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PERFORMACE FEMINISTA SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO. ESTE FUNERAL ES POR MUCHAS MUERTAS

Ana Navarrete

 

"La invasión del territorio corporal y la invasión de pueblos, la necesidad de marcar las parcelas de tierra y los cuerpos de las mujeres, son distintas caras de un prisma que proyecta una imagen subordinada de las mujeres, objetiviza sus cuerpos y propone a la agresividad como uno de los componentes indispensables de la masculinidad".[1] 

Ana Mendieta, tenía 36 años, era el año 1985, estaba a solas con su marido, el famoso escultor minimal Carl Andre, en el piso 34 de un edificio en el Greenwich Village, en Manhattan, nada sabemos con certeza de lo que allí ocurrió, pero Mendieta cayó por la ventana. Andre fue acusado de asesinato en segundo grado; la defensa, muy hábil en su capacidad de tergiversar utilizó, ayudado por su doliente marido y una comunidad artística cómplice, la obra de la autora para demostrar sus tendencias suicidas y así hacer prevalecer el criterio de que su trabajo representaba una pulsión de muerte.

Buena parte de su trabajo, fuertemente politizado, se caracterizó por una lucha contra la cultura imperialista occidental, que no es más que un eslabón del gran proyecto imperialista, protagonizado por EEUU y el conjunto de países occidentales, y lo hizo rescatando y recuperando la cultura indígena como vehículo de resistencia. La mujer como naturaleza pero a la vez también como cultura, la utilización de materiales con un fuerte contenido mágico y ritual (como la sangre), su recuperación de las culturas prehispánicas, etc., sitúo a Mendieta en las corrientes incipientes de un feminismo poscolonial que planteaba la necesidad ante todo de seguir siendo otras fuera de los márgenes del discurso feminista blanco que empezaba a tener presencia en ciertos círculos intelectuales y artísticos de aquellos años, y que como la propia Mendieta afirma en Se olvidaron de nosotras, uno de sus textos inéditos, el feminismo privilegiado más visible no había comprendido la interdependencia de la opresión de sexo, raza y clase. Hay que insistir en que la lucha del feminismo poscolonial no es “un intento de menguar las luchas feministas, sino de enriquecerlas, de compartir la tarea de construir una ideología y un movimiento liberadores” (hooks 2004, 50). La posición de Mendieta y de muchas autoras frente al discurso homogenizador de la cultura y de buena parte del feminismo, en contra de ese sujeto mujer del feminismo blanco y al de una cultura occidental imperialista, las llevó a reivindicar la diversidad de las mujeres, pero lo hicieron en muchos casos coincidiendo con el feminismo radical blanco en sus luchas, contra la violencia de género. En una de sus obras, Body Tracks, 1974, la artista arrastra sus brazos llenos de pintura, sangre o pigmentos rojos (que asemejan la sangre), describiendo un recorrido de caída a través de esos dos trazos. O estas otras imágenes correspondientes a una performance donde la artista simulaba la puesta en escena de una violación, Escena de violación en un apartamento, 1973, donde ella misma representa a la víctima. Estas fotos fueron tomadas en el apartamento de la artista quien, a raíz de la violación y asesinato de una estudiante ocurrido en el campus universitario, decide pronunciarse artísticamente con las siguientes acciones: invita a su casa a compañeros y amigos, quienes al traspasar la puerta entreabierta, la encuentran en un cuarto en la penumbra; sólo una luz ilumina la mesa donde yace desnuda, atada de la cintura para abajo y ensangrentada. En el suelo, platos rotos y huellas de sangre. Mendieta permanece inmóvil durante una hora, mientras sus invitados, perturbados, comentan la escena. Todo este dispositivo intentaba confrontar al público con la barbarie de la violencia contra las mujeres.

Lo que hacen las mujeres, y por supuesto también sus productos culturales, son siempre, como demuestra este caso, objeto de una vigilancia omnipresente. Pero la atención no es tanto por descubrir el alcance de sus actos y productos - las producciones culturales de las mujeres siempre han sido definidas como cosas de mujeres, cosas pequeñas y sencillas-, la atención sobre estas producciones y acciones se debe a que las mujeres son constantemente vigiladas para poder ser corregidas si transgreden las normas patriarcales, en pro de demostrar siempre, por si acaso, su culpabilidad. Las mujeres son culpables de ser mujeres, ¿De que era culpable Ana Mendieta? Ana Mendieta era culpable de ser mujer de origen cubano, educada en los EEUU, artista feminista… con la complejidad que todo ello significa.

