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SITUARNOS EN LA HISTORIA. MOVIMIENTO FEMINISTA Y POLÍTICAS CONTRA LA VIOLENCIA EN EL ESTADO ESPAÑOL

Cristina Vega

 


We are not the ‘woman’s question’ asked by someone else, we are the women who ask the questions
.

(Adrienne Rich 1986)



Un cuadro y cuatro comentarios



En 2000, Begoña Marugán y yo recuperamos nuestro cotidiano de pensamiento militante para lanzarnos mutuamente una pregunta: ¿qué había pasado en los últimos años en España con la acción frente a la violencia machista? ¿Cómo había llegado a convertirse en un tema público tan destacado tras décadas de silencio institucional al respecto? y, finalmente, ¿cuales eran las claves de semejante transformación? Nuestro interés no se refería tanto al análisis de las prácticas violentas y sus consecuencias sobre la vida de las mujeres, como a la construcción y difusión del objeto discursivo «violencia contra las mujeres» o «violencia de género» o «violencia doméstica», algo que el feminismo venía llamando desde hacía tiempo «violencia machista», terminología que, como luego pudimos constatar, adquiere sentidos bien distintos.


Con estas preguntas en mente debatimos con otras compañeras, entrevistamos a algunas personas cercanas a este ámbito –abogadas, educadoras, trabajadoras sociales, periodistas, etc.–, recogimos noticias y grabamos programas, leímos y releímos ensayos, informes y algunos de los materiales que el propio Movimiento Feminista (MF) había producido al respecto. En fin, que nos lanzamos a explorar cómo estaba el patio. De esta indagación salieron cuatro artículos comunes, además de intervenciones en diversos foros.

El lugar desde el que nos pusimos manos a la obra ya indicaba algo de la hibridez de los espacios de enunciación de la violencia: la militancia compartida durante los años ochenta y la primera mitad de los noventa, el encuentro con feministas de más larga andadura, la acción presente en lo que algunas llaman el «feminismo difuso» y la conexión precaria y problemática con el ámbito de la investigación «desde una perspectiva de género». Tratamos pues de situarnos en la historia, la historia de un movimiento que había nombrado y actuado contra la violencia, contribuyendo a sacarla del ámbito de lo privado, y que hoy se veía disperso, desplazado o quizás más bien mutado en cuanto a su composición, sus contenidos y su presencia pública. Entonces, una vez más, ¿cómo recomponer estos años: tres décadas desde la emergencia del MF de segunda ola, antifranquista, rebelde, antiinstitucional…? ¿Cómo en relación con esta cuestión de la violencia?


Uno de los primeros experimentos de esta deficitaria recomposición fue la elaboración de un cuadro que recogiera el contexto institucional, los cambios legislativos, los hitos del MF y sus claves políticas entre los años 1975 y 2000, especialmente en lo que tenía que ver con la violencia. Evidentemente un cuadro sumamente incompleto porque la memoria ha de ser necesariamente colectiva y plural. No obstante, su primera versión nos resultó esclarecedora como primera aproximación a una historia que el boom mediático de mediados de los años noventa dejaba en la penumbra.

Sirvan las siguientes notas a modo de comentario de este cuadro. Pero antes, tres claves para su lectura que vamos a formular del siguiente modo: (1) los medios de comunicación y las agencias institucionales acaparan de forma progresiva los términos y espacios de definición de este problema social, provocando un efecto de deslumbramiento y ocultación de su génesis y anteriores marcos de sentido y aislándolo del contexto político general, (2) esto tiene importantes consecuencias en el modo en el que se entiende y gestiona y (3) la violencia contra las mujeres y, en un sentido más amplio la «cuestión de las mujeres», se convierte, una vez más, aunque ahora en otra clave, en una pieza central para generar legitimidad política, y tal y como desarrollamos en una tesis ulterior, pacificar las tensiones y cambios que se están produciendo en el contexto de la «reproducción flexible».


Primer comentario:

Feminismo, autonomía y violencia institucional

La primera formulación del problema de la violencia se inscribe, en el contexto general de las luchas antifranquistas, en los términos de una violencia institucional que se ejerce sobre el conjunto de la población y de manera específica sobre las mujeres. Éstas, como producto de la ideología del nacionalcatolicismo y del legado código napoleónico, ven restringidos sus derechos políticos y civiles y sofocada su ansia de autonomía con respecto a los estrechos márgenes de la casa, la familia y la maternidad. El patriarcado se contempla a través de las lentes de aumento del franquismo; hasta 1961, existía una excedencia forzosa del empleo por matrimonio y aunque esto cambió a lo largo del «desarrollismo», los comportamientos y mentalidades siguieron nutriendo la subalternidad de las mujeres (García-Nieto 1993). Por otro lado, las condiciones de vida de estas nuevas proletarias/amas de casa/sirvientas y sus familias es penosa y esto se convierte, a lo largo de los años sesenta, en un importante motor de arranque de un proceso de «toma de conciencia» social y vecinal con un marcado protagonismo femenino.


