, con palabras
cargadas de emoción que conectaron con lo más íntimo de cada una. Yo estaba sentada
a los pies de la mesa de las ponentes mirando hacia el público –la sala estaba
llena a rebosar– y de pronto me encontré mirando a los ojos de aquella mujer de
la vocalía con la que siempre discutía: los tenía llenos de lágrimas; algo pasó
de ella a mí, una mirada intensa que me hablaba de anhelos hasta entonces muy
escondidos, de ganas de vivir, de deseos. Entonces sentí que más allá de alianzas
circunstanciales había un vínculo profundo que nos unía, ese deseo, ese afán de
ser felices, y que ahí estaba nuestra fuerza, que eso era lo que podía dar sentido
a nuestro empeño. Fue para mí un momento de insight,
de una visión interior que me abrió las puertas a un nuevo significado de lo que
nos mueve como mujeres. Nunca lo he olvidado” (Bofill 2001).