¿No demuestran los argumentos sostenidos en el juicio contra Andre el racismo y el sexismo contra las mujeres tanto del sistema judicial como del mundo de la cultura? ¿Alguien intentó, aunque fuera por utilizar estrategias argumentales similares, pero invertidas, demostrar la posible brutalidad viril y dominante implícita en las producciones artísticas de Andre? ¿Alguien habló de la complejidad en las diferencias entre ambos, tanto en cuestiones relativas al contexto artístico como en sus diferencias en materia de sexualidad, edad, raza o clase? Nada de esto importó, Andre salió indemne y absuelto sin cargos, y la sociedad neoyorkina pudo volver a su “normalidad” habitual. Con algún que otro sobresalto, Lynn Hersmann en Conspiracy of Silence, 1991, denuncia lo que el propio título indica: una conspiración silenciosa, protagonizada por la comunidad artística en su participación activa en la ocultación de pruebas, y un conjunto sin fin de despropósitos, desmentidos y calumnias que se vieron en el juicio. Otro momento difícil para Andre sucedió en junio de 1992, con motivo de la inauguración de la sede del Guggenheim en el Soho de Nueva York, un numeroso grupo de manifestantes se reunieron a la puerta del centro; una de las pancarta decía: “Carl Andre está en el Guggenheim ¿Dónde está Ana Mendieta?” Esta pregunta no espera respuesta, pero tenía como objeto plantear algunas nuevas preguntas: ¿Dónde están las obras de las mujeres en las más importantes exposiciones internacionales? ¿Por qué la institución museística celebraba la masculinidad, la heroicidad con una figura tan controvertida y polémica como Andre? ¿Por qué se ignoraron las voces de las feministas cercanas a Mendieta que conocían la virulencia de la relación sentimental y cotidiana entre ambos? ¿Eran intereses sectoriales los que movieron a la comunidad artística en este juicio a participar en la ocultación de los hechos?

Violencia de género

Han pasado veinte años de la muerte de Ana Mendieta y catorce de la publicación de Reacción   (Faludi, 1991), pero la violencia contra las mujeres no ha menguado, aunque los informes a los que tenemos acceso estén muy condicionados por las disciplinas que los producen y los puntos de vista que los fundamentan, el aumento de la violencia contra las mujeres no radica exclusivamente en el aumento de las denuncias sino que realmente la violencia aumenta, como bien lo indican las cifras -es aterrador sumarlas año a año-. Nos limitaremos a realizar análisis globales: “En términos generales, los datos disponibles indican que entre el 10% y el 60% de las mujeres han sufrido alguna vez actos de violencia en su relación de pareja, y que el 25% ha vivido o vive una situación de violencia” (Bosch y Ferrer 2000, 38), lo que tiene mucho que ver con transformaciones económicas y sociales, que dejan a las mujeres y a los más vulnerables completamente desprotegidos.

El concepto de violencia de género es muy amplio. Hablar de “violencia doméstica”, “violencia familiar”, “abusos”, “malos tratos”, “agresiones”, “violencia machista”, o “terrorismo doméstico”, etc., es asegurarse por parte del patriarcado la batalla del lenguaje. La casa no es más que uno de los escenarios donde se da la violencia.. La violencia contra las mujeres se ejerce de las más variadas formas: la violación, el estupro, el incesto, la explotación sexual, el acoso sexual, los insultos, las vejaciones, las humillaciones, las amenazas de muerte, las coacciones, las amenazas de privaciones, la utilización del lenguaje sexista, la utilización de estereotipos sexuales, la represión de la sexualidad femenina, la discriminación laboral, la honestidad de la mujer como bien jurídico o moral, el no ser dueñas del propio cuerpo y por lo tanto, no poder controlar la reproducción, el desempleo y el subempleo femenino, la pobreza femenina, la jornada de trabajo interminable, el acoso moral, las agresiones físicas, los golpes, la muerte violenta... son algunas de las formas de violencia contra las mujeres.

Los estudios feministas se han dedicado a deconstruir estas relaciones de dominación y discriminación y lo han hecho a través del concepto de género. En este sentido, el género no solamente se ha considerado como un conjunto de relaciones sociales materiales, sino también como construcción simbólica. No obstante, no podemos olvidar que el género no es objeto de estudio más que para las estudiosas feministas, de hecho se empieza por poner en duda hasta la pertinencia del término para hablar de la violencia de los hombres sobre las mujeres, como bien hemos visto en las declaraciones de la Real Academia de la Lengua, en el conflicto de la Ley Integral contra la Violencia de Género. “Todo discurso que no tiene en cuenta el problema de la diferencia de sexo en su enunciación y en sus propósitos estará en el seno de un orden patriarcal, justamente indiferente, un reflejo de la dominación masculina” (Heath 1978, 53).

La violencia de género se produce en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, en la vida en sociedad, en el lugar de trabajo, en el espacio público y privado o en el seno de las relaciones íntimas dentro y fuera del hogar: en la familiar, en la comunidad y en el Estado. Estamos hablando de violaciones de los Derechos Humanos que se ejercen sobre las mujeres por el mero hecho de serlo. Según la ONU éste es el crimen más grande ejercido contra un grupo humano, y a la vez el más silenciado. Es necesario “subrayar que estamos ante un problema social y no individual, que sus causas no son puramente individuales sino culturales e ideológicas y que sus consecuencias son muy graves para la vida de las personas implicadas, pero también a largo plazo, condicionando gravemente la convivencia democrática” (Bosch y Ferrer 2000, 17). Estamos hablando de terrorismo misógino (Bosch y Ferrer 2000, 34).