La consecución de las libertades democráticas y la marginación de las mujeres de la vida social –marginación que de algún modo el desarrollo capitalista ya estaba de por sí poniendo en cuestión– serán los ejes en torno a los que gravitarán las Primeras Jornadas Nacionales por la Liberación de la Mujer en 1975, unas jornadas que no son el principio, pero sí un hito en la visibilización de la lucha feminista. Estos y otro de vital importancia: «la necesidad de un Movimiento Feminista, revolucionario y autónomo, que defienda las reivindicaciones específicas de la mujer a fin de evitar su discriminación en cualquier aspecto: legal, laboral, familiar o sexual…» (Abril y Miranda 1978). Evidentemente, el sentido de «revolucionario» o «autónomo» en el recién constituido «frente femenino» habría de estar sujeto en adelante a fuertes polémicas y escisiones, sin embargo, fue un elemento de fuerza en la constitución del movimiento.[1] Participación, familia, educación, trabajo (también el doméstico), barrios y mujer rural serán los grandes ejes que darán paso en los siguientes años a las demandas y movilizaciones en torno al divorcio, los anticonceptivos y el aborto. En 1976, se celebra en Madrid la primera manifestación de mujeres bajo el lema: «Mujer, lucha por tu liberación». Los debates y orientaciones son múltiples, aunque se deja ver en ellas la impronta unificadora de la lucha por la democracia.[2] En el terreno de la legislación, las batallas –adulterio, patria potestad, amancebamiento, leyes laborales «proteccionistas», reconocimiento de hijos «ilegítimos», igualdad formal, etc.– son de una magnitud asombrosa y, por desgracia, hoy olvidada o desconocida. En cualquier caso, en 1979, se puede hablar de un movimiento plural con un programa unitario y territorialmente coordinado.[3]


Segundo comentario:

La violencia y las «políticas del cuerpo»

Algo fue colándose en el movimiento de finales de los años setenta, algo que superaba el marco de la «incorporación», de la democratización e incluso de la opresión para la reproducción. Se trataba de una concepción de la liberación, no sólo como emancipación (en su sentido más civil, político y económico) o igualdad, sino como expresión, desafío a la moralidad y las buenas formas/normas, atrevimiento, des-vergüenza… y todo esto, claro, tenía que ver con las contracorrientes de la liberación sexual y, en general, del derecho al propio cuerpo. Enlazaba con temáticas anteriormente tratadas –aborto y anticoncepción, es decir, cuestiones relativas a la reproducción desde la centralidad heterosexual– pero inauguraba otras nuevas: reconocimiento y autoconocimiento de la sexualidad femenina, libertad de opción sexual, sexualidad como antítesis del matrimonio, sexualidad y salud, mitos y tabúes (virginidad, penetración, frigidez, edades sexuales, orgasmo, etc.), autoconocimiento y sensibilización corporal, y más tarde, toda la temática de relaciones sexo/género/sexualidad.[4] La sexualidad se desliga de la reproducción y alza el vuelo. Las Jornadas Catalanas de la Dona, celebradas en 1976 con la asistencia de 4000 mujeres, ya incluían este eje como un aspecto que más adelante merecería encuentros específicos que se prolongaron a lo largo de los años ochenta, añadiendo complejidad a los primeros discursos.[5]


Delante de mí, la fotografía de la primera manifestación ilegal del Día del Orgullo en Barcelona en 1977, para quien le quepa alguna duda de las «peligrosidades» que se concitaron por aquel entonces…o las incendiarias palabras de Empar Pineda: «Es hora de desenterrar el hacha de guerra y de decir que sí, que tenemos sexo, que somos seres sexuales y que nuestra relación con nosotras mismas y con nuestros cuerpos, con las mujeres y los hombres y los cuerpos de estas personas, con la naturaleza y el entorno en que vivimos ha de abrirse camino y desarrollarse» (Pineda 1980).


«Lo personal es político» y «nuestros cuerpos, nuestras vidas» son las consignas centrales de una corriente más amplia que atravesará de lleno el movimiento a comienzos de la década de los años ochenta, proporcionando una lectura política (también antirrepresiva) a los fenómenos contraculturales del momento. Que las mujeres, como señalara Simone de Beauvoire, fueran más cuerpo podía convertirse en una potencialidad para una acción política inédita; el cuerpo como lugar del poder, pero también de la liberación. Frente a la penuria y las violencias se abría un horizonte de gozo, placer y desorden cotidiano que más tarde y según las interpretaciones más lacerantes, se transformaría en «mono» y desgarro ante el desencanto que siguió a la transición (Vilarós 1998).