Mujeres, prácticas artísticas y políticas culturales

En nuestro campo específico y desde finales de los años sesenta el mundo del arte ha vivido una importante convulsión que se apreció en la emergencia de productos culturales que ponían en cuestión los sistemas de representación tradicionales, las estructuras institucionales o semi-institucionales de exhibición y difusión y las políticas culturales que las sostenían. Esto fue posible por el marco político pero también por la emergencia de una sociedad civil que reclamaba conocimiento, y que se consideraba sujeto activo de la historia. Las prácticas culturales se vieron inspiradas por este escenario de confrontación, los frentes abiertos eran muchos: el nuevo orden internacional impuesto en Yalta antes del fin de la II Guerra Mundial, la crisis de la ortodoxia comunista, la urgencia de la descolonización, el movimiento contra el armamento nuclear, la transformación capitalista hacia el consumo, la radicalización de las luchas raciales, el movimiento antiimperialista contra la guerra de Vietnam y los levantamientos estudiantiles exigiendo la retirada de las tropas y la denuncia del sistema oligárquico estudiantil, la liberación sexual y la lucha contra la discriminación de las mujeres. Todas estas luchas y postulados se produjeron al margen de los partidos de izquierdas y fuera del orden parlamentario y demostraron que se podía ser eficaz y provocar transformaciones históricas.

La concienciación de parte de la comunidad artística y las acciones de desobediencia civil que protagonizaron, tuvieron como consecuencia una poderosa reacción, y fueron las claves de la regresión, lo que se llamó la consecuencia del “exceso de democracia”... Hay que retrotraerse a finales de la década de los setenta, lo que se inició y va en aumento progresivo, es una reacción contra el pluralismo, la diversidad y el rechazo hacia las mujeres y las minorías, y por otro lado, la celebración de las figuras de autoridad: “En una época en que la producción cultural en todos los campos es cada vez más consciente, el arte contemporáneo (o al menos el sector que está gozando de más atención en los museos y el mercado) retorna a concepciones de la organización psico-sexual que remiten a los orígenes de la formación del carácter burgués. El concepto burgués de vanguardia, entendido como terreno de la sublimación heroica del hombre, funciona como complemente ideológico y legitimación cultural de la represión social” (Buchloch 2001, 121).

A principios de los años ochenta -y particularmente en el campo del arte- observamos el retorno de la pintura y la celebración de nuevo del héroe masculino artista, lo que se evidenció en la exclusión de las producciones hechas por mujeres en todas las grandes muestras. No solo se trataba de inscribir nombres de mujeres artistas en la historia del arte hegemónico, aunque intentos de este tipo también se dieron, sino que lo que interesaba era desocultar una realidad: la figura de genio artístico no es un concepto neutro, sino que esta figura era identificada como masculina, blanca y de clase media. El resto de los agentes productores constituyen el Otro indiferenciado. Las mujeres son un grupo social diverso y complejo: blanca, negra o asiática, lesbiana o heterosexual, pueden profesar diferentes religiones, pertenecen inevitablemente a generaciones diferentes y por supuesto pertenecen a una determinada clase social, entre otras diferencias. El feminismo con todas las dificultades que conlleva asumir la diversidad, visibilizó la heterogeneidad con una serie distinta de feminismos, que correspondían a las múltiples necesidades e intereses de las mujeres: feminismo socialista, marxista, lesbiano, psicoanalítico, feminismo de la diferencia, artístico, poscolonialista, etc. Aunque la heterogeneidad de estos discursos planteaba la imposibilidad de hablar de la mujer como sujeto mujer universal, un nosotras indiferenciado, las mujeres aprendieron que como grupo están sometidas a la dominación de sexo/clase/raza.

La crítica feminista de arte, por su parte, ha demostrado cómo la institución arte y la Historia del Arte, disciplina que la sostiene, inscriben la diferencia de sexos/género tanto en la estructura de la disciplina como en los debates que produce, basándose en un orden de poder conferido por el deseo dominante heterosexual masculino, donde ningún otro deseo tiene cabida. ¿Dónde esta el deseo, la presencia y la voz de las mujeres y de todos aquellos que no se ajustan a la norma heterocentrista y patriarcal? ¿Dónde quedan representados esos otros sujetos? ¿Cómo representar un momento de la historia de toda mujer que no existe en las representaciones culturales de la feminidad?” (Pollock 1994).

Muchas mujeres han denunciado con sus prácticas el sexismo y el racismo en el mundo del arte y han buscado fórmulas y estrategias que hagan visible la situación de las mujeres, como mujeres y como artistas, y lo han hecho demostrando cómo el orden social guarda una relación estrechísima con el orden simbólico: las representaciones de este orden social patriarcal son la mejor muestra de en que consiste la discriminación por cuestiones de sexo/género. La cultura, el lenguaje, el arte, la literatura, el cine, la publicidad, la televisión... son formas de representación que mantienen la jerarquización social, en las que la representación de la feminidad sigue basándose en estereotipos, que se convierten en organizadores del pensamiento social. La mujer es prisionera del orden simbólico masculino, del placer visual, prisionera del lenguaje patriarcal. Las artistas feministas han demostrado cómo una de las fuentes principales de opresión de las mujeres radica en el modo en que han sido sometidas a la visualidad, y han ido deconstruyendo y evidenciando en qué consisten las tecnologías de la visualidad. "En el siglo XX, la preocupación por lo visual -en un campo como el psicoanálisis, por ejemplo- y la perfección de tecnologías de la visualidad tales como la fotografía y el cine nos llevan más allá de una dimensión meramente física de la visión. Lo visual en cuanto tal, como una clase de discurso dominante de la modernidad, revela problemas epistemológicos que son inherentes a las relaciones sociales y a su reproducción. Tales problemas informan los modos mismos en que se construye la diferencia social, ya sea en términos de clase, sexo o raza" (Chow 1990, 72).

El género es eje fundamental de la diferenciación social, cultural, y sobre todo económica, relacionado directamente y al mismo nivel con otros ejes de las relaciones de poder: clase, raza, sexualidad y edad.

Feminismo, cuerpo y performance

Ana Mendieta, como muchas otras autoras, utilizaba el cuerpo y entendía éste como un espacio de lucha, como lugar donde se dan todas las batallas, pero además también como lugar primero para la construcción de la subjetividad, del deseo, de la identidad, sea racial, sexual, etc. La performance y el vídeo eran los medios más radicales y los menos sospechosos para las prácticas feministas ya que no arrastraban el peso de la tradición masculina de otras prácticas como la escultura o la pintura. Judy Chicago precisa: “La cólera puede alimentar la performance con una intensidad que la pintura y la escultura no pueden conocer”[2] (Citada por Iles 1996, 308). Además es en esta época cuando el arte de la performance y otras producciones englobadas bajo la terminología de “nuevos comportamientos artísticos” son rechazadas de pleno por la institución por efímeras y anticomerciales y asistimos de nuevo a la celebración de las prácticas tradicionales, mucho más adecuadas al discurso neoconservador. Pero una visión más acertada del uso de estas prácticas la propone Linda S. Kauffman: “Debido a que nos encaminamos hacia una nueva definición de la cultura, cada medio se encuentra en una encrucijada, ya que debe enfrentarse a las paradojas de la transgresión y a la asimilación en una cultura de consumo” (Kauffman 2000, 26).


Según el lingüista John L. Austin, que fue quien acuñó en el año 1961 el término “performativo”, se define como una actividad que crea aquello que describe. Esta noción lingüística es fundamental para entender el origen de la performance feminista, cuyo fin es desarrollar acciones en vista a un cambio de la realidad social existente, asimismo, el término performativo, se está convirtiendo en la actualidad en algo esencial para las prácticas lesbianas y gays para descifrar los discursos sobre sexo/género. Al mismo tiempo, la performance nos dice Diana Taylor nos sirve para transmitir la memoria colectiva. “Performance, término derivado de la palabra francesa parfournir significa realizar o completar un proceso. La teoría de ‘performance’ viene de estudios antropológicos que se enfocan en dramas sociales y colectivos y de estudios teatrales. Incluye múltiples tipos de eventos en vivo: puestas teatrales, bailes, ritos, manifestaciones políticas, deportes, fiestas (entre otros). Por performance se entiende lo restaurado, lo reiterado, lo que Richard Schechner llama twice behaved behavior (repertorio reiterado de conductas repetidas)” [3] (Taylor).


En Standard, 1976, Fina Miralles “aparece amordazada y sentada en una silla de ruedas, como metáfora de la parálisis de la mujer que se ve obligada a mirar y a no decir nada. Delante de ella, una pantalla de diapositivas proyecta imágenes de una madre vistiendo a su hija (las bragas, las medias, la camiseta, etc.) para dar a entender que a medida que te visten el cuerpo también te visten la mente. También, delante suyo, un televisor emite un programa habitual con imágenes que reflejan cómo la mujer es tratada en la TV, finalmente suena una grabación con una secuencia de consignas y anuncios conformistas sobre la visión consumista de la mujer como objeto. […] Miralles nos muestra claramente que el cuerpo femenino es el territorio donde se ejerce la violencia en todas sus formas y la impotencia que se deriva de esta situación”[4] (Parcerisas 2001, 40-42).


Debemos recordar que el trabajo de performance hecho por mujeres en los años setenta, dio visibilidad y proporcionó una presencia activa a las mujeres en el mundo del arte, desconocida hasta el momento, no sólo porque su participación fue muy amplia, sino también por la radicalidad de sus propuestas. Ellas asentaron las bases para el desarrollo posterior del Performance Art tal y como lo entendemos hoy y, por supuesto, para el nacimiento de una tradición de feminismo radical en el campo de las artes visuales, a la que hoy acudimos como génesis.


Las artistas feministas de la performance demostraron cómo el cuerpo es producido físicamente, socialmente, sexualmente y discursivamente y a la vez el cuerpo se escribe en relación a éste entorno, de forma que el entorno a la vez produce el cuerpo. La performance ha sido un campo fundamental de intervención política feminista[5], y esto tiene pleno sentido y se acomoda a una lógica casi cartesiana: el trauma prevalece porque es sobre el cuerpo de las mujeres sobre el que se ejercen todo tipo de violencias y dominaciones, pasadas, presentes y futuras. La memoria es necesaria para rescatar el drama del olvido y el acto performativo con el cuerpo es la estrategia más eficaz para resistir y transformar la realidad.


La performance radical feminista crea un espacio para el entendimiento de trauma y memoria. “El trauma, y sus efectos 'pos-traumáticos' siguen manifestándose corporalmente mucho después de que haya pasado el golpe original. El trauma regresa, se repite en forma de comportamientos y experiencias involuntarias. Aunque 'performance' no es una (re)acción involuntaria, lo que comparte con el trauma es que también se caracteriza como lo reiterado. Performance (igual que memoria, igual que trauma) es siempre una experiencia en el presente. Opera en ambos sentidos, como un transmisor de la memoria traumática, y a la vez su re-escenificación” (Taylor).