La exigencia de una sexualidad autodeterminada comienza a poner en el centro de la escena la violencia que se ejerce contra la libertad sexual; en principio, la violación (también la violación privada y la de prostitutas)[6] y, más adelante, otros tipos de violencias, que irán adquiriendo perfiles y reivindicaciones más definidas a medida que avanza la discusión.


Tres fenómenos empiezan a perfilarse en este contexto: (1) un mayor conocimiento sobre la violencia, sustentado en la acción de las redes locales de carácter más reivindicativo aunque en contacto con el día a día del entorno de los grupos de mujeres, producto también de los debates internos, (2) la emergencia de una tímida acción institucional en este terreno (en torno a las denuncias) y (3) la iniciativa feminista en el plano legal (propuestas legislativas, asesoría, etc.) y en algunos casos en la asistencia (sumándose al trabajo ya realizado en planificación y en los grupos de autoayuda). Esta última orientación fue cobrando relevancia, aunque todas ellas se conjugaron en las movilizaciones de 1988 y 1989.


La culminación de este proceso que transcurre en paralelo –debates sobre sexualidad y lucha contra la violencia (sexual)– con intersecciones reseñables llega hasta las movilizaciones por la reforma del Código Penal en 1989[7] y transcurre por la proliferación de las comisiones anti-agresiones, por múltiples convocatorias, debates, panfletos y, por desgracia, sentencias judiciales machistas, como la que excusaba la violación de una joven por llevar minifalda y otra que se refería a la «vida licenciosa» de la víctima. Ambas dieron lugar a no pocas consignas y canciones. En cualquier caso, el gran lema del momento –«la calle y la noche también son nuestras, ninguna agresión sin respuesta»– ponía de manifiesto el deseo de gozar (públicamente) de autonomía (y libertad sexual) y la potencia para actuar de forma colectiva contra lo que la coartara a través de la movilización.


Las derivas teóricas del vínculo entre sexualidad (masculina/femenina) y violencia en el movimiento son de sobra conocidas y cobraron su máxima expresión en las Xornadas Feministas Contra la Violencia Machista celebradas en 1988 en Santiago de Compostela. Allí se comenzaron a perfilar dos posiciones en torno a la relación entre género-sexo-sexualidad y violencia que, más tarde, serían cruciales en temas como la pornografía y la prostitución, y que más adelante aún se extenderían a otras prácticas no normativas, entre otras, la siempre bajo sospecha transexualidad. Un debate, o quizás habría que decir una incompatibilidad, que atravesó y atraviesa al conjunto del feminismo y una posición, la antiporno/abolicionista, que hoy adquiere paradójicas resonancias en las posturas más conservadoras.


Tercer comentario:

Batallas legales, techo reivindicativo y violencia

El Año Internacional de la Mujer, 1975, promovido por la ONU y animado en España por la Sección Femenina, fue un buen pretexto para articular y visibilizar los enfoques feministas y poner de manifiesto la represión contra las asociaciones y la farsa que implicaba la utilización del evento por parte del régimen franquista. En realidad, las Primeras Jornadas, en las que tomaron parte unas 500 mujeres, fueron la respuesta más contundente. El movimiento, en virtud del consenso en torno a su autonomía organizativa (a pesar de la «doble militancia» de muchas), se define en un primer momento como un agente que participa en la acción política durante la transición, con un programa y una postura propias ante acontecimientos como la Ley de Reforma Política, las elecciones o el referéndum sobre la Constitución (Suárez 2003). Las celebraciones del 8 de marzo se hicieron eco de una escalada en su propia agenda de reformas: amnistía para los delitos específicos de la mujer, presas a la calle y cambios en el discriminatorio Código Penal (1977); contra la discriminación en el trabajo (1978); trabajo, divorcio y aborto (1979 y 1980); divorcio (1981); aborto (1982 y 1983); y, desde mediados de los años ochenta, la violencia machista.


Las sucesivas victorias legales del movimiento, si exceptuamos el caso del aborto –legalizado en 1983 tan solo parcialmente–, no fueron el producto de una política institucional, sino de la acción de base del movimiento y su poder «contaminador» y de infiltración[8] en un contexto social –político, laboral, educativo, cultural– cambiante. Y así continuó siendo inmediatamente tras la victoria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la creación del Instituto de la Mujer (IM) en 1983, aunque éste supuso indudablemente el principio de una nueva relación entre las feministas y el Estado. Muchas militantes, que habían cuestionado la transición y la representación parlamentaria, centraron su trabajo en el fortalecimiento del MF en un nuevo panorama, en adelante mucho menos aglutinador y consensuado. Los debates sobre sexualidad se prolongaron, aunque en círculos cada vez más reducidos, hasta bien entrados los años noventa. Estas reflexiones estuvieron impulsadas en gran medida por colectivos de lesbianas en el seno del movimiento Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB) o en grupos queer.


Las iniciativas del PSOE, a través del Instituto, tuvieron un efecto que aún hoy está pendiente de un análisis más exhaustivo, pero que sin lugar a dudas encontraron en la violencia, y en las interpelaciones del movimiento (denuncias, asistencia, etc.) un campo de acción privilegiado. En un primer momento, los caminos del IM y del MF transcurrieron de forma independiente, a diferencia de lo que sucedió en otros países europeos (Navarrete, Vila y Ruido 2004). Sin embargo, a partir de finales de los años ochenta, confluyeron varios hechos significativos: (1) el avance de las medidas institucionales, a menudo sustentadas en el impulso de los foros europeos e internacionales (Nairobi 1985, Beijing 1995); (2) la progresiva centralidad de las reformas legales en el horizonte reivindicativo del movimiento y la percepción de un «techo de cristal» en la campaña contra las agresiones (sexuales) por parte de los grupos de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas, todo ello en un contexto de retroceso y fragmentación generalizada de los movimientos sociales ante las políticas neoliberales[9]; (3) la emergencia de los medios como enunciadores, sobre todo a partir de varios asesinatos que éstos se encargarán de «espectacularizar» y, finalmente y en sintonía con el giro político general, y (4) la orientación «penalista» del PSOE, que con el cambio de legislatura continuará el Partido Popular (PP), y que para el feminismo adquirirá su momento más paradójico en la Reforma del Código Penal de 1995.[10]


Frente al silencio de la primera mitad de los años noventa, la segunda afianza todas estas tendencias e instituye, en el territorio fragmentado y debilitado de las fuerzas feministas, un nuevo protagonismo que pasa de las desarticuladas comisiones antiagresiones a una serie de alianzas y foros[11], algunos cercanos en su composición al PSOE, entonces en la oposición, que acabarán confluyendo a principios de 2000 en la Red Feminista contra la Violencia y la iniciativa de promover una Ley Integral contra la Violencia de Género.


Los intentos del PP por arrebatar el tradicional protagonismo institucional al PSOE en lo concerniente a la «cuestión de las mujeres» y construir así una nueva legitimidad en este terreno siguieron una dinámica oscilante que estuvo puntuada por distintas iniciativas: sucesivas campañas, protocolos y actuaciones (salud, medios, educación, etc.), servicios de atención, recursos de acogida e iniciativas legislativas, entre las que cabe destacar, la Ley Orgánica 11/2003[12] y la Orden de protección de las víctimas, que regula el alejamiento y otras medidas civiles. Finalmente, la aprobación de la ley en diciembre de 2004 por parte del PSOE, cuya victoria no hizo sino expresar el hartazgo popular ante la política de Aznar, especialmente tras los acontecimientos de marzo, ha cerrado, no sin polémica[13], este último ciclo en la lucha contra la violencia machista.


Cuarto comentario:

Violencia de género, violencia doméstica. ¿Crisis o domesticación del machismo?

Quizás el aspecto más inquietante desde mediados de los años noventa sea el cambio en los discursos sobre la violencia, tanto en los de las organizaciones feministas más visibles como en los de los nuevos enunciadores. Entre ambos existen diferencias notables, pero también algunos puntos comunes en cuanto a la política de la representación y sus estrategias dirigidas a generar alarma.

Los hemos resumido del siguiente modo: (1) individualización, se configura un «perfil», o como se dice habitualmente en el lenguaje de la asistencia social, un «colectivo vulnerable», el de la mujer maltratada; (2) victimización y dependencia, centralidad de un discurso que no sólo acentúa, sino que totaliza la experiencia del dolor, opresión, desesperación, resaltando de forma entreverada los aspectos de clase y etnicidad; (3) la reducción y descontextualización del campo de la violencia, hiperfocalizado sobre la espectacularización de la agresión física, pero por encima de todo de la muerte; (4) la simplificación de las causas, recorridos y fugas de las mujeres maltratadas, que en la actualidad aparecen condensadas en torno al momento de la denuncia y a la reclusión en la casa de acogida; (5) la difuminación de las relaciones de poder entre mujeres y hombres y su reemplazo por otros marcos de comprensión como el «intrafamiliar», que remiten en último término a la existencia de unidades disfuncionales que habrán de ser sometidas a un minucioso examen y, en ocasiones, a la propia intervención de la «televisión hiperrealista».