Durante los años setenta, algunas mujeres en el mundo de la cultura y fuera de él, en unos lugares antes y en otros después, a ambos lados del Atlántico, se politizaron con la intención de demostrar la dominación masculina, de raza blanca y heterosexual, y lo hicieron utilizando el cuerpo, desocultando una realidad histórica: las mujeres no son poseedoras de su propio cuerpo, no les pertenece. Las performances de Valie Export a finales de los años sesenta y principios de los setenta eran una forma de resistencia contra el orden patriarcal y los sistemas de opresión. El propio nombre que adopta la artista es una forma de resistencia en relación con el padre, una forma de identidad social patriarcal que la propia artista renuncia voluntariamente. Su nombre, Export, significa también una relación con la producción, no solamente se exportan bienes manufacturados y capitales financieros, también se exportan ideas. Esta performance tiene una relación çconceptual con la acción En la ciudad, 1976, de Fina Miralles “La acción quería denunciar las leyes y la conducta social sobre la propiedad de los bienes materiales y de las personas, como lo demuestra el hecho de que el hombre (en la condición de mártir), es decir, cuando ha pasado por un contrato social da su apellido a la mujer y a los hijos para demostrar que son de su propiedad”[6] (Parcerisas 2001, 42).


Nuestros cuerpos pertenecen a los servicios médicos que nos clasifican, miden y supervisan, a las tecnologías de la visualidad que convierten nuestros cuerpos en representaciones para el deseo masculino heterosexual y que nos imponen unos modelos de lo femenino para ser miradas y exhibidas por los hombres, para los discursos moralizantes del Estado y de la Iglesia, y para sus aparatos de control de la conciencia, que nos convierten en bienes morales que tienen que ser vigilados en pro de mantener la reproducción y, por supuesto, la estructura familiar, y también en bienes materiales como productoras y reproductoras de mano de obra, en consumidoras primeras, etc.


Además de no ser dueñas de su cuerpo, las mujeres demostraron cómo éste las atrapaba, constreñía y confinaba. Confinamiento que se acrecienta con la norma impuesta al tener que acercarnos al modelo de un cuerpo femenino ideal imposible de conseguir para muchas mujeres. La asociación de la mujer con el cuerpo o el confinamiento al mismo está en el origen de la desigualdad, la opresión y la dominación; de aquí que hasta años recientes haya resultado muy complejo para el feminismo el reclamar el cuerpo como fuente de conocimiento, de liberación y también de placer.


Este cuerpo que no se posee y que consecuentemente nos atrapa guió el nacimiento del movimiento de liberación de las mujeres y un aumento de la conciencia feminista. Las luchas vindicativas feministas desde mediados de los años sesenta, se caracterizaron por reclamar el derecho al propio cuerpo: la liberación sexual, la reivindicación consciente de una identidad lesbiana  -no podemos olvidar las prohibiciones jurídicas, sociales y políticas que pesaban sobre el lesbianismo antes de la época de los setenta en España y la imposibilidad de disponer de ningún medio de expresión cultural o político-, el derecho al goce lésbico o heterosexual, el derecho a disponer del propio cuerpo para la reproducción o para la anticoncepción consciente, el aborto, así como de las consecuencias legales, sociales, etc.


En Genitalpanik (Pánico Genital), 1969, con el arma en la mano, sentada en una silla, con las piernas abiertas y los pantalones recortados a la altura del pubis, Export presenta el sexo al público, nos enseña su sexo; esta acción fue entendida como un acto provocativo, pero iba más allá de la provocación, fue un gesto radical que intentaba enfrentar al espectador a sus propias fobias y tabúes hacia la libido femenina. “[La] Performance se apoya siempre en un contexto específico para su significado y funciona como un sistema histórico y culturalmente codificado. Las imágenes articuladas adquieren su sentido sólo en un contexto cultural y discursivo específico. Actúan en la transmisión de una memoria social, extrayendo o transformando imágenes culturales comunes de un 'archivo' colectivo” (Taylor). El tema central de todo el trabajo de Valie Export es la resistencia al orden patriarcal, a la dominación del hombre sobre la mujer y a los sistemas sociales tradicionales que están culturalmente codificados .


Algunas artistas intentaron reivindicar una identidad de mujer heterosexual que no fuera ni pasiva ni víctima y que pusiese en picota las convenciones sociales exclusivamente andróginas que condenaban a las heterosexuales a una sexualidad fundamentalmente fálica, y que a su vez negaba la sexualidad femenina fuera de estos márgenes: Carole Schneemann en Interior Scroll (Exploración interior - Manuscrito interior), 1975, desnuda, iba extrayendo una tira de papel, un manuscrito, enrollado en el interior de su vagina, y a la vez iba leyendo el texto del escrito, texto connotado en su relación sentimental con un realizador cinematográfico estructuralista, un manuscrito sobre el cuerpo femenino como fuente de conocimiento.


Paralelamente, se desarrolló un movimiento de oposición a la normalización del cuerpo de la mujer: dietas, maquillajes, operaciones estéticas, etc. Lynn Hersman creó, contra la modificación convencional y normativa del cuerpo femenino como artificio, la persona ficticia de Roberta Breitmore. Roberta es una chica de 30 años, bien situada económicamente y que dedica mucho tiempo y dinero a su cuidado físico.