Estos son los rasgos que identificamos en los discursos sobre violencia desde mediados de los años noventa hasta hace prácticamente un par de años, aunque el cambio se ha dejado notar más en las campañas que en los medios.[14]


Otros de los rasgos que también señalábamos entonces, y de los que han participado algunas asociaciones, se han perpetuado: sobre todo ciertas dosis de alarmismo y victimismo, la centralidad del ámbito punitivo como pedagogía social, incluso como medida preventiva, y en otro orden de cosas, la contribución a la precarización femenina que han generado los nuevos servicios externalizados contra la violencia. Con respecto al giro penal y su supuesto carácter ejemplificador, lo cierto es que los hechos han venido, una vez más, a contradecir su supuesta efectividad, tanto es así que algunos ya hablan abiertamente, a pesar de los cambios sociales y legislativos, de un incremento de la violencia doméstica.


El uso reiterado de la denominación «violencia doméstica» por parte de algunos pretendía difuminar el carácter sexuado de la opresión. La familia y las relaciones afectivas entre mujeres y hombres basadas en el poder, tema central para el feminismo de los años setenta, ha salido ilesa de este boom. Las jerarquías sexuales que perviven recombinadas en su seno no han encontrado su lugar en los discursos igualitaristas y en la apariencia de que, a pesar de todo, tan sólo nos queda un paso para estar a la par con los hombres. A pesar de las espeluznantes cifras (en Europa sin ir más lejos) y de la crisis que por uno u otro lado amenaza a la familia tradicional, el conflicto se ha amortiguado… ¿O es justamente eso lo que nos pone sobre la pista de la violencia? Violencia que a menudo se produce en los casos de ruptura. Nadie quiere hacer hoy un discurso contra la familia o sobre los afectos y el poder en las parejas heterosexuales. En parte, porque no sabemos muy bien qué papel están desempeñando en la actualidad. No se trata de equiparar familia a violencia, tal y como se hiciera en el pasado con la sexualidad. Urge, no obstante, reflexionar sobre las líneas de continuidad de la opresión en las unidades de convivencia heterosexuales, los límites de la igualdad en la era de la «reproducción flexible» (Precarias a la Deriva 2004), y su relación con el recurso a la violencia. También con el fin de comprender las violencias olvidadas: la que se produce en el espacio público, la sexual y la violencia como fenómeno que atraviesa la subjetividad femenina. Sobre todo cuando nos enfrentamos a los datos de violencia entre los jóvenes. ¿Qué tipo de uniones/relaciones afectivas se forman hoy en día? ¿Por qué, a pesar del eco social de la igualdad y de la «capilaridad e individualización del feminismo» (Vega 2003), se rearticulan las formas de dominación y se perpetúa la violencia? Una primera aproximación dirá que la violencia actual es una reacción (desesperada) a las posibilidades de fuga de las mujeres, sin embargo, habrá que seguir indagando por esta vía, generando nuevas pasiones con las que inundar la historia.


Cristina Vega es profesora de la Universidad de Valladolid, miembro del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid y militante feminista.

Bibliografía seleccionada

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Alberdi, I., Escario, P. y López Accoto, A. (ed.) Lo personal es político. El Movimiento Feminista en la transición. Madrid: Instituto de la Mujer, 1996.

Bofill, M. “Dar valor a los vínculos que nos unen”. Xarxa Feminista, 15 (Febrero 2001), www.pangea.org/xarxafem/altres15.htm

III Conferencia de feminismo socialista. Madrid: 1987.

De Miguel, A. “El movimiento feminista y la construcción de marcos de interpretación: el caso de la violencia contra las mujeres”. Revista Internacional de Sociología –RIS– 35 (2003): 127-150, www.mujeresenred.net/news/article.php3?id_article=7

Durán, M. A. Dominación, sexo y cambio social. Madrid: Cuadernos para el Diálogo, 1977.

García Nieto, M. C. “Trabajo y oposición popular de las mujeres durante la dictadura franquista”, en Historia de las mujeres. El siglo XX. Ed. Duby y Perrot. Madrid:  Taurus, 1993.

Marugán Pintos, B. “Análisis de los discursos del Movimiento Feminista contra las agresiones a las mujeres. Una mirada autoreflexiva”, en Jornadas Feministas Feminismo es... y será. Córdoba: 2000, 369-376.

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– y Vega, C. “Gobernar la violencia: apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado”. Política y Sociedad, vol. 39, 2 (2002) 415-435.

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Navarrete, C, Vila, F. “Feminismos, bollerismos y queerismos: 60, 70 y 80: Miradas y pasos críticos hacia los 90-2000”. Informe inédito.

Llamas, R. (comp.) Construyendo identidades; estudios desde el corazón de una pandemia. Madrid, Siglo XXI, 1995.

__ y  Vila, F. “Spain: passion for life. Una historia del movimiento de lesbianas y gays en el Estado español”, en ConCiencia de un singular deseo. Estudios lesbianos y gays en el Estado español. Comp. José Buxán. Barcelona: Laertes, 1997.

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Precarias a la Deriva. A la deriva. Por los circuitos de la precariedad femenina. Madrid: Traficantes de Sueños, 2004.

Suárez Suárez, C. Feministas en la transición asturiana (1975-1983). La Asociación Feminista de Asturias. Oviedo: KPK ediciones, 2003.

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Vilarós, M. T. El mono del desencanto. Una crítica cultural de la transición española (1973-1993). Madrid: Siglo XXI.

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VV.AA. Españolas en la Transición. De excluidas a protagonistas (1973-1982). Madrid: Biblioteca Nueva, 1999. 

VV.AA. Aportaciones a la cuestión femenina. Madrid: Akal, 1977.

DISCURSOS FEMINISTAS SOBRE LA VIOLENCIA

 

AÑO

CONTEXTO POLITICO INSTITUCIONAL

Movimiento Feminista

POLÍTICA FEMINISTA

1975

Franquismo

Año Internacional de la Mujer.

1ª Jornadas por la liberación (clandestinas)

¬      “Explotación sexual” dominación patriarcal, proviene de la apropiación de los hombres del cuerpo de las mujeres: reproducción.

¬      LEGALIZACIÓN

   ANTICONCEPTIVOS.

 

Violencia institucional

1978

Democracia. Igualdad formal, despenalización del adulterio.

1ª celebración 8 de Marzo

1979

Convención ONU para la eliminación de toda forma de Discriminación.

 

Derogación art. Ley Peligrosidad Social

Jornadas Feministas en Granada

1981

UCD

Separación y divorcio

Cambio Código Civil

Jornadas sobre el derecho al aborto.

¬      Teorías sexo/género.

¬      Acabar con el patriarcado pasaba por exigir el derecho al propio cuerpo: ABORTO LIBRE. “Anticonceptivos para no abortar. Aborto libre y gratuito para no morir”

   “Derecho al propio cuerpo”.

 

Reprobación violencia: violaciones y la imposición heterosexual.

 

Violencia intersubjetiva.

 

¬      Principio de opresión: ubicación mujer en lo “privado”:

¬      “lo personal es político”.

 

Violencia intergrupal.

 

“Ni guerra que nos mate, ni paz que nos oprima”

 

¬      Autonomía y autodefensa

“Ninguna agresión sin respuesta”

“Ante la violencia responde. Reforma Código Penal ¡Ya!”.

1983

PSOE

Instituto de la Mujer

 

 

 

 

 

 

Políticas neoliberales

-Despenalización del aborto en tres supuestos.

- Se critica la falta de atención a las maltratadas.

-Jornadas sobre sexualidad.

-    

1984

Datos denuncias

Se ratifica Convención 79

Equiparación maltrato ente cónyuges, falta

Lidia Falcón entrega en Nueva York el informe sobre violencia.

Enfoque legal.

1985

Despenalización de tres supuestos aborto.

Conferencia Mundial de Mujeres ( Nairobi).

Jornadas de 10 años de feminismo.

Análisis legal y reivindicativo.

 

Iniciativas gays y lesbianas/Acción anti-sida

1986

Referéndum OTAN

Campañas antimilitaristas. Violencia en Guerras.

Grupos Antiagresiones.

1988

Fuerte conflictividad Social

Jornadas Feministas contra la violencia machista. Santiago de Compostela

1989

Reforma del Código Penal

Movilizaciones por la reforma Código. (Sentencias)

 

Debates sexualidad (lesbianismo)

Polarización

sexualidad/violencia (pornografía, prostitución, etc.)

1993

Crisis institucional

 

ONU. Los derechos de la Mujer como Derechos Humanos

Jornadas feministas. Madrid

(silencio sobre agresiones)

 

 

 

 

Parejas de hecho

1995

-Asesinato de las Niñas de Alcacer (penalizadoras)

-Reality Shows

-Reforma del Código Penal

-Conferencia Mundial de Mujeres (Beijing)

Debate sobre reforma. Acoso y violación.

1996

PP

Campaña de F. M. Separadas contra 3 diputados.

1997

Asesinato Ana Orantes.

Parlamento Europeo: “Tolerancia cero”

Centralidad progresiva de los malos tratos en la esfera privada

1998

-Boom mediático

-Tregua de ETA

-Planes integrales

- Convocatoria de los días 25

- Derechos Humanos de las mujeres.