Otras artistas empezaron a demostrar cómo la hegemonía sexista, era inseparable de la hegemonía racista y clasista. Adrian Piper, en The Mythic Being (Ser mítico), 1974-1975, experimenta su identidad en un cuerpo marcado socialmente y que no es verdaderamente el suyo, un alter ego masculino y joven, lo que sin duda es interpretado como una amenaza para la sociedad racista. En esta obra examinaba explícitamente la construcción de la diferencia racial. Al igual que Piper, un numeroso grupo de artistas empiezan a investigar sobre la experiencia y los discursos que constituyen lo personal como experiencia política, ”lo personal es político” lema feminista, y hacen de sus práxis verdaderos discursos politizados en torno a las diferencias de género y raza.


En suma la performance radical feminista transmite información cultural codificada. Las imágenes y las estrategias que son transmitidas surgen de materiales existentes, de la realidad, de la larga historia de la subordinación de las mujeres. Las performances feministas reproducen y transforman los códigos heredados de esta cultura falocéntrica, logocéntrica y eurocéntrica. 

El cuerpo de las sociedades posindustriales y la violencia de género

Este cuerpo es el cuerpo de las sociedades posindustriales, fuertemente sexualizado, consecuencia de una serie de transformaciones, donde la corporeidad del trabajador se ha convertido en un producto de intercambio, de modo que el cuerpo productor de las sociedades industriales se ha transformado en un cuerpo deseante en las sociedades posindustriales del presente: “El rápido cambio económico ha transformado la naturaleza misma del trabajo y del ocio, y ha situado el cuerpo en el centro del interés del individuo y la sociedad, de modo que es tanto un motor de desarrollo económico como una fuente de dolor y de placer individual” (MacDowell 2000, 3).


Plantearse hoy la problemática de la violencia de género nos obliga a visibilizar el empeoramiento de la vida de las mujeres y de los más desfavorecidos a escala global. La vulnerabilidad y precariedad se impone en todos los frentes de la vida de las mujeres, la feminización de la pobreza es la realidad social que mejor lo demuestra. La reestructuración de la economía global forzada por el capitalismo neo-liberal y la incursión de las tecnologías informáticas, no solamente en los espacios laborales sino en el conjunto de la vida cotidiana, conlleva nuevas y poderosas revitalizaciones del patriarcado, la lesbofobia, la homofobia, el imperialismo, el racismo, la precariedad laboral… estas condiciones son más que suficientes para producir el nacimiento de un frente feminista radical. Según comentan Precarias a la deriva : “¿Pero qué podemos hacer las que tenemos la identidad de trabajadora dislocada, pese a ser ya tantas, cada vez más: las cuidadoras, las trabajadoras del sexo, las asistentes sociales, las free-lance precarizadas (de la traducción, del diseño, del periodismo, de la investigación), las profesoras, las limpiadoras, las estudiantes, trabajadoras del Telepizza, las vagabundas y deambulantes por un mercado laboral cada vez más pauperizado?” (Precarias a la Deriva 2004, 43).


La pérdida de empleo femenino provocada por la tecnologización de las empresas ha llevado a que muchas mujeres busquen trabajo remunerado que puedan realizar en la esfera privada telework. Asistimos así a una vuelta a los talleres de trabajo intensivo. Esto contribuye en buena medida a la desaparición de las mujeres, de nuevo, del espacio público. Las nuevas tecnologías de la comunicación, el tele trabajo y la taylorización del trabajo-en-casa, son fundamentales para la ocultación y desaparición de la ”vida pública” para el conjunto de la sociedad, pero en especial para las mujeres, los trabajadores de color, los trabajadores extranjeros, los trabajadores del computador no especializados.... en suma, todos aquellos que debido al desempleo general han sido recluidos en “la economía del trabajo casero”, que constituyen hoy una parte muy importante de la nueva estructura social. La conquista del trabajo asalariado por parte de las mujeres ha desestabilizado profundamente los fundamentos del patriarcado. Pero la “división sexual del trabajo” y la explotación que ésta supone siguen siendo características de la totalidad del sistema, sobre todo en épocas de crisis económicas, de inflaciones de difícil control, de expansión de la economía, y más aún en las últimas décadas con el empleo de tecnologías electrónicas en las oficinas y puestos de trabajo.

Faith Wilding en su performance Duration Performance: The Economy Of Feminized Maintenance Work, 1998, nos descubre este ambiente:

[Performer vestida con uniforme de criada y delantal sentada en una consola de ordenador escribiendo estas palabras:]

Esta es una historia acerca de manos invisibles.

Esta es una historia acerca del trabajo sin fin.

Esta es una historia acerca del trabajo de las mujeres por el mantenimiento y la supervivencia.

Esta es una historia acerca del trabajo del cuerpo de la mujer en la invisible economía femenina de producción y reproducción.

Esta es una historia acerca de la repetición, el aburrimiento, lo exhausto, la coacción, del derrumbe.

Esta es una historia acerca de lo pesado, de la repetición, la tensión, de los arneses, de las labores manuales a la velocidad de las máquinas electrónicas.

[Durante la narración el siguiente bucle se proyecta en pantalla de vídeo:]

limpiar, lavar, quitar el polvo, escurrir, planchar, barrer, cocinar, comprar, telefonear, dar vueltas (coche), limpiar, planchar, entrar, amasar, dar vueltas (coche), tirar, limpiar, purgar, lavar, empalmar, montar, comprar, plegar, telefonear, archivar, seleccionar, copiar, cursar, cortar, barrer, pegar, insertar, formatear, planchar, programar, mecanografiar, ensamblar, cocinar, e-mail, fax, gritar, buscar, clasificar, mecanografiar, clickear, quitar el polvo, limpiar, etc.


Paralelamente al deterioro económico, laboral y social, hay que señalar que desde que ciertas mujeres de clase media-alta y económicamente muy desahogadas, que ostentan puestos de representación defendiendo políticas conservadoras por un lado, y por otro, cierto feminismo blanco intelectual e institucionalizado, han dogmatizado y esencializado el discurso, se ha impuesto una imagen de mujer heterosexual, blanca, de clase media-alta y occidental y se ha institucionalizado un tipo de feminismo que ha olvidado la heterogeneidad del género femenino, las diferencias de clase, de raza y de religión. Puede ser, entre otras cosas, que esto ocurra porque las mujeres nos socializamos en masculino, las instituciones para las que trabajamos y la formación que recibimos están dentro de un orden masculino. La feminista francesa Atoinette Fouque señala: “Las acciones propuestas por los grupos feministas son espectaculares, provocadoras. Pero la provocación sólo saca a la luz un determinado número de contradicciones sociales. No revela las contradicciones radicales de la sociedad. Las feministas mantienen que no pretenden la igualdad con los hombres, pero sus prácticas revelan lo contrario. Las feministas son una vanguardia burguesa que mantiene de forma invertida los valores dominantes. La inversión no facilita el paso a otra clase de estructura. ¡El reformismo le viene bien a todo el mundo! El orden burgués, el capitalismo y el falocentrismo son capaces de integrar a tantas feministas como sea necesario. En la medida en que esas mujeres se convierten en hombres, a fin de cuentas sólo significan unos cuantos hombres más. La diferencia entre sexos no reside en si se tiene o no pene, sino en si se forma parte o no de la economía fálica masculina” (hooks 2004, 21).


El radicalismo feminista ha cedido terreno al feminismo burgués. La presencia femenina en los espacios de representación política que ante todo frena el disenso, está sembrando confusión: la idea de que el feminismo ya no tiene sentido porque los derechos de las mujeres están ya reconocidos, está propagando un clima de enredo que mantiene a la ciudadanía claramente desinformada, y lo más grave es que están creando una confusa realidad del alcance de la violencia para el conjunto de las mujeres. Es importante, nos dice Rosi Braidotti, tomar una distancia crítica que nos permita admitir que todo activismo está fuertemente controlado por los intereses evidentes de un mercado absolutamente rentable, es más necesario que nunca trabajar hacia una redefinición radical de la acción política. El feminismo radical en la lucha contra la violencia es hoy invisible, le ha sido usurpada su presencia política y su lucha social contra la dominación, a través de mecanismos de ocultación y silenciamiento. No es necesario recordar que la violencia de género no es algo nuevo, ha existido siempre como mecanismo fundamental de subordinación de las mujeres, y que el feminismo ha combatido en solitario.


Hoy, debido a las actuales prácticas de gobierno “gubernamentalizadas[7], las cuales están utilizando los medios de comunicación y las tecnologías de la visualidad como vehículos eficaces para enmascarar y mantener el tradicional estado de las cosas... Se ha obviado toda la larga historia del feminismo y se han impuesto prácticas al margen del feminismo. En la lucha contra la violencia de género las prácticas de gobierno ponen todos sus esfuerzos en trabajar en las consecuencias de la violencia, las visibles, aquellas que son evidentes en los cuerpos dolientes de las mujeres, dada la alarma social que éstas levantan, y olvidan, con una clara intención ideológica, trabajar en la genealogía y en las causas profundas de la misma, ocultando y encubriendo el papel que juega la violencia como uno de los cimientos del patriarcado.


El cuerpo de las mujeres hoy más que nunca espectacularizado por los media como un cuerpo sometido, silenciado, maltratado y muy vulnerable esta siendo utilizado entre otras cosas, para justificar unos estados cada vez más represivos y cada vez más regulados a través de los sistemas más complejos de vigilancia.


El cuerpo recosificado y violentado de las mujeres es un campo fundamental de intervención política feminista, como bien lo han demostrado las acciones performativas de las manifestaciones de las Madres de la Plaza de Mayo, altamente simbólicas. Estas manifestaciones políticas rituales les ha permitido manejar la pérdida, con un distanciamiento estético que les ayuda a canalizar su dolor, y a la vez devolver a los 'desaparecidos' a la esfera pública, haciendo visibles sus ausencias. Por otra parte, atrajeron la atención publica, y, gracias a la visibilidad de sus actos, encontraron apoyo moral y financiero. Además consiguieron hacer público cómo la Junta las estaba estigmatizando como delirantes y 'locas'. La presencia de Las Madres reveló la desaparición de muchas mujeres de la vida pública, a la vez que supuso la transgresión de las leyes y prohibiciones del Proceso que impedía todo tipo de acciones en la calle, otorgando al espacio público un uso estratégico.


“El escenario aterrador, en el cual estas mujeres se sintieron comprometidas a insertarse como Madres, fue organizado y mantenido en torno a una gran definición coercitiva, no solamente de la ciudadanía civil, sino, además, de una definición de lo 'femenino' y de la maternidad. El movimiento de las Madres ha sido brillante por que aceptó la lógica del cuerpo-estatal patriarcal y, simultáneamente, lo revirtió para mostrar todas sus contradicciones. Las mujeres proclamaban estar haciendo sólo aquello que se supone que tenían la obligación de hacer: cuidar y buscar a sus hijos. Pero, ¿qué pasa cuando estas 'buenas' madres, en virtud de esa misma responsabilidad sobre sus hijos, se ven forzadas a salir a buscarlos fuera del hogar y confrontarse a los poderes? ¿Dejan de ser madres? ¿O dejan de ser apolíticas?. Este espectáculo remarca las fisuras en la lógica del Estado” (Taylor).


El espectáculo mediático y gubernamental de la violencia de género hoy remarca las fisuras en la lógica del Estado, cuyo fin constatamos no lleva parejo una transformación radical de las diferencias sexo/género. La performance de las mujeres no está concluida, por el contrario, la reiteración es más que nunca necesaria, porque las heridas y su naturaleza traumática permanecen. “[El] Trauma produce una dislocación, una ruptura entre la experiencia vivida y la posibilidad de entenderla. El traumatizado, como propone Cathy Caruth, "conlleva una historia imposible dentro de si mismo." Para las Madres, el trauma deviene en algo transmisible, algo soportable y políticamente eficaz a través de la performance” (Taylor).



Ana Navarrete compagina su trabajo docente en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, Universidad de Castilla – La Mancha, con producciones teóricas y prácticas desde el feminismo. Entre sus últimas publicaciones destacan: "Segundo escenario: Las informáticas de la dominación, [Las mujeres en el circuito integrado]", en Zona F, EACC, febrero 2000, y "La violencia de género, el patriarcado, el capitalismo y el Estado", en The Gendered City. Espacio urbano y construcción del género, Universidad de Castilla – La Mancha. Colección Caleidoscopio, septiembre 2004.

Referencias bibliográficas

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Taylor, D. “El espectáculo de la memoria: trauma, performance y política”. El despertador. Teoría política, http://www.eldespertador.info/despierta/textdesper/memoperform.htm



[1] Cuestión de Vida, CLADEM 2000, (Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer).

[2] “La colère peut alimenter la performance avec une intensité que la peinture et la sculture ne peuvent connaître” [la traducción es nuestra].


[3] Este texto se ocupa, como nos dice la autora “de dos (re)iteraciones de performances de protesta que se llevan a cabo en el presente, y que están enfocadas en el trauma que prevalece por los 'desaparecidos' -las manifestaciones de la Madres en la Plaza de Mayo y 'los escraches' que llevan a cabo la agrupación HIJOS (de los desaparecidos) […] Las Madres de la Plaza de Mayo, a través de sus cuerpos, hacen visible una historia acumulativa de trauma, una tardía pero aún impune historia de políticas de violencia. La dramatización del movimiento social de las Madres ilustra un uso de la performance con un alto grado de complejidad”.

[4]L´artista apareix emmordassada i asseguda en una cadira de rodes, com a metáfora de la paràlisi de la dona que es veu obligada a mirar i a no dir res. Davant seu, una pantalla de diapositives projecta imatges d´una mare vestint la seva filla (les calces, les mitges, la samarreta, etc.,) per tal de donar a entendre que a mesura que et vesteixen el cos, també et vesteixen la ment. També, al seu davant, un televisor emet un programa habitual amb imatges que reflecteixen com la dona és tractada a la TV i, finalment, sona una gravació amb un seguit de consignes i anuncis conformistes sobre la visió consumista de la dona com a objecte. […] Miralles ens mostra clarement que és el cos femení el territori on s’éxerceix la viòlencia en totas les seues formes i la impotència que es deriva d´aquesta situació” [traducción de la autora].

[5] Aunque el cuerpo sea uno de lo mayores conflictos para el feminismo, porque es sobre la diferencia biológica donde se construye un concepto de diferencia que sirve muy bien a los intereses de la subordinación. Uno de los problemas que las propias prácticas explicitan es la exhibición del cuerpo femenino desnudo. Es un problema por varias razones: primero porque la historia de la representación occidental no es más que una sucesión de cuerpos femeninos desnudos dispuestos como objetos para el placer masculino y por que además cuando una mujer se desnuda en público en un contexto artístico siempre es tachada de narcisista, lo que evidencia cómo el cuerpo de las mujeres no es neutro, siempre es un cuerpo sexualizado y mucho más si recordamos cómo los procesos de representación tienen consecuencias reales en la opresión de las mujeres.

[6] L´acció volia denunciar les lleis i la conducta social sobre la propietat dels bens materials i de les persones, com momentar el fet que l´home (en la condició de martir; és a dir, quan ha passat per un contracte social) dóna el cognom a la dona i als fills per mostarr que són de la seva propietat [traducción de la autora].

[7] A partir del momento en que el Estado y la política regulan la vida privada, el cuerpo, la sexualidad y la reproducción –se crean nuevos dispositivos biopolíticos de gobierno–, se impone una práctica de gobierno que Foucault denominó gubernamentalidad (1878). Argumento muy claramente desarrollado en el textos de Begoña Marugán y Cristina Vega: <<La violencia contra las mujeres como cuestión de estado. Unos apuntes críticos>>, <<Gobernar la violencia. Apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado>>, <<El cuerpo contra-puesto. Discursos feministas sobre la violencia contra las mujeres>> <<Accion feminista y GUBERNAMENTALIDAD, la emergencia publica de la violencia contra las mujeres>> [Ver ref. bibliográficas Cristina Vega].