¬      Campaña Tolerancia cero

¬      Terrorismo doméstico

1999

Ley 11/99, Reforma Código (alejamiento, maltrato psíquico)

«violencia doméstica», «intrafamiliar»

 

 

Ley de Conciliación

-25 de noviembre

-Acción Camas a la calle (Karakola)

- Manifiesto grupos de hombres.

-Campaña lazo blanco.

-Demanda aumento penas

-Alarma por el número de víctimas (contabilización)

-Denuncia de la desprotección

-y de la falta de coordinación de los recursos

 

-Críticas moderadas a ley de conciliación

2000

- Ley de prevención de malos tratos y de protección a las mujeres maltratadas de Bono

-Indulto a Tani

 

 

Mov. antiglobalización

Jornadas Feministas Córdoba

-No hablar de los agresores, ayudas a maltratadas; medidas preventivas y cautelares y tímido debate sobre las penas

-Polémica sobre la rehabilitación maltratador

2001

Proliferación de informes, estudios, observatorios, campañas, protocolos de actuación y coordinación.

 

-Caso Nevenka

-Tematización agresiones en el Tercer Mundo y desprotección simultánea de inmigrantes irregularizadas

Propuesta de una ley integral

Campaña Red Feminista contra la Violencia

 

 

 

 

 

 

 

 

Antimilitarismo feminista

-Denuncia del papel de los medios (recomendaciones)

- Centralidad de la propuesta de ley

2002

PP rechaza la admisión a trámite de la ley

 

Tímida aparición de otras cuestiones como trabajo y carga global. Debates dispersos sobre feminismo-globalización, guerra, migración, identidad sexual.

2003

Ley Orgánica (aumento penas)

Orden de protección

 

Movilizaciones contra la guerra de Irak

 

 

 

 

 

Reivindicaciones trabajadores sexuales

Matrimonio gays, lesbianas.

2004

11-M

 

 

PSOE

Aprobación unánime Ley Integral (juzgados especiales, agravamiento penas, medidas educativas, laborales, ayudas económicas, etc.)

 

Reforma divorcio

 

Polémica constitucionalidad y Juzgados especiales

Crítica moderada: Estado-responsable civil subsidiario (pensiones)

 

Polémica reforma judicial



[1] Esto fue así para las diferentes corrientes: para las liberales, en declive, cuya palanca era la «incorporación»; para las marxistas, muy imbricadas en la política de partidos de la transición y en la crítica feminista al capitalismo; y las radicales (materialistas o no), que bebían de algunas fuentes del movimiento estadounidense y alimentaban el concepto de patriarcado en una nítida distinción programática y organizativa con respecto a las organizaciones de clase.

[2] En las II Jornadas Estatales de la Mujer, celebradas en Granada en 1979, emergió el célebre debate igualdad/diferencia, más tarde reproducido en un monográfico del Viejo Topo. Hasta la primera mitad de los años ochenta, muchas de las discusiones giraron en torno a la relación entre opresión de la mujer y capitalismo, también en su vinculación a un tema, el antimilitarismo, que cobró fuerza en España durante el referéndum de la OTAN, un momento crucial que selló definitivamente el protagonismo de las fuerzas de izquierda en 1986.

[3] Al movimiento asociativo de mujeres de los años sesenta siguió la constitución del Movimiento Democrático de la Mujer (MDM), más tarde MDM/Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM), impulsado por las mujeres del Partido Comunista (PC) y con un importante trabajo de barrio (en Barcelona desaparece en 1969). Este languideció con el giro político del PC hacia posiciones contrarias a la autonomía organizativa de las mujeres. Otro sector importante provenía del catolicismo progresista y se aglutinó en el Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer (SESM) y otras asociaciones en el ámbito universitario y jurídico (Suárez 2003).

[4] Algo que adquirió una deriva distinta en el conocido fenómeno del «destape».

[5] Así lo narra Mireia Bofill: “A continuación, una mujer valenciana presentó una comunicación en la que habló de la vivencia de la sexualidad y del derecho al placer, con palabras cargadas de emoción que conectaron con lo más íntimo de cada una. Yo estaba sentada a los pies de la mesa de las ponentes mirando hacia el público –la sala estaba llena a rebosar– y de pronto me encontré mirando a los ojos de aquella mujer de la vocalía con la que siempre discutía: los tenía llenos de lágrimas; algo pasó de ella a mí, una mirada intensa que me hablaba de anhelos hasta entonces muy escondidos, de ganas de vivir, de deseos. Entonces sentí que más allá de alianzas circunstanciales había un vínculo profundo que nos unía, ese deseo, ese afán de ser felices, y que ahí estaba nuestra fuerza, que eso era lo que podía dar sentido a nuestro empeño. Fue para mí un momento de insight, de una visión interior que me abrió las puertas a un nuevo significado de lo que nos mueve como mujeres. Nunca lo he olvidado” (Bofill 2001).

[6] Aquí, la inestabilidad misma del concepto de violencia, lleva a no pocos grupos a generalizar la noción de violencia; el machismo, en todas sus manifestaciones, es violencia. Por otro lado, los primeros discursos todavía manejan una idea de violencia restringida o encarnada en la violencia sexual ejercida por extraños, visión que se irá matizando con el tiempo (Marugán y Vega 2001).

[7] La reforma finalizó con la sustitución del título «delitos contra la honestidad» por «delitos contra la libertad sexual». Se introduce por primera vez el término «agresión sexual» y se regula la violación, también la anal y la bucal, que anteriormente no figuraban como tales.

[8] En este sentido, la propuesta del partido feminista de Lidia Falcón no acabó de convencer a una militancia muy imbricada en la política de izquierdas (MC, LCR, etc.). Este hecho creó en aquel momento y más adelante no poca esquizofrenia político-personal, así como problemas de sobredeterminación de las organizaciones feministas –autonomía del MF o feminismo de los partidos ¿hasta qué punto?–, todo lo cual jugó un papel importante en la desagregación progresiva del movimiento.

[9] Hay que destacar que a la primera fase de autonomía del movimiento respecto a las instituciones, le siguió otra marcada por la cooptación, la dependencia que generaron las subvenciones en las organizaciones de mujeres, la incorporación de muchas feministas al tejido asistencial con distintos grados de independencia, etc. Hay quienes discuten el declive del movimiento y prefieren hablar de su transformación, acudiendo al empuje de los debates teóricos en los Estudios de Género y a los cambios legislativos recientemente impulsados por algunas asociaciones de mujeres (de Miguel 2004). Sin caer en el tremendismo o la invisibilización de la acción feminista, pero sin hacer de la necesidad virtud (sobre todo en el contexto del feminismo o feminismos en Europa), creo pertinente cuestionar la capacidad movilizadora, propositiva, pública y unitaria (que no uniforme) del mismo. Cualquiera que acuda a la preparación de los 8 de marzo es consciente de la ausencia de debate, de la realidad de dispersión y atomización que viven los grupos, por no hablar de los impedimentos o condicionamientos institucionales con los que se topan (Vega 2003).

[10] A partir de esta reforma se distingue entre agresión sexual y abuso sexual «sin violencia» y no se hace distinción entre violación y agresión sexual. También se contempla la penetración con objetos como agresión sexual equiparable a otras y se tipifica, por primera vez, el acoso sexual. Gracias a las presiones del movimiento no se equipara la pena de violación con la de asesinato.

[11] Entre los grupos que se coordinan en estos foros cabe destacar a Mujeres Juristas Themis (1987) y a la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, creada en 1973, y con una larga trayectoria específica en la lucha contra la violencia. Las sucesivas convocatorias del 25 de noviembre o los días 25 de cada mes agruparán a mujeres, muchas de ellas víctimas de violencia, y servirán para construir un estado de opinión y exigir medidas –penales y asistenciales– a los jueces y las instituciones.

[12] Lo que el Código Penal define como falta de lesiones pasa a considerarse siempre como delito si tiene lugar en el ámbito doméstico. Esto permite a los jueces imponer penas mucho más elevadas a un culpable de malos tratos.

[13] La polémica no se refiere tanto al aumento de las penas como al trato diferencial, de «acción positiva», de hombres y mujeres en caso de amenazas y coacciones, que para los primeros pasan a ser delito. Se suscita además otro problema, éste de orden práctico, que se refiere al carácter de los nuevos juzgados.

[14] En este sentido, cabe resaltar el efecto que han tenido algunas visiones alternativas desde la producción cultural, entre ellas, la película Te doy mis ojos, 2003, de Icíar Bollaín.

 

 

 

Octavilla de la Comisión Anti-Agresiones de Madrid, años ochenta.

 


Manifestación Anti-Otan, Madrid, 1987.

 

 


Manifestación del Día de la Mujer, Madrid, 2004.

 

 


Octavilla de la Radical Gai, Madrid, 1995.

 

 


Protesta ante el Congreso de los Diputados por el rechazo en septiembre de la propuesta de la Ley Integral contra el Maltrato, Madrid, 6 de diciembre de 2002.

 

 

Protesta del Colectivo Eskalera Karakola ante el Gobierno de Madrid para exigir el reconocimiento de proyectos autogestionados de mujeres: en concreto, la expropiación, rehabilitación y cesión de la Karakola, 8 de marzo de 2